Frente al silencio.

Frente al silencio.

jueves, 17 de septiembre de 2015

Fiodor Dostoievski



Fragmentos:





¡Pobre general! ¡Está irremisiblemente perdido! Enamorarse a los cincuenta años y con tanta pasión, ¡vaya desgracia! Añada a esto su viudez, sus hijos, su finca completamente arruinada, las deudas y la clase de mujer de que le se ha enamorado. Mlle. Blanche es bella. Pero no sé si me haré de entender si digo que tiene uno de esos rostros que inspiran miedo. Yo, al menos, siempre he temido a mujeres así. Tendrá unos veinticinco años. Es alta, de hombros anchos y cuadrados. Hermoso pecho y cuello. La piel, mate; los cabellos negros y abundantes; podría hacerse con ellos dos peinadas. Los ojos negros, con el blanco amarillento, son de expresión descarada. Los dientes blanquísimos, los labios siempre pintados. Se desprende de ella un olor a almizcle. Viste de forma llamativa, con lujo, pero con mucho gusto. Sus manos y sus pies son admirables. Tiene voz de contralto, un poco ronca. A veces, ríe a carcajadas, mostrando todos sus dientes; pero corrientemente mira en silencio y con descaro; al menos, en presencia de Pollina y María Filíppovna.


***





      Como todo francés, Des Grieux era alegre y amable, cuando le era preciso y útil, e insoportablemente aburrido cuando desaparecía la necesidad de ser alegre y amable. En el francés, la amabilidad raramente es natural. Diríase que es hombre amable por orden, por interés. Si, por ejemplo, se encuentra ante la necesidad de ser imaginativo, original, algo fuera de lo corriente, entonces su imaginación, estúpida y artificiosa, no es más que un conjunto de fórmulas manidas, admitidas de antemano. Un francés natural está compuesto del más burgués, mezquino y común positivismo; en una palabra, es el ser más aburrido del mundo. En mi opinión, sólo a los novatos y, sobre todo, a las jovencitas rusas pueden atraerles los franceses. Todo hombre de bien advierte al instante y rechaza esta rutina de formas, establecidas de una vez para siempre, de amabilidad de salón, desenvoltura y jovialidad.

***










      Yo era jugador: lo sentí en aquel mismo momento. Me temblaban los brazos y las piernas, creía desvanecerme. Desde luego, era raro que en unas diez tiradas salieran tres zéro. Pero no había por qué sorprenderse. Dos días antes, yo mismo había sido testigo de cómo salían tres zéro seguidos y pude oír cómo uno de los jugadores que anotaba celosamente las jugadas en un papel observaba en voz alta que el día anterior ese mismo zéro había salido una sola vez en toda la jornada.
      Al pagarle, trataron a la abuela con el respeto y atención particulares que se merece quien ha sido el máximo ganador. Le correspondían exactamente cuatrocientos veinte federicos, es decir, cuatro mil florines y veinte federicos; esta última cantidad se la dieron de oro, los cuatro mil florines en billetes de banco.
      Ahora, la abuela ya no llamaba a Potápich. Estaba demasiado ocupada. Ya no empujaba a nadie, ni temblaba aparentemente. Su temblor era, si puedo expresarme así, interior. Había concentrado toda su atención en algo, como dispuesta a tomar una determinación.
      ―Alexéi Ivánovich, el croupier dijo que se podía apostar de golpe cuatro mil florines, ¿no es así? Ten, ponlos al rojo.
      Era inútil tratar de disuadirla. El platillo empezó a girar.


***





      Ya hace un año y ocho meses que no he vuelto a coger estas notas, y únicamente ahora, triste y angustiado, he decidido distraerme un poco releyéndolas. Me detuve en proyectado viaje a Ruletenburgo. ¡Dios mío, escribí aquellas últimas líneas con el corazón tan ligero, comparando con mi estado actual! Y si no con el corazón ligero, al menos con un aplomo y unas esperanzas firmes. Estaba seguro de mí mismo. Ha pasado poco más de año y medio, y a mi modo de ver soy peor que un mendigo. ¡Qué digo un mendigo! Eso no tendría importancia. He echado a perder mi vida. No puedo compararme con nadie. Tampoco siento deseos de sermonearme con nadie. En momentos así, nada más absurdo que moralizar. ¡Oh, seres satisfechos de sí mismos! ¡Con qué altiva suficiencia están dispuestos estos charlatanes a pronunciar sus sentencias! ¡Si ellos supieran hasta qué punto yo mismo comprendo todo lo abominable e mi actual situación, no tendrían valor para darme lecciones! ¿Qué pueden decirme que yo no sepa? Además, ¿acaso se trata de eso? Se trata de que una vuelta del platillo puede cambiarlo todo, y esos mismos moralistas serían los primeros estoy convencido en felicitarme entre bromas amistosas. Y no me darían la espalda como ahora. ¡Que se vayan al diablo todos ellos! ¿Qué soy ahora? Un zéro. ¿Qué puedo ser el día de mañana? ¡El día de mañana puedo resucitar de entre los muertos y empezar a vivir de nuevo! ¡Puedo recuperar en mí al hombre, antes de que se haya perdido definitivamente!






Fiodor Dostoievski. “El jugador”. 1997, Ediciones B.



2 comentarios:

Amapola Azzul dijo...

Gracias por compartir estos textos.
Besos.

tsb dijo...

De nada, Amapola. Un placer

Besos!