Fragmento
El
coronel Aureliano Buendía promovió treinta y dos levantamientos
armados y los perdió todos. Tuvo diecisiete hijos varones de
diecisiete mujeres distintas, que fueron exterminados uno tras otro
en una sola noche, antes de que el mayor cumpliera treinta y cinco
años. Escapó a catorce atentados, a setenta y tres emboscadas y a
un pelotón de fusilamiento. Sobrevivió a una carga de estricnina en
el café que habría bastado para matar a un caballo. Rechazó la
Orden del Mérito que le otorgó el presidente de la república.
Llegó a ser comandante general de las fuerzas revolucionarias, con
jurisdicción y mando de una frontera a la otra, y el hombre más
temido por el gobierno, pero nunca permitió que le tomaran una
fotografía. Declinó la pensión vitalicia que le ofrecieron después
de la guerra y vivió hasta la vejez de los pescaditos de oro que
fabricaba en su taller de Macondo. Aunque peleó siempre al frente de
sus hombres, la única herida que recibió se la produjo él mismo
después de firmar la capitulación de Neerlandia que puso término a
casi veinte años de guerras civiles. Se disparó un tiro de pistola
en el pecho y el proyectil le salió por la espalda sin lastimar
ningún centro vital. Lo único que quedó de todo eso fue una calle
con su nombre en Macondo. Sin embargo, según declaró poco años
antes de morir de viejo, ni siquiera eso esperaba la madrugada en que
se fue con sus veintiún hombres a reunirse con las fuerzas del
general Victorio Medina.
—Ahí
te dejamos a Macondo —fue
todo cuanto le dijo a Arcadio antes de irse—.
Te lo dejamos bien, procura que lo encontremos mejor. (...)
G.
García Márquez. “Cien años de soledad”. 1994, RBA Editores,
2 comentarios:
Soy de Macondo. Vuelvo allí a menudo desde todas mis guerras. Un saludo
Saludos de mi parte a los Buendía, José Luis. ;)
Y una abrazo para ti.
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