Frente al silencio.

Frente al silencio.

lunes, 25 de septiembre de 2017

Pedro Juan Gutiérrez




      Merodeó un poco por el mercado, preguntó y consiguió ayudar a estibar un camión de plátanos, después otro. Tuvo trabajo hasta el mediodía. Ganó veinte pesos. Se robó unos plátanos maduros, unos mangos casi podridos y un puñado de limones. Cuando llegó a casa de Fredesbinda con todo eso, ella se alegró:
      ―Ay, titi, ¡tú eres El Rey de La Habana!
      ―Jejejé se sonrió muy orondo, orgulloso de su faena.
      ―¡El Rey de La Habana! repetía Fredesbinda, atragantándose de plátanos y mangos.
      Así pasaron los días. Él, muy disciplinado, se levantaba de noche aún y se iba a descargar camiones al mercado. Le gustaba aquel olor a frutas y vegetales maduros y podridos, los chistes brutos de los otros estibadores, los campesinos azorados que llegaban con los camiones, mancharse de tierra roja con las yucas y los boniatos. Fue perfeccionando el robo. Ahora ponía un saco en algún rincón oscuros y lo llenaba poco a poco. Antes de que amaneciera agarraba el saco, salía por la puerta de atrás y se lo llevaba a Fredesbinda, que ya lo esperaba.
      ―¡Ahí viene El Rey de La Habana!
      ―Reynaldo na´más. Reynaldo na´más.
      ―No, papi, no. Tú eres El Rey de La Habana.
      A veces el saco sólo contenía pepinos y ajos. Otras veces solo melones y calabazas. De todos modos, Fredesbinda los vendía y hacían unos pesitos más. Rey cada día era más hábil. La fiesta duró un par de semanas. Ahora estaba más fuerte, mejor alimentado, musculoso, y un poco más alegre. Le bombeaba su semen a Fredesbinda dos o tres veces al día. La vieja también había olvidado el posible drama de su hija en Italia. ¿Seducida y abandonada? ¿O seducida y explotada?
      Todo lo que comienza termina. Una madrugada apareció un policía en la puerta del mercado, en el momento exacto en que Rey salía con su saco repleto de vegetales. Lo habían denunciado. El policía se le acercó a paso rápido y le insto:
      ―Ciudadano, deténgase y muestre su carnet de identidad.
      Rey se aterró tanto que ni pensó lo que hacía. Lanzó el saco contra el policía. Lo derribó al suelo y salió corriendo en dirección opuesta. Corrió como un demonio, llegó a San Lázaro y siguió por el parque Maceo hasta el Malecón. Muy asustado, se sentó a mirar si lo seguían. No. Nadie. Amanecía lentamente. A los pocos minutos ya andaban por allí los primeros pajeros del día. Cazaban a las mujeres que pasaban solas y apresuradas hacia sus trabajos. Les mostraban la pinga y se masturbaban. Siempre se colocaban junto a una columna o en el túnel bajo la avenida del malecón. Sabían hacerlo. Eran expertos. Se calentaban hasta que pasaba alguna muy especial y delante de ella soltaban su semen. Se limpiaban y se iban caminando o en bicicleta.
      Cuando el sol apretó un poco, Rey salió caminando. No sabía adónde. No podía volver al mercado. La capilla de La Milagrosa estaba abierta. En los escalones de entrada algunos pedían limosnas con los santicos en las manos. Rey se sentó allá a observar. <<Creo que coy a buscarme un santico otra vez>>, pensó. La cola del camello estaba sabrosa. Los camellos pasaban con rapidez, cada diez minutos. En cada uno doscientas personas, sudando y rabiando unos encima de otros. Sexo, violencia y lenguaje de adultos. Pero la cola seguía igual. No disminuía. Una avalancha tras otra de gente. Él observaba a dos negritos carteristas que aprovechaban cuando el camello llegaba. Todos se precipitaban en tropel a subir, dándose codazos, empujando, apurados. Los negritos metían las manos en las bolsas, en los bolsillos, y la gente los percibía. Hicieron zafra. Robaron por lo menos seis carteras y se perdieron de allí. Eran muy hábiles. A Rey le gustó aquello, y pensó: <<Parece fácil, pero yo soy muy torpe para meterme a carterista. Es un vacilón porque no hay que romperse el lomo cargando sacos, pero...>>








Pedro Juan Gutiérrez. "El Rey de La Habana". 1999, Anagrama.



No hay comentarios: