No
mucho después de mi regreso a Nueva York (julio de 1974), un amigo
me contó la siguiente historia. Tiene lugar en Yugoslavia, durante
lo que serían los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial.
El
tío de S. era miembro de un grupo partisano serbio que luchaba
contra la ocupación nazi. Un día, sus camaradas y él amanecieron
rodeados por las tropas alemanas. Se habían refugiado en una granja,
en un lugar perdido del campo, y la nieve alcanzaba casi medio metro
de altura: no tenían escapatoria. No sabiendo qué hacer, decidieron
echarlo a suertes: su plan era salir de la granja uno a uno corriendo
a través de la nieve para intentar salvarse. De acuerdo con los
resultados del sorteo, el tío de S. debía salir en tercer lugar.
Vio
por la ventana cómo el primer hombre corría por la nieve. Desde
detrás de los árboles dispararon una ráfaga de ametralladora. El
hombre cayó. Un instante después, el segundo hombre salió y le
ocurrió lo mismo. Las ametralladoras disparaban a discreción: cayó
muerto en la nieve.
Entonces
le llegó el turno al tío de mi amigo. No sé si vacilaría en la
puerta. No sé qué pensamiento lo asaltaría en aquel momento. La
única cosa que me han contado es que echó a correr, abriéndose
paso a través de la nieve con todas sus fuerzas. Parecía que la
carrera no tenía fin. Entonces sintió de repente dolor en una
pierna. Un segundo después un calor insoportable se extendió por su
cuerpo, y un segundo después había perdido el conocimiento.
Cuando
se despertó, se encontró tendido boca arriba en el carro de un
campesino. No tenía ni idea de cuánto tiempo había transcurrido,
no tenía ni idea de cómo lo habían salvado. Simplemente había
abierto los ojos: y allí estaba, tumbado en un carro que con un
caballo o un mulo arrastraba por un camino rural, mirando la nuca de
un campesino. Observó esa nuca durante algunos segundos, y entonces,
procedentes del bosque, se sucedieron violentas explosiones.
Demasiado débil para moverse, continuó mirando la nuca, y de
repente la nuca desapareció. La cabeza voló, se separó del cuerpo
del campesino, y, donde un momento antes había habido un hombre
completo, ahora había un hombre sin cabeza.
Más
ruido, más confusión. Si el caballo seguía tirando del carro o no,
no lo puedo decir, pero, pocos minutos o pocos segundos después, un
gran contingente de tropas rusas bajaba por la carretera. Jeeps,
tanques, una multitud de soldados. Cuando el oficial al mando vio la
pierna del tío de S., rápidamente lo envió al hospital de campaña
que habían montado en lo alrededores. Sólo era una choza
tambaleante de madera: un gallinero, quizá el cobertizo de una
granja. Allí el médico del ejército ruso dictaminó que era
imposible salvar la pierna. Estaba destrozada, dijo, y había que
amputarla.
El
tío de mi amigo empezó a gritar. <<No me corte la pierna>>,
imploró. <<Por favor, se lo suplico, ¡no me corte la
pierna!>>, pero nadie le escuchaba. Los enfermeros lo sujetaron
con correas a la mesa de operaciones, y el médico empuñó la
sierra. Ya rasgaba la sierra la piel cuando se produjo otra
explosión. el techo del hospital se hundió, las paredes se
derrumbaron, el local entero saltó hecho pedazos. Y una vez más, el
tío de S. perdió el conocimiento.
Cuando
despertó esta vez, estaba acostado en una cama. Las sábanas eran
limpias y suaves, el olor de la habitación era agradable, y aún
tenía la pierna unida al cuerpo. Un momento después, miraba la cara
de una joven maravillosa, que sonreía y le daba un caldo a
cucharadas. Sin saber qué había sucedido, de nuevo había sido
salvado y trasladado a otra granja. Cuando volvió en sí, durante
algunos minutos, el tío de S. no estuvo seguro de si estaba vivo o
muerto. Le parecía que a lo mejor había despertado en el paraíso.
Se
quedó en la casa mientras se recuperaba y se enamoró de la joven
maravillosa, pero aquel amor no prosperó. Me gustaría decir por
qué, pero S. nunca me contó detalles. Lo que sé es que su tío
conservó la pierna y, cuando terminó la guerra, se trasladó a
Estados Unidos para empezar una nueva vida. No sé cómo (no conozco
bien los pormenores), acabó en Chicago de agente de seguros.
Paul
Auster. "Experimentos con la verdad". 2000, Anagrama.
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