II
Yo
volvía del colegio y era un niño
caminando
por la acera de mi barrio
con
toda mi conciencia para mí
como
un parque recién inaugurado.
Entonces
jugaba siempre el mismo juego
en
mi mente había un botón
que
yo pulsaba.
Los
coches se quedaban congelados
los
pájaros en pause
los
niños a mitad del tobogán
los
abuelos a punto de entregar la receta en la farmacia
hasta
la lluvia se quedaba suspendida
como
si las gotas estuvieran cosidas en el aire.
Entonces
yo corría en todas direcciones
me
montaba en los coches que me daba la gana
merendaba
gratis en las pastelerías
pintaba
tonterías en la cara de los señores serios
levantaba
la falda a cuadros del misterio
ganaba
por una vez mi partida contra el mundo.
Muchos
años después
juego
a escribir poemas
es
el único modo que he encontrado
de
pulsar ese botón de vez en cuando.
Algo
más que poner
el
lavavajillas
<<La
cotidianidad nos tiende diariamente
una
telaraña en los ojos>>.
Espantapájaros,
OLIVERIO GIRONDO
Quisiera
traer del pescuezo
una
vaca naranja algunos días
colocarla
en mitad del salón
justo
delante de tus ojos
y
decirte ¡mira!
Me
gustaría construir el Taj Mahal mañana
encima
de la estantería
con
las páginas de todos estos libros que acumulo
en
los que me sigo mirando, ¡qué pesado!
como
si las palabras fueran aspirinas.
Quisiera
sacar fuerzas para robar una estera colorista
al
jefe supremo de la tribu de los yanomami
y
ponerla debajo de tus pies dormidos
justo
un segundo antes de que pises el parqué
tan
lleno de arañazos.
Qué
grande si tus cansados ojos al llegar del curro
pudieran
contemplar cómo termino el Guernica
en
la pared del baño.
Si
un martes cualquiera por la noche
fuera
capaz de representar Hamlet
en
un inglés completely perfect
yo
solito haciendo de príncipe, de Ofelia, de espectro
y
también de calavera.
Ojalá
supiera tocar un instrumento que no existe
o
mejor aún, fabricarte un saxofón, tu favorito,
con
todas las latas de atún en aceite vegetal
que
nos comemos.
Pero
no puedo
estoy
cansado
el
tiempo es un ejército
de
yaveremos y de mañanahablamos
y
me mata con esa rara constancia
de
la mancha en la pared.
Así
que a falta de verdaderos logros
te
ofrezco lo poquito que atesoro
mi
torpe pero honrado patrimonio:
esta
lengua, esta nariz, estas orejas
y
estos dos ilusionados ojos
que
a tu lado tienen ganas
de
mirar esta película del mundo
hasta
que ascienda tarde
ya
muy tarde
lentamente
y poco a poco
la
palabra FIN
del
horizonte.
Ouija
Yo
era el niño más cobarde de mi barrio
y
quizá también de mi planeta.
Me
mataban de miedo todos los espíritus
que
brillaban en la noche inmensa de mis nueve años.
Mira
ahí estoy yo
con
mi pijama de lágrimas
el
que está fabricando un escudo con la sábana
deseando
que se haga de día cuanto antes.
¿Qué
hace un niño
rogándole
al fantasma de su madre
que
no se le aparezca?
Pero
el miedo también es un país
y
tiene límites
no
sospechaba, entonces, que las cosas
tuvieran
la extraña costumbre de acabarse.
Se
acabó aquel niño asustadizo
y
llegó esta angustia con barba y nubarrones.
De
aquellos cuervos retorcidos solo queda
la
jaula vacía que son estos poemas.
Hoy
puedo ver pelis de terror mientras bostezo
y
repaso la clase de mañana.
De
vez en cuando cruza un fantasma este salón
y
yo saludo pero no hago caso.
Las
almas de los muertos se cansaron de seguirme
desde
que empezó a matarme de miedo
precisamente
la posibilidad contraria:
que
no existieran.
Por
eso
Las
reglas son las reglas
no
se puede abrazar a una madre muerta
sobre
todo si condición de muerta
ya
tiene bastantes años.
No
se puede pasar la mano
por
encima de sus hombros
ni
guiñarle un ojo
al
menos sin haber enloquecido previamente.
Imposible
entrar descalzo
en
el jardín que alimenta sus cenizas
sin
clavarse la estúpida realidad
y
sangrar cientos de panteras inútiles.
No
se puede convencer a los gusanos
de
que se busquen a otra.
No
te dejan poner una hamaca en su vientre
regalarle
unos pulmones por su cumpleaños
mirar
sus ojos y decirle buenas noches.
No
se puede discutir con ella
convencerla
de que se despierte
no
contesta.
Por
eso escribo.
Miguel
Martínez. "Viajes a una fresa". 2017, Algaida Editores.
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