90
años menos
Si
tuviera noventa años menos no escribiría ni viviría en este lugar
que me engulle como un pelícano, y bebería más, mucho más.
Intentaría ser pintor, mi ciudad sería Berlín y pasearía de la
mano de la baronesa Meyer, una joven desclasada tras su temprano
matrimonio con un aprendiz de artista, por aquel entonces yo,
fabulado yo.
Si
tuviera noventa años menos y estuviera casado con la baronesa, iría
todas las tardes a tomar cerveza con Otto Dix (para verlo pintar,
echarle un cable y debatir, siempre debatir, sobre la situación
política de Alemania y la necesidad del compromiso). Seguramente él
y su mujer me recomendarían que me olvidase del asunto, que no fuera
gregario y que me dedicara a pintar encerrado en mi pequeño estudio.
Pero no les haría caso. Mi mujer, la baronesa, sería militante del
KPD y amiga de Rosa Luxemburgo. Yo no sé si al final me
comprometería, pero odiaría profundamente a los camisas pardas de
las SA y me daría miedo el futuro.
Si
tuviera muchos menos años de los que tengo hoy, si tuviera, por
ejemplo, esos noventa menos de los que os hablo, sería un diletante
admirador de los genios de Die Brücke y un pintor solitario, enemigo
de las modas. Llevaría una vida espartana junto a mi mujer y
escucharíamos jazz. Leeríamos toda la noche a la luz titilante de
un candil de aceite y jamás pasaríamos frío. Nuestra vida correría
paralela al pulso del mundo y no le daríamos la espalda a la
violencia. Seríamos pintores hiperviolentos, lectores
hiperviolentos, poetas hiperviolentos… Sujetos de torcido. Y solo
nos iríamos del país cuando todo se viniera abajo y los nazis
alumbraran su reinado quemando libros, montañas y montañas de
libros. También lloraríamos. Aspiraríamos a ser valientes.
Si
tuviera noventa años menos y fuera un joven pintor alemán, le
besaría la barrigota a Paula Modersohn-Becker y cuidaría de su hija
tras su muerte. También le quitaría las ganas de pegarse un tiro en
el corazón a Kirchner. Sonreiría cada mañana al salir el sol y
abriría las ventanas de par en par. Sé que no me gustaría lo que
vería en las calles (niñas prostituidas, mutilados de guerra,
judíos increpados por la turba nazi) pero lucharía por mantenerme
intacto. La baronesa y yo viviríamos encerrados en un amor parecido
a una cueva. Si tuviera noventa años vería Europa hecha cenizas y
tal vez huyera lejos, muy lejos, por ejemplo junto a Stefan Zweig,
pero jamás me mataría. La vida sería dura, tal vez irrespirable, y
quizá desearía tener otros noventa años menos para ser otro joven
escritor que pasase la vida encerrado en su habitación prusiana, a
salvo del mundo, mientras el amor devora sus entrañas.
Si
tuviera noventa años menos y no hiciera este frío, tal vez, solo
tal vez, supiera quién soy yo.
Juan Cruz López. 2017, relato enviado por su autor, por el privado del Facebook, a petición mía. También puede leerse, junto con otro del mismo autor, y otras muchas más publicaciones de distintos escritores, en el Suplemento final de Groenlandia 17. Aquí:https://issuu.com/revistagroenlandia/docs/suplemento_final_groenlandia_17
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