LOS
HERALDOS NEGROS.
Hay
golpes en la vida, tan fuertes...Yo no sé!
Golpes
como el odio de Dios; como si ante ellos,
la
resaca de todo lo sufrido
se
empozara en el alma...Yo no sé!
Son
pocos; pero son...Abren zanjas oscuras
en
el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán
talvez los potros de bárbaros atilas;
o
los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son
las caídas hondas de los Cristos del alma,
de
alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de
algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y
el hombre...Pobre...pobre! Vuelve los ojos, como
cuando
por sobre el hombre nos llama una palmada;
vuelve
los ojos locos, y todo lo vivido
se
empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay
golpes en la vida, tan fuertes...Yo no sé!
BORDA
DE HIELO
Vengo
a verte pasar todos los días,
vaporcito
encantado siempre lejos...
Tus
ojos son dos rubios capitanes;
tu
labio es un brevísimo pañuelo
rojo
que ondea en un adiós de sangre!
Vengo
a verte pasar; hasta que un día,
embriagada
de tiempo y crueldad,
vaporcito
encantado siempre lejos,
la
estrella de la tarde partirá!
Las
jarcias; vientos que traicionan; vientos
de
mujer que pasó!
Tus
fríos capitanes darán orden;
y
quien habrá partido seré yo...
AVESTRUZ
Melancolía,
saca tu dulce pico ya;
no
cebes tus ayunos en mis trigos de luz.
Melancolía,
basta! Cuál beben tus puñales
la
sangre que extrajera mi sanguijuela azul!
No
acabes el maná de mujer que ha bajado;
yo
quiero que de él nazca mañana alguna cruz,
mañana
que no tenga yo a quién volver los ojos,
cuando
abra su gran O de burla de ataúd.
Mi
corazón es tiesto regado de amargura;
hay
otros viejos pájaros que pastan dentro de él...
Melancolía,
deja de secarme la vida,
y
desnuda tu labio de mujer...!
ÁGAPE
Hoy
no ha venido nadie a preguntar;
ni
me han pedido en esta tarde nada.
No
he visto ni una flor de cementerio
en
tan alegre procesión de luces.
Perdóname,
Señor: qué poco he muerto!
En
esta tarde todos, todos pasan
sin
preguntarme ni pedirme nada.
Y
no sé qué se olvidan y se queda
mal
en mis manos, como cosa ajena.
He
salido a la puerta,
y
me han dado ganas de gritar a todos:
Si
echan de menos algo, aquí se queda!
Porque
en todas las tardes de esta vida,
yo
no sé qué puertas dan a un rostro,
y
algo ajeno se toma el alma mía.
Hoy
no ha venido nadie;
y
hoy he muerto qué poco en esta tarde!
ESPERGESIA
Yo
nací un día
que
Dios estuvo enfermo.
Todos
saben que vivo,
que
soy malo; y no saben
del
diciembre de ese enero.
Pues
yo nací un día
que
Dios estuvo enfermo.
Hay
un vacío
en
mi aire metafísico
que
nadie ha de palpar:
el
claustro de un silencio
que
habló a flor de fuego.
Yo
nací un día
que
Dios estuvo enfermo.
Hermano,
escucha, escucha...
Bueno.
Y que no me vaya
sin
dejar diciembres,
sin
dejar eneros.
Pues
yo nací un día
que
Dios estuvo enfermo.
Todos
saben que vivo,
que
mastico...Y no saben
por
qué en mi verso chirrían,
oscuro
sinsabor de féretro,
luyidos
vientos
desenroscados
de la Esfinge
preguntona
del Desierto.
Todos
saben...Y no saben
que
la Luz es tísica,
y
la Sombra gorda...
Y
no saben que el Misterio sintetiza...
que
él es la joroba
musical
y triste que a distancia denuncia
el
paso meridiano de las lindes a las Lindes.
Yo
nací un día
que
Dios estuvo enfermo,
grave.
César
Vallejo. “Los heraldos negros”. 1990, Editorial Losada.
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