FRAGMENTO
…¡No
sabes lo que le debo al Desolación! Gracias, te estaré agradecido
siempre por guiarme hasta este lugar donde lo he aprendido todo.
Ahora ha llegado el triste momento de volver a las ciudades y soy un
par de meses más viejo y existe toda esa humanidad y los bares y los
espectáculos y el amor valiente, todo cabeza abajo en el vacío.
¡Dios lo bendiga todo! Pero Japhy, tú y yo lo sabemos para siempre.
¡Oh, juventud eterna! ¡Oh, eterno llorar! —Abajo,
en el lago, aparecieron reflejos rosados de vapor celestial y dije—:
¡Dios mío, te amo! —Y
volví la vista al cielo y sentí de verdad lo que decía—.
Me he enamorado de ti, Dios mío. Cuida de todos nosotros. No importa
como sea.
A
los niños y los inocentes todo les da igual.
Y
siguiendo la costumbre de Japhy de doblar una rodilla y dedicar una
breve oración al lugar que dejaba, como cuando dejó la sierra, y en
Marin, y cuando ofreció una oración de gratitud al dejar la cabaña
de Sean el día en que iba a embarcarse, del mismo modo yo, al bajar
de la montaña con la mochila a cuestas, me volví y me arrodillé en
el sendero y dije:
—Gracias,
cabaña. —Y en seguida
añadí—: ¡Bah! —haciendo una mueca, porque sabía que aquella
cabaña y aquella montaña comprenderían lo que quería decir.
Después
di la vuelta y seguí sendero abajo de vuelta a este mundo.
Jack
Kerouac. “Los vagabundos del Dharma”. 1996, Editorial Anagrama.
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