Frente al silencio.

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miércoles, 30 de agosto de 2017

Juan Manuel de Prada (II)




EL COÑO DE LA GITANILLA



      Las familias gitanas llegan a mi ciudad con la primavera, después de un itinerario de noches pasadas a la intemperie y mañanas malgastadas en los mercadillos, regateando el precio de su mercancía. Las familias gitanas llegan en sus carromatos, que parecen embarcaciones a punto de naufragar o bazares nómadas, mareados de baches y del vino peleón que guardan en las garrafas. De los carromatos tira una mula exhausta, vacunada de mil y unas mataduras, que a duras penas soporta el peso de la familia y sus bártulos; bajo el toldo de lienzo, junto al abuelo que corta en rodajas un salchichón con su navaja de plata, junto a los hermanos unánimes como aceitunas, junto a la madre de moño y faralaes, viaja Milagros, mi gitanilla predilecta, con quien me reúno por las noches, aprovechando que su familia se ha juntado con otras familias en los descampados de la ciudad, al calor de la lumbre. Milagros me lleva a su carromato (la mula duerme de pie y sueña en vía recta, porque las anteojeras no le permiten soñar a los lados) y me invita a meterme dentro, donde apenas hay espacio entre las cazuelas y peroles y marmitas que los gitanos arrastran en su éxodo. Milagros es bella y cobriza (también los cacharros son de cobre, y arman un gran estruendo al chocar entre sí), antigua y silenciosa como las pirámides. Sus ojos me miran, antes del amor, con esa tristeza misteriosa que acompaña a las razas proscritas, y a veces vierten una lágrima retenida desde la primavera anterior.
      ―Ven, payito mío.
Sé que estamos infringiendo los reglamentos del clan, y sé que si sus hermanos nos sorprendieran, nos darían muerte allí mismo, pero el riesgo acrecienta nuestro deseo y nos enaltece con un cierto prestigio de mestizaje. Entro en el coño de Milagros, un coño profundo, moreno de generaciones y soles lejanos, y siento como si entrase en un templo de la Antigüedad, en una piel milenaria que se ajusta a mi carne. El coño de Milagros, mi gitanilla predilecta, es un coño empachado de estrellas, un coño que refulge en la oscuridad con viscosidad grata, como de lagarto amaestrado o lagarto salvaje. Follar con Milagros es como follar con Eva, con Agar, con la mujer de Lot, con Santa María Egipciaca, como follar con una legión de mujeres que han conocido el destierro y el peregrinaje por caminos que sólo transitan las alimañas, como follar con la tierra misma de la que procedemos (y, quizá en el fondo de su coño, Milagros guarde un puñado de tierra en el que se mezclen todas las geografías del mundo). Milagros llora en el trance del orgasmo, y sus lágrimas parecen joyas de una bisutería lenta. En su coño, deposito el regalo blanco de mi juventud, mientras los peroles de cobre se incorporan a nuestra algarabía, y en seguida me marcho, no sea que sus hermanos me sorprendan.
      Al salir, despierto a la mula. He oído desde lejos sus relinchos, y la he visto piafar, como si fuese una yegua.






Juan Manuel de Prada. "Coños". 1997, Valdemar.




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