Fragmentos.
I
La
literatura será autobiográfica o no será. Toda la producción
literaria de Bukowski es, siguiendo el postulado de Jules Michelet,
una lectura del yo. El escritor angelino se revela así como un autor
radicalmente moderno gracias a una reivindicación del individualismo
propio de la sociedad postmoderna, frente al carácter social de
otras épocas.
Decía
Francisco Umbral que lo autobiográfico sólo da para cuatro mil
folios, pero hay que conseguir que dé para cuarenta mil. El escritor
que ahonda en su interior tendrá ya garantizada para siempre su
creación, pues lo manantiales del yo nunca se secan y aseguran,
asimismo, la originalidad absoluta. La narración del yo frente a la
narración de los otros. Pero lo memorialístico, plasmado en la
escritura (sea ésta más o menos ficticia) no se comprende si se
desliga de la experiencia no sólo del creador, sino también del
lector. Ningún autor tiene mejor obra que su propia vida,
ficcionalizando lo autobiográfico y autobiografiando lo ficticio.
(…)
II
En
un momento dado de su carrera a Bukowski empiezan a lloverle ofertas
para declamar sus versos en locales públicos, primero en clubs
nocturnos de Los Ángeles y, más tarde, en librerías, centros
culturales e incluso universidades de todo el país. Los recitales
poéticos ofrecen muchas ventajas; son una nada despreciable fuente
de ingresos para un escritor siempre necesitado de dinero. Son
igualmente otra manera de dar lustre a la propia figura, por más que
Bukowski los menospreciara con un desganada <<sirven para pagar
el alquiler>>.
La
puesta en escena es siempre idéntica. Durante la noche y las horas
previas al recital necesita ingerir más cerveza y whisky de los
habituales. La inminencia del encuentro con el público le pone
exaltado, le desasosiega de una forma ante la que se resuelve
internamente. Cuánto mejor no sería estar en mi casa de Los
Ángeles, delante de mi máquina y con el legado de mis escritores
favoritos detrás, se dice. Si el desplazamiento debe hacerse en
avión las crisis de ansiedad se agudizan.
Junto
a la mesa con la lámpara y sus papeles, Bukowski exigirá siempre la
presencia de una nevera en el escenario. El electrodoméstico
consigue domesticar un poco su temperamento, le recuerda al familiar
frigorífico de su casa, a su propia cocina, además de contener el
suficiente número de botellines de cerveza como para dar de beber a
un regimiento. (…)
III
Bukowski
muere el 9 de marzo de 1994, cuarenta años después que un médico
del hospital del condado le explicara que fallecería si tomaba una
copa más.
Linda
lee reside aún en la vivienda de San Pedro que ambos compartieron.
No ha tocado nada en el estudio de trabajo del escritor, que
permanece inalterado desde el día de su muerte. A veces, cuando por
las ventanas entra la suave noche de Los Ángeles y la autopista es
una culebra fulgurante, Linda Lee sube a esa habitación y llora
porque siente todavía el olor a Bukowski. El olor de la literatura.
Juan
Corredor. “Charles Bukowski. Retrato de un solitario”. 2014,
Editorial Renacimiento.
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