Monos
de mi biografía
Daría
un brazo
porque
mi hermano encontrase esta casa,
entrase
y se sentase enfrente de mí,
en
esta fría cocina de azulejo,
a
hablarme de si prefiere el café solo,
de
qué tal le ha ido en el dentista
y
esas cosas.
La
última vez que yo viví algo parecido
aceptaba
la cara de Ronald Reagan
como
la de El hombre,
los
posters de mi habitación
eran
de Sabrina Salerno
y
rezaba sin falta cada noche
a
mi buen Dios.
(Recuerdo,
un día, jugando a los cromos,
a
un amigo de la pandilla
que
dijo ver un ovni.
Yo
le creí.
Hoy
dice ver uno cada telediario
y
yo le sigo creyendo,
otra
cosa es que no quede con él para comer.)
Mi
hermano encontrará esta casa.
al
fin daré con mi sangre compartida,
con
esa piel favorita,
y
lo haré lleno de dicha
mientras
él se quita el bisoñé
para
que lo despoje
en
lo que se come una tortilla
que
le acabo de hacer
toda
con kétchup, mostaza y salsa brava.
Yo
pago mis impuestos y tú eres
mi
enfermera de noche
Primero
me dieron unos sobres
que
sabían a mierda mezclada con polvorón.
Al
tiempo que los tomaba
contaba
las gotas que caían del suero.
Tú
me llevaste al cuarto de baño,
recuerdo
que agarraste mi brazo
y
avanzamos a paso lento hasta llegar.
Una
vez allí abriste mi ano
y
me pusiste un enema.
Dijiste
que tenía que aguantar
al
menos hasta contar del uno al diez.
Luego
examinaste mis excrementos
con
una dedicación exquisita.
Te
pregunté tu nombre
y
te di dos besos,
y
después te fuiste
para
siempre.
Julio
Iglesias y yo
¿Sabes,
Masa?
Tanto
Julio Iglesias por aquí
y
Julio Iglesias por allá
y
mírame ¿Qué soy, Masa, amigo?
¿Qué
soy más que una sucesión
de
hijos que hacen el ridi por la tele?
Yo
no soy el que cantó Gwendoline
ni
a Manuela ni a Nathalie,
ni
el tercer portero del Real Madrid.
Yo
sólo soy mis ex, los relojes, Miami
y
la sucesión de hijos que te he contado
entre
los que se encuentra papuchi,
que
en gloria esté,
también
fue hijo mío, amigo Masa.
Me
miro en el espejo y me digo a mí mismo:
Han
pasado casi 40 años
y
aquí estoy, wea, con esta rubia impresionante
bebiendo
champán y comiendo marisco.
Dios
mío, ya nada me sabe a nada.
¿Ves
esas criaturas más que juguetean
entre
los columpios y la arena?
A
veces me pregunto si existen, y sí
sé
que terminarán como todos los demás
diciendo
que quieren a papi.
Cada
mañana me miro al espejo e imagino
mi
Galicia tierna
con
sus prados verde BMW cabrio,
recuerdo
que tuve una niñez y que me convertí
en
el nexo entre España y lo que nos mola
de
verdad, pero no soy nada,
sólo
quiero vivir contigo y con Ceci.
No
llores, Julio, le dije
y
me abracé a él llorando.
Tanto
es así que, mira,
parecíamos
dos irracionales
que
se iban a morir mañana.
Lithium
A
menudo vienen a mi mente
esas
dos estudiantes
que
se lanzaron al vacío
desde
el punte de Segovia
hace
unos cuantos años
un
día de primavera
porque
querían pasar la eternidad con Kurt.
Pienso
en lo que pasaría por sus cabezas
durante
esos segundos de caída.
Llevo
viviendo toda mi madurez
en
esos segundos y no veo
a
Kurt Cobain por ninguna parte,
sólo
respiro sin saber muy bien
si
será la última o la penúltima vez que lo hago.
A
veces, durante la caída, me enciendo
un
cigarro y meto un café en el micro.
No
espero que nadie venga a salvarme
ni
siquiera ella, el único amor de mi vida.
Hoy,
antes de dejarla en la cama,
la
he dado una media de
doscientos
besos.
Pienso
en qué pensarían esas adolescentes,
en
sus cabecitas llenas de sueños por cumplir,
en
las velas de la tarta que soplaron
cuando
tenía seis años
y
aún creían en los Reyes Magos,
en
todo el amor que podían haber dado
al
mundo,
en
los hijos que no tuvieron y que, hoy
desde
algún extraño lugar
lloran
sus muertes.
Era
un día de primavera, igual que hoy.
Taparon
sus restos con mantas blancas
a
las que les faltaba grosor,
la
sangre joven y podrida podía verse
a
través de ellas.
Estoy
respirando en esos inciertos segundos
donde
el tiempo se detiene.
Y
no sé qué es hoy, qué fue ayer, qué es mañana,
mis
ojos le pertenecen
a
Ella que, quién sabe,
quizá
ahora también esté suspendida
en
alguno de esos segundos,
de
mi mano, antes de que suene cloc
y
los coches empiecen a frenar en seco.
Éramos
esas dos jóvenes cargadas
con
libros de escuela
en
las mochilas que le regalaron sus padres.
Lloro.
Lloro mucho.
Levanto
la vista del cigarro y veo a Kurt Cobain.
Me
dice que lo siente.
Yo
le digo “No pasa nada, hombre”.
Entonces
me dice: Enciende el ampli,
quiero
hacer un grupo contigo,
vamos,
saca la guitarra esa que tienes,
esa
Fender que te regaló mamá
por
cortarte el pelo,
desempolva
el amplificador Marshall.
Insiste:
Vamos, tronch, tengo prisa:
Hagamos
una nueva versión de Lithium
y
mandemos a cagarla
a
este arco iris.
Todo
es tan bored.
Natación
Hoy
creí que moriría
y
que al final me quedaría sin cumplir los 36 años
pero
no me he muerto
y
he pensado: Qué bien,
aún
puedo nadar.
He
recordado a mi profesor de natación.
Era
un hombre joven y musculoso.
Un
día me soltó donde me cubría y,
hostias,
nadé.
Vaya
si nadé,
hasta
el otro lado de la piscina
y
comprendí que sólo
hacía
falta mover brazos y piernas.
Vaya
si nadé, joder.
Una
vez en tierra ya fue
cuando
comprendí mi hazaña,
nadar
hasta dejar detrás de uno el miedo
y
toda esa mierda.
Los
muertos
“ En
los valles del Clidán y del Tiall llamaban
Último
adiós a una mirada.
El
ataúd se depositaba en silencio
al
borde de la fosa.
El
cura del municipio rezaba, hisopeaba,
pronunciaba
la bendición en silencio.
En
silencio los asistentes se acercaban al borde
de
la tumba, y echaban a su interior
una
larga mirada.
No
echaban ni tierra, ni flores,
ni
monedas: Solamente esa mirada”
(Pascal
Quignard, Las sombras errantes)
Un
mendrugo de pan sobre la mesa
de
la cocina y una encuadernación
británica
de 1900
sostienen
la osamenta lírica de la casa.
El
mundo se repite.
Se
aproximarán de nuevo a mi ventana sombras
de
explanadas errantes,
llorarán
por mí búhos y constelaciones
y
yo volveré a no acordarme de rezar.
Saldré
de marcha
con
mis nuevos compañeros de borrachera
y
la realidad estará compuesta
de
túes y yoes redimidos.
Nuevas
lápidas vendrán a examinar
mi
ralla al lado
me
acomodaré en su noche como un grillo,
invitaré
a rondas y saludaré escotes
de
grandes mujeres...
Celebrar
la muerte es tan barato.
Alberto
Masa. “Roberto Alcázar, supongo”. 2013, EOLAS ediciones.
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