VISIÓN
EN LA MAÑANA
Después
de muchos años,
pasé
en un autobús hoy por la puerta
de
mi casa de niño, mientras iba
a
algún otro lugar de la ciudad.
La
casa sigue en pie, con su aspecto de entonces,
aunque
desvencijada y ya sin nadie.
Unos
momentos sólo
tuve
para mirarla, y entreví
a
mi madre que, aún joven, salía sonriente
de
ese portal, conmigo de la mano,
hacia
un día del mundo.
El
sol de la mañana cayó sobre nosotros
y
luego nos borramos en la luz.
UN
GRAN SILENCIO
Hay
después del poema un gran silencio,
pero
no de final, de algo que acaba,
sino
un silencio vivo, como de bosque o de templo.
AQUELLOS
AÑOS
Olor
de aquellos años de mi infancia,
olor
en blanco y negro,
que
a mí no me impedía respirar lo absoluto.
Impregnaba
de un modo la ciudad
que
está dentro de mí y no acierto a decirlo.
Era
un olor, no sé, pequeño y provinciano,
de
oficios muy antiguos, de talleres oscuros.
Estaba
todo entonces un poco viejo y roto,
manga
por hombro y desgastado por la vida.
Lo
único que olía siempre a nuevo
era
la luz del sol cada mañana.
Al
caer en mi barrio redimía sus calles
y
tocaba las cosas a fondo, una por una,
con
dulzura y piedad.
SIN
EDAD
en
este cuerpo mío que envejece
habita
el hombre sin edad que soy.
Cuánta
melancolía. Y cuánta dicha.
No
sabría decir si, de las dos,
una
descuella, pues ninguna acaso
quiere
imponerse: se entrelazan ambas
en
un sentir más hondo y sin origen.
Los
años han caído uno tras otro
―o
de golpe tal vez―
sobre mi espalda,
pero
no sobre mí, que estoy a salvo
en
el ser interior que me sustenta.
Miro
la noche cálida y silente,
cuajada
de luceros que rebullen
allí
arriba, remotos, y transforman
en
luz también, en lumbre de sosiego,
cuanto
se acoge a sus rediles altos.
Noche,
noche secreta, noche oculta.
¿Tan
secreta? Sí, hermética, enclaustrada
en
su abrirse ante todos, en su darse.
Quien
en mí la contempla no soy yo
―que
ando perdido en mis meditaciones
y
no sé cómo estoy balbuceándola―;
es
el de siempre y el de nunca, ese
que
fue muchacho y hombre adulto y ahora
atisba
ya el declive, sin edad,
alguien
que está en el mundo y que lo canta
desde
un asombro sucesivo y quieto.
ANDANDO
EN LA MAÑANA
¿Me
encuentro aún en la vida o dónde estoy
esta
mañana que no acaba nunca?
Cae
la luz en mi edad, sobre mis años
y
mi cabeza cana. ¿No me veis?
Voy
por el campo, y en algún camino
me
crucé hace un momento al niño aquel
que
me miró y sabía. Y esa casa
que
refulge de cal allí, a lo lejos,
entre
encinas y almendros, ¿no es la misma
que
una vez tuve y desde entonces siempre
en
cierto modo habito? Sí, mirad.
El
sol todo lo enciende; canta un pájaro
y
sostiene lo eterno con sus trinos.
Eloy
Sánchez Rosillo. “Quién lo diría”. 2015, Tusquets editores.
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