Frente al silencio.

Frente al silencio.

sábado, 2 de septiembre de 2017

Loida Ruiz Rodríguez




I


Que la vida mata a traición
que da puñaladas traperas
mazazos ciegos
golpes bajos y altos y

pero

sobre todo
la vida consume
quema
corroe
día a día
y qué paradoja
solo el paso de estos
hace que se mude
capa a capa
línea a línea
la piel que ardió
como el verso.

El problema
surge
cuando la quemadura
afecta
a órganos vitales.






II


Que tenía las manos más pequeñas
que habías visto jamás.
Lo dijiste.
Juntamos las palmas para comprobarlo
y reímos felices como niños.

Me dijiste que tenía las manos más bonitas
que habías visto nunca
de muñeca.

Y reímos
con el meñique
con el pulgar
con el corazón
como solo los niños ríen.

Lo dijiste.
A dos mil metros de altitud.
A tres grados de temperatura.
Es probable que nos sedujera la posibilidad
de tocar el cielo.

Ahora siento vértigo
bajo el nivel del mar
y tengo los dedos ateridos
de adverbios de modo.


¿Cuánto hemos descendido?

                          desde entonces







XXXVII


Amaba mi abuelo tanto su profesión que solo arreglaba relojes con la mano izquierda. Porque su maestro, manco de la derecha, le dijo que para atrasar o adelantar el tiempo, detenerlo era imposible, no se necesitaba más que el lado del corazón. Y no pretendió ser más que él, ni menos.
Era el único relojero en un pueblo que perdió la guerra y las esperanzas. Y quiso Dios o Marx o quién sabe, que el reloj de la iglesia se parase.
Se negaba el párroco a que mi abuelo lo arreglara. Se negaba mi abuelo a entrar en el edificio.
Pero no era raro verlos al caer la tarde en la barra del bar, entre chato y chato de vino, hablando el uno con el otro de literatura y tendiendo puentes de letras entre dos orillas tan lejanas.
De noche ya, tenía que aparecer mi abuela a recogerlo. El cura continuaba la fiesta no tenía mujer -visible- que lo ayudara a volver a casa.
Y la lucha continuaba ahora, entre sábanas, donde se entablaba otra batalla.

El reloj continuó parado mucho tiempo. Hasta que vino un relojero de otro pueblo a repararlo.

El matrimonio de mis abuelos no se paró, ya se encargaba él de darle cuerda.





Loida Ruiz Rodríguez. 2017, del poemario inédito "Respondiendo a Kipling".




1 comentario:

Juan A. dijo...

En los oscuros desvanes de la memoria.