Fragmentos:
Jon-Luc
no paraba de hablar. Hablaba de un modo enrevesado y dándoselas de
Genio. Quizá fuera un Genio. No quería cabrearme por eso. Pero
había tenido que aguantar Genios durante todos mis años de colegio:
Shakespeare, Tolstoi, Ibsen, G. B. Shaw, Chejov, todos esos lelos. Y
peor aún, Mark Twain, Hawthorne, las hermanas Brontë, Dreiser,
Sinclair Lewis, todos te caían encima como un bloque de cemento y
uno quería salir y huir, eran como padres tontos de remate,
empeñados en seguir reglas y modales que acojonarían a un muerto.
***
La
primera agencia inmobiliaria a la que fuimos estaba en Santa Mónica.
Se llamaba TwentySecond Century Housing. Jo, eso sí que era moderno.
Sarah
y yo bajamos del coche y entramos. Había un tipo joven detrás de
una mesa, pajarita, una buena camisa a rayas, tirantes rojos. Iba de
moderno. Estaba removiendo papeles en su mesa. Paró y levantó la
vista.
―¿En
qué puedo serviles?
―Queremos
comprar una casa ―dije.
El
tipo joven giró la cabeza hacia un lado y continuó mirando en otra
dirección. Pasó un minuto. Dos minutos.
―Vámonos
―le dije a Sarah.
Volvimos
al coche y lo puse en marcha.
―¿Qué
ha pasado? ―me preguntó Sarah.
―No
quería hacer negocios con nosotros. Nos echó un vistazo y pensó
que éramos indigentes, despreciables. Pensó que le haríamos perder
el tiempo.
―Pero
eso no es cierto.
―Tal
vez no, pero todo este asunto me ha hecho sentirme como si estuviera
cubierto de mierda.
Conducía
el coche casi sin saber adónde iba.
De
algún modo aquello me había dolido. Es verdad que estaba resacoso y
que me hacía falta un afeitado y que siempre llevaba una ropa que
por alguna razón parecía que no me caía bien y que quizá todos
los años de pobreza me habían dado, sencillamente, un determinado
aspecto. Pero no me parecía bien que se juzgara a un hombre desde
fuera de ese modo. Yo prefería mil veces juzgar a un hombre por la
forma que habla y actúa.
***
Por
fin, tras unas semanas a la caza de casa, la encontramos. Después
del pago inicial, las mensualidades eran de 789,81 dólares. En la
parte delantera había un enorme seto que daba a la calle, luego
venía el jardín, así que la casa quedaba bastante al fondo del
terreno. Parecía un sitio de puta madre para esconderse. Tenía
incluso una escalera, un piso
de arriba con
dormitorio, cuarto de baño y lo que había de ser mi cuarto de
escribir. Y habían dejado allí un escritorio viejo, una cosa vieja
enorme y fea. Ahora, después de décadas, era un escritor con
escritorio. Sí, sentí el temor, el temor de volverme como ellos.
Pero tenía un contrato para escribir un guión. ¿Estaba condenado y
acabado, estaban a punto de chuparme la sangre? Yo no lo veía de esa
forma. ¿Pero alguien lo vio así alguna vez?
***
Aquella
noche sin Jon escuchando en el piso de abajo el guión comenzó a
avanzar. Estaba escribiendo de un joven que quería escribir y beber,
pero la mayor parte de su éxito lo tenía con la botella. El joven
era yo. Aunque aquella época no había sido una época desdichada,
había sido, en su mayor parte, una época de vacío y espera.
***
Conduje
en dirección norte por la autopista del Puerto hacia Hollywood Park.
Llevaba jugando a los caballos más de 30 años. Había empezado
después de mi casi fatal hemorragia en el Hospital del Condado de
Los Ángeles. Me dijeron que si tomaba otra copa era hombre muerto.
―¿Qué
voy a hacer? ―le pregunté a Jane.
―¿Con
qué?
―¿Qué
voy a usar como sustituto de la bebida?
―Bueno,
están los caballos.
―¿Caballos?
¿Qué hace uno con los caballos?
―Apuestas
a ellos.
―¿Apuestas
a ellos? Parece estúpido.
Fuimos
y gané una barbaridad. Empecé a ir a diario. Entonces, lentamente,
empecé a beber un poquito otra vez. Después bebí más. Y no me
morí. Así que me quedé con ambos, con la bebida y los caballos.
Estaba enganchado por todos lados.
***
Volví
al hipódromo. A veces me preguntaba qué estaba haciendo allí. Y a
veces lo sabía. Por lo menos allí podía ver grandes cantidades de
gente en su peor aspecto, y eso me mantenía en contacto con la
verdadera esencia de la humanidad. La codicia, el miedo, la ira, allí
estaba todo.
***
Terminaron
de anunciar las películas de próxima aparición y entonces empezó
El baile de Jim Beam.
Aparecieron
los créditos. Y comenzó la película. La había visto en vídeo 3 o
4 veces y me la sabía bastante bien. Ah, era la historia de mi vida.
¿Quién más se la iba a tragar así? Pero en realidad no estaba
pensada para que se refiriese a mí. Yo sólo quería mostrar qué
vidas tan extrañas y desesperadas viven algunos borrachos, y yo era
el borracho que conocía mejor.
Algunos
buenos bebedores ya me habían precedido. Eugene O´Neill, Faulkner,
Hemingway, Jack London. El alcohol dio soltura al teclado de aquellas
máquinas de escribir, les dio brillo y juego.
La
película continuaba.
Charles
Bukowski. “Hollywood”. 2014, Editorial Anagrama.
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