LA VOZ A TI DEBIDA.
[1]
Tú
vives siempre en tus actos.
Con
la punta de tus dedos
pulsas
el mundo, le arrancas
auroras,
triunfos, colores,
alegrías:
es tu música.
La
vida es lo que tu tocas.
De
tus ojos, sólo de ellos,
sale
la luz que te guía
los
pasos. Andas
por
lo que ves. Nada más.
Y
si una duda te hace
señas
a diez mil kilómetros,
lo
dejas todo, te arrojas
sobre
proas, sobre alas,
estás
ya allí; con los besos,
con
los dientes la desgarras:
ya
no es duda.
Tú
nunca puedes dudar.
Porque
has vuelto los misterios
del
revés. Y tus enigmas,
lo
que nunca entenderás,
son
esas cosas tan claras:
la
arena donde te tiendes;
la
marcha de tu reló
y
el tierno cuerpo rosado
que
te encuentras en tu espejo
cada
día al despertar,
y
es el tuyo. Los prodigios
que
están descifrados ya.
Y
nunca te equivocaste,
más
que una vez, una noche
que
te encaprichó una sombra
―la
única que te ha gustado―.
Una
sombra parecía.
Y
la quisiste abrazar.
Y
era yo.
[34]
Lo
que eres
me
distrae de lo que dices.
Lanzas
palabras veloces,
empavesada
de risas,
invitándome
a
ir adonde ellas me lleven.
No
te atiendo, no las sigo:
estoy
mirando
los
labios donde nacieron.
Miras
de pronto a lo lejos.
Clavas
la mirada allí,
no
sé en qué, y se te dispara
a
buscarlo ya tu alma
afilada,
de saeta.
Yo
no miro adonde miras:
yo
te estoy viendo mirar.
Y
cuando deseas algo
no
pienso en lo que tú quieres,
ni
lo envidio: es lo de menos.
Lo
quieres hoy, lo deseas;
mañana
lo olvidarás
por
una querencia nueva.
No.
Te espero más allá
de
los fines y los términos.
En
lo que no ha de pasar
me
quedo, en el puro acto
de
tu deseo, queriéndote.
Y
no quiero ya otra cosa
más
que verte a ti querer.
[39]
La
forma de querer tú
es
dejarme que te quiera.
El
sí con que te me rindes
es
el silencio. Tus besos
son
ofrecerme los labios
para
que los bese yo.
Jamás
palabras, abrazos,
me
dirán que tú existías,
que
me quisiste: jamás.
Me
lo dicen hojas blancas,
mapas,
augurios, teléfonos;
tú,
no.
Y
estoy abrazado a ti
sin
preguntarte, de miedo
a
que no sea verdad
que
tú vives y me quieres.
Y
estoy abrazado a ti
sin
mirar y sin tocarte.
No
vaya a ser que descubra
con
preguntas, con caricias,
esa
soledad inmensa
de
quererte sólo yo.
Pedro
Salinas. “La voz a ti debida. Razón de amor. Largo Lamento.”
1995, Cátedra Letras Hispánicas.
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