Frente al silencio.

Frente al silencio.

domingo, 13 de septiembre de 2015

Charles Bukowski



Fragmentos:



      Jon-Luc no paraba de hablar. Hablaba de un modo enrevesado y dándoselas de Genio. Quizá fuera un Genio. No quería cabrearme por eso. Pero había tenido que aguantar Genios durante todos mis años de colegio: Shakespeare, Tolstoi, Ibsen, G. B. Shaw, Chejov, todos esos lelos. Y peor aún, Mark Twain, Hawthorne, las hermanas Brontë, Dreiser, Sinclair Lewis, todos te caían encima como un bloque de cemento y uno quería salir y huir, eran como padres tontos de remate, empeñados en seguir reglas y modales que acojonarían a un muerto.

***




      La primera agencia inmobiliaria a la que fuimos estaba en Santa Mónica. Se llamaba TwentySecond Century Housing. Jo, eso sí que era moderno.
      Sarah y yo bajamos del coche y entramos. Había un tipo joven detrás de una mesa, pajarita, una buena camisa a rayas, tirantes rojos. Iba de moderno. Estaba removiendo papeles en su mesa. Paró y levantó la vista.
      ―¿En qué puedo serviles?
      ―Queremos comprar una casa ―dije.
      El tipo joven giró la cabeza hacia un lado y continuó mirando en otra dirección. Pasó un minuto. Dos minutos.
      ―Vámonos ―le dije a Sarah.
      Volvimos al coche y lo puse en marcha.
      ―¿Qué ha pasado? ―me preguntó Sarah.
      ―No quería hacer negocios con nosotros. Nos echó un vistazo y pensó que éramos indigentes, despreciables. Pensó que le haríamos perder el tiempo.
      ―Pero eso no es cierto.
      ―Tal vez no, pero todo este asunto me ha hecho sentirme como si estuviera cubierto de mierda.
      Conducía el coche casi sin saber adónde iba.
De algún modo aquello me había dolido. Es verdad que estaba resacoso y que me hacía falta un afeitado y que siempre llevaba una ropa que por alguna razón parecía que no me caía bien y que quizá todos los años de pobreza me habían dado, sencillamente, un determinado aspecto. Pero no me parecía bien que se juzgara a un hombre desde fuera de ese modo. Yo prefería mil veces juzgar a un hombre por la forma que habla y actúa.

***



      Por fin, tras unas semanas a la caza de casa, la encontramos. Después del pago inicial, las mensualidades eran de 789,81 dólares. En la parte delantera había un enorme seto que daba a la calle, luego venía el jardín, así que la casa quedaba bastante al fondo del terreno. Parecía un sitio de puta madre para esconderse. Tenía incluso una escalera, un piso de arriba con dormitorio, cuarto de baño y lo que había de ser mi cuarto de escribir. Y habían dejado allí un escritorio viejo, una cosa vieja enorme y fea. Ahora, después de décadas, era un escritor con escritorio. Sí, sentí el temor, el temor de volverme como ellos. Pero tenía un contrato para escribir un guión. ¿Estaba condenado y acabado, estaban a punto de chuparme la sangre? Yo no lo veía de esa forma. ¿Pero alguien lo vio así alguna vez?

***



      Aquella noche sin Jon escuchando en el piso de abajo el guión comenzó a avanzar. Estaba escribiendo de un joven que quería escribir y beber, pero la mayor parte de su éxito lo tenía con la botella. El joven era yo. Aunque aquella época no había sido una época desdichada, había sido, en su mayor parte, una época de vacío y espera.

***







      Conduje en dirección norte por la autopista del Puerto hacia Hollywood Park. Llevaba jugando a los caballos más de 30 años. Había empezado después de mi casi fatal hemorragia en el Hospital del Condado de Los Ángeles. Me dijeron que si tomaba otra copa era hombre muerto.
      ―¿Qué voy a hacer? ―le pregunté a Jane.
      ―¿Con qué?
      ―¿Qué voy a usar como sustituto de la bebida?
      ―Bueno, están los caballos.
      ―¿Caballos? ¿Qué hace uno con los caballos?
      ―Apuestas a ellos.
      ―¿Apuestas a ellos? Parece estúpido.
      Fuimos y gané una barbaridad. Empecé a ir a diario. Entonces, lentamente, empecé a beber un poquito otra vez. Después bebí más. Y no me morí. Así que me quedé con ambos, con la bebida y los caballos. Estaba enganchado por todos lados.

***



      Volví al hipódromo. A veces me preguntaba qué estaba haciendo allí. Y a veces lo sabía. Por lo menos allí podía ver grandes cantidades de gente en su peor aspecto, y eso me mantenía en contacto con la verdadera esencia de la humanidad. La codicia, el miedo, la ira, allí estaba todo.

***




      Terminaron de anunciar las películas de próxima aparición y entonces empezó El baile de Jim Beam. Aparecieron los créditos. Y comenzó la película. La había visto en vídeo 3 o 4 veces y me la sabía bastante bien. Ah, era la historia de mi vida. ¿Quién más se la iba a tragar así? Pero en realidad no estaba pensada para que se refiriese a mí. Yo sólo quería mostrar qué vidas tan extrañas y desesperadas viven algunos borrachos, y yo era el borracho que conocía mejor.
      Algunos buenos bebedores ya me habían precedido. Eugene O´Neill, Faulkner, Hemingway, Jack London. El alcohol dio soltura al teclado de aquellas máquinas de escribir, les dio brillo y juego.
      La película continuaba.







Charles Bukowski. “Hollywood”. 2014, Editorial Anagrama.




No hay comentarios: