11
de diciembre
Antes
no tenía tiempo para nada, ahora tengo tiempo para todo. Vivía
montado en camiones y metros, obligado a recorrer la ciudad de norte
a sur por lo menos dos veces al día. Ahora me desplazo a pie, leo
mucho, escribo mucho, hago el amor cada día. En nuestro cuarto de
vecindad ya comienza a crecer una pequeña biblioteca producto de mis
hurtos y visitas a librerías. La última, la librería Batalla del
Ebro: su dueño es un español viejito llamado Crispín Zamora. Creo
que hemos simpatizado. La librería, por supuesto, está la mayor
parte del tiempo desierta y a don Crispín le gusta leer pero no
desdeña pasarse horas enteras hablando de lo que sea. También yo
necesito a veces hablar. Le confesé que visitaba sistemáticamente
las librerías del DF buscando a dos amigos desaparecidos, que robaba
libros porque no tenía dinero (don Crispín de inmediato me regaló
un ejemplar de Eurípides editado por Porrúa y traducido por el
padre Garibay), que admiraba a Alfonso Reyes porque no sólo sabía
griego y latín sino también francés, inglés y alemán, que ya no
iba a la universidad. Todo lo que le cuento le hace gracia, menos que
no estudie, pues tener una carrera es necesario. La poesía le
produce desconfianza. Al aclararle que yo era poeta, dijo que de
desconfianza no era en realidad la palabra exacta y que él había
conocido a algunos. Quiso leer mis poemas. Cuando se los traje noté
que se quedaba un poco perplejo, pero acabada la lectura no dijo
nada. Sólo me preguntó por qué utilizaba tantas palabras
malsonantes. ¿Qué quiere decir, don Crispín?, pregunté.
Blasfemias, groserías, tacos, insultos. Ah, eso, le dije, bueno, de
ser mi carácter. Al irme esta tarde don Crispín me regaló Ocnos,
de Cernuda, y me rogó que estudiara a aquel poeta, que también, por
cierto, tenía un carácter de los mil demonios.
Joaquín
Font, Clínica de Salud Mental El Reposo, camino del Desierto de los
Leones, en las afueras de México DF, enero de 1977. Hay
una literatura para cuando estás aburrido. Abunda. Hay una
literatura para cuando estás calmado. Ésta es la mejor literatura,
creo yo. También hay una literatura para cuando estás triste. Y hay
una literatura para cuando estás alegre. Hay una literatura para
cuando estás ávido de conocimiento. Y hay una literatura para
cuando estás desesperado. Esta última es la que quisieron hacer
Ulises Lima y Belano. Grave error, como se verá a continuación.
Tomemos, por ejemplo, un lector medio, un tipo tranquilo, culto, de
vida más o menos sana, maduro. Un hombre que compra libros y
revistas de literatura. Bien, ahí está. ese hombre puede leer
aquello que se escribe para cuando estás sereno, para cuando estás
calmado, pero también puede leer cualquier otra clase de literatura,
con ojo crítico, sin complicaciones absurdas o lamentables, con
desapasionamiento. Eso es lo que yo creo. No quiero ofender a nadie.
Ahora tomemos al lector desesperado, aquel a quien presumiblemente va
dirigida la literatura de los desesperados. ¿Qué es lo ven?
Primero: se trata de un lector adolescente o de un adulto inmaduro,
acobardado, con los nervios a flor de piel. Es el típico pendejo
(perdonen la expresión) que se suicidaba después de leer el
Werther.
Segundo:
es un lector limitado. ¿Por qué limitado? Elemental, porque no
puede leer mas que literatura desesperada o para desesperados, tanto
monta, monta tanto, un tipo o un engendro incapaz de leerse de un
tirón En busca del tiempo perdido, por ejemplo, o La montaña mágica
(en mi modesta opinión un paradigma de la literatura tranquila,
serena, completa), o, si a eso vamos, Los miserable o Guerra y paz.
Creo que he hablado claro, ¿no? Bien, he hablado claro. Así les
hablé a ellos, les dije, les advertí, los puse en guardia contra
los peligros a que se enfrentaban. Igual que hablarle a una piedra.
Otrosí: los lectores desesperados como las minas de oro de
California. ¡Más temprano que tarde se acaban! ¿Por qué? ¡Resulta
evidente! No se puede vivir desesperado toda una vida, el cuerpo
termina doblegándose, el dolor termina haciéndose insoportable, la
lucidez se escapa en grandes chorros fríos. El lector desesperado
(más aún el lector de poesía desesperado, ése es insoportable,
créanme) acaba por desentenderse de los libros, acaba
ineluctablemente convirtiéndose en desesperado a secas. ¡O se cura!
Y entonces, como parte de su proceso de regeneración, vuelve
lentamente, como entre algodones, como bajo una lluvia de píldoras
tranquilizantes fundidas, vuelve, digo, a una literatura escrita para
lectores serenos, reposados, con la mente bien centrada. A eso se le
llama (y si nadie le llama así, yo
le llamo así) el paso de la adolescencia a la edad adulta. Y con
esto no quiero decir que cuando uno se ha convertido en un lector
tranquilo ya no lea libros escritos para desesperados. ¡Claro que
los lee! Sobre todo si son buenos o pasables o un amigo se los ha
recomendado. Pero en el fondo ¡lo aburren! En el fondo esa
literatura amargada, llena de armas blancas y de Mesías ahorcados,
no consigue penetrarlo hasta el corazón como sí consigue una página
serena, una página meditada, una página ¡técnicamente perfecta! Y
yo se los dije. Se los advertí. Les señalé la página técnicamente
perfecta. Les avisé de los peligros. ¡No agitar un filón!
¡Humildad! ¡Buscar, perderse por tierras desconocidas! ¡Pero con
cordada, con migas de pan o guijarros blancos! Sin embargo yo estaba
loco, estaba loco por culpa de mis hijas, por culpa de ellas, por
culpa de Laura Damián, y no me hicieron caso.
Rafael
Barrios, café Quito, calle Bucareli, Mexico DF, mayo de 1977. Qué
hicimos los real visceralistas cuando se marcharon Ulises Lima y
Arturo Belano: escritura automática, cadáveres exquisitos,
perfomances
de una sola persona y sin espectadores, contraintes,
escritura a dos manos, a tres manos, escritura masturbatoria (con la
derecha escribimos, con la izquierda nos masturbamos, o al revés si
eres zurdo), madrigales, poemas-novela, sonetos cuya última palabra
siempre es la misma, mensajes de sólo tres palabras escritos en las
paredes (<<No puedo más>>, <<Laura, te amo>>
etc.), diarios desmesurados, mailpoetry,
projective verse,
poesía conversacional, antipoesía, poesía concreta brasileña
(escrita en portugués de diccionario), poemas en prosa policiacos
(se cuenta con extrema economía una historia policial, la última
frase la dilucida o no), parábolas, fábulas, teatro de lo absurdo,
pop-art, haikús, epigramas (en realidad imitaciones o variaciones de
Catulo, casi todas de Moctezuma Rodríguez), poesía-desperada
(baladas del Oeste), poesía georgiana, poesía de la experiencia,
poesía beat,
apócrifos de bp-Nichol, de John Giorno, de John Cage (A
year from Monday),
de Ted Berrigan, del hermano Antoninus, de Armand Schwerner (The
Tablets),
poesía letrista, caligramas, poesía eléctrica (Bulteau,
Messagier), poesía sanguinaria (tres muertos como mínimo), poesía
pornográfica (variantes heterosexual, homosexual y bisexual,
independientemente de la inclinación particular del poeta), poemas
apócrifos de los nadaístas colombianos, horazerianos del Perú,
catalépticos de Uruguay, tzantzicos de Ecuador, caníbales
brasileños, teatro Nô proletario... Incluso sacamos una revista...
Nos movimos... Hicimos todo lo que pudimos... Pero nada salió bien.
Roberto
Bolaño. "Los detectives salvajes". 2000, Anagrama.
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