Frente al silencio.

Frente al silencio.

martes, 24 de febrero de 2015

Charles Bukowski.




12/09/91                                                     23.19 h.



No ha habido caballos hoy. Me siento extrañamente normal. Sé por qué Hemingway necesitaba las corridas de toros, le servían para enmarcar el cuadro, le recordaban dónde estaba y lo que era. A veces nos olvidamos, mientras pagamos los recibos del gas, cambiamos el aceite, etc. La mayoría de la gente no está preparada para la muerte, ni la suya ni la de nadie. Les sobresalta, les aterra. Es como una gran sorpresa. Demonios, no debería serlo. Yo llevo a la muerte en el bolsillo izquierdo. A veces la saco y hablo con ella: >>Hola, nena, ¿qué tal? ¿Cuándo vienes a por mí? Estaré preparado.>>

No hay que lamentarse por la muerte, como no hay que lamentarse por una flor que crece. Lo terrible no es la muerte, sino las vidas que la gente vive o no vive hasta su muerte. No hacen honor a sus vidas, les mean encima. Las cagan. Estúpidos gilipollas. Se concentran demasiado en follar, ir al cine, el dinero, la familia, follar. Sus mentes están llenas de algodón. Se tragan a Dios sin pensar, se tragan la patria sin pensar. Muy pronto se olvidan de cómo pensar, dejan que otros piensen por ellos. Sus cerebros están rellenos de algodón. Son feos, hablan feo, caminan feo. Ponles la gran música de los siglos y no la oyen. La muerte de la mayoría de la gente es una farsa. No queda nada que pueda morir.

Veréis: necesito los caballos. O pierdo mi sentido del humor. Una cosa que la muerte no soporta es que te rías de ella. La risa verdadera de ja fuera de combate las peores expectativas. No me río desde hace 3 o 4 semanas. Algo me está comiendo vivo. Me rasco, me retuerzo, miro a mi alrededor, intentando encontrarlo. El Cazador es listo. No lo ves. O no la ves.

Tengo que llevar el ordenador al taller. No os deleitaré con los detalles. Algún día sabré más de ordenadores que los propios ordenadores. Pero ahora mismo esta máquina me tiene agarrado por los huevos.

Conozco dos editores que están muy ofendidos por la existencia de los ordenadores. Tengo dos cartas suyas, y despotrican contra el ordenador. Me sorprendió mucho la amargura de sus cartas. Y el infantilismo. Soy consciente de que el ordenador no puede escribir por mí. Si pudiera, no lo querría. Pero estos dos tipos se enrollaban demasiado. Insinuaban que el ordenador no era bueno para el espíritu. Bueno, muy pocas cosas lo son. Pero yo estoy a favor de la comodidad; si puedo escribir el doble y la calidad es la misma, entonces prefiero el ordenador. Cuando escribo vuelo, enciendo fuegos. Cuando escribo saco a la muerte de mi bolsillo izquierdo, la lanzo contra la pared y la agarro cuando rebota.

Estos tíos piensan que tienes que pasarte la vida en la cruz, y sangrando, para tener alma. Te quieren medio loco, babeándote la camisa. Yo ya me he cansado de la cruz, tengo el depósito hasta arriba. Si puedo seguir bajado de la cruz, me queda combustible de sobra para continuar. Demasiado combustible. Que se suban ellos a la cruz, les daré mi enhorabuena. Pero el dolor no crea la escritura; la crea un escritor.

En cualquier caso, a llevar esto al taller, y cuando esos dos editores vean mi obra escrita a máquina otra vez, pensarán: <<Ah, Bukowski ha recuperado el alma. Esto se lee mucho mejor.>>

Ah, bueno, ¿qué sería de nosotros sin nuestros editores? O mejor aún, ¿qué sería de ellos sin nosotros?








Charles Bukowski. “El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco”. 2000, Editorial Anagrama.




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