SUEGRA.
Nana,
niño, nana
del
caballo grande
que
no quiso el agua.
El
agua era negra
dentro
de las ramas.
Cuando
llega al puente
se
detiene y canta.
¿Quién
dirá, mi niño,
lo
que tiene el agua,
con
su larga cola
por
su verde sala?
MUJER
(bajo).
Duérmete,
rosal,
que
el caballo se pone a llorar.
Las
patas heridas,
las
crines heladas,
dentro
de los ojos
un
puñal de plata.
Bajaban
al río.
¡Ay,
cómo bajaban!
La
sangre corría
más
fuerte que el agua.
MUJER.
Duérmete,
clavel
que
el caballo no quiere beber.
SUEGRA.
Duérmete,
rosal,
que
el caballo se pone a llorar.
MUJER.
No
quiso tocar
la
orilla mojada
su
belfo caliente
con
moscas de plata.
A
los montes duros
sólo
relincha
con
el río muerto
sobre
la garganta.
¡Ay
caballo grande
que
no quiso el agua!
¡Ay
dolor de nieve,
caballo
del alba!
SUEGRA.
¡No
vengas! Detente,
cierra
la ventana
con
ramas de sueños
y
sueño de ramas.
MUJER.
Mi
niño se duerme.
SUEGRA.
Mi
niño se calla.
MUJER.
Caballo,
mi niño
tiene
una almohada.
SUEGRA.
Su
cuna de acero.
MUJER.
Su
colcha de holanda.
SUEGRA.
Nana,
niño, nana.
MUJER.
¡Ay
caballo grande
que
no quiso el agua!
SUEGRA.
¡No
vengas, no entres!
Vete
a la montaña.
Por
los valles grises
donde
está la jaca.
MUJER
(mirando).
Mi
niño se duerme.
SUEGRA.
Mi
niño descansa.
MUJER
(bajito).
Duérmete,
clavel,
que
el caballo no quiere beber.
SUEGRA
(levantándose y muy bajito).
Duérmete,
rosal,
que
el caballo se pone a llorar.
***
LUNA.
Cisne
redondo en el río,
ojo
de las catedrales,
alba
fingida en las hojas
soy;
¡no podrán escaparse!
¿Quién
se oculta? ¿Quién solloza
por
la maleza del valle?
La
luna deja un cuchillo
abandonado
en el aire,
que
siendo acecho de plomo
quiere
ser dolor de sangre.
¡Dejadme
entrar! ¡Vengo helada
por
paredes y cristales!
¡Abrir
tejados y pechos
donde
pueda calentarme!
¡Tengo
frío! Mis cenizas
de
soñolientos metales,
buscan
la cresta del fuego
por
los montes y las calles.
Pero
me lleva la nieve
sobre
su espalda de jaspe,
y
me anega, dura y fría,
el
agua de los estanques.
Pues
esta noche tendrán
mis
mejillas roja sangre,
y
los juncos agrupados
en
los anchos pies del aire.
¡No
haya sombra ni emboscada,
que
no puedan escaparse!
¡Que
quiero entrar en un pecho
para
poder calentarme!
¡Un
corazón para mí!
¡Caliente,
que se derrame
por
los montes de mi pecho;
dejadme
entrar, ¡ay, dejadme!
***
NOVIA.
¡Ay
qué sin razón! No quiero
contigo
cama ni cena,
y
no hay minuto del día
que
estar contigo no quiera,
porque
me arrastras y voy,
y
me dices que me vuelva
y
te sigo por el aire
como
una brizna de hierba.
He
dejado a un hombre duro
y
a toda su descendencia
en
la mitad de la boda
y
con la corona puesta.
Para
ti será el castigo
y
no quiero que lo sea.
¡Déjame
sola! ¡Huye tú!
No
hay nadie que te defienda.
LEONARDO.
Pájaros
de la mañana
por
los árboles se quiebran.
La
noche se está muriendo
en
el filo de la piedra.
Vamos
al rincón oscuro
donde
yo siempre te quiera
que
no me importa la gente
ni
el veneno que nos echa.
Federico
García Lorca. “Bodas de sangre”. 2001, Ediciones Cátedra.
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