Frente al silencio.

Frente al silencio.

sábado, 7 de febrero de 2015

Francisco Umbral.




Fragmento.




(…) Y entonces es cuando le he escrito una carta a mi mujer, no para que ella la lea, sino para meterla aquí, en este diario, como un testamento donde nada se testa, como una correspondencia más allá de la muerte, que es donde moramos ahora los dos:

Desde aquellas tardes, recuerda, en que la pequeña ciudad conducía sus ocasos a una apoteosis mediocre, hasta la luz de esta tarde, luz de aguas y más allá, hemos venido fraguando un hijo para la muerte, algo tembloroso que nacía de ti y de mí, tramado en noches de lluvia y días de labor, una claridad implícita de tu alma, una impaciencia asomada a mi papel, y eso hasta siempre, la identidad nacida de nuestros desvíos, el hijo sagrado y muerto. Mira cómo nos movemos ahora por el licor vacío de la tarde, o escribo en una máquina de hierro, infinitamente reacia, mira nuestra vida entera, desde la adolescencia con perros y portales, hasta la soledad amarilla, postestival, silenciosa, que nos llena de corredores internos, de laberintos desalojados, de ropa caída. Ni tú ni yo. No sé por qué escribo, por qué te escribo esta carta, por qué vuelvo a la cerca espinosa del idioma. No nos hemos matado, y justamente por eso estamos muertos, asistimos a nuestra ausencia, pasamos una y otra vez por el hueco incoloro de la nada. Entramos y salimos. Cruzamos puertas y ventanas que no nos conciernen. Nadie tan solo como yo. Ninguna tan nadie como tú. ¿Y ahora? Nos hemos quedado aquí para asistir a una posteridad de cielo y verano que nadie habita, viendo pasar la estela de la muerte, estela clara de espuma silenciosa, hasta su final de cometa, de estación o de agua.
Te juro que no. Y te escribo esta carta que voy a enterrar entre mis papeles, para que no la leas nunca, forzando el idioma para que el papel vuelva a ser un papel en blanco. De muerte a muerte, de nadie a nadie —qué somos ahora—, te escribo cartas vacías para hablarte de todo lo que hemos perdido, y van cayendo mis palabras, mis papeles, al vacío de sol y tiempo que se abre entre los dos, como un pozo que llega al cielo.









Francisco Umbral: “Mortal y rosa”. 1997, Ediciones Cátedra/Destino.





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