Frente al silencio.

Frente al silencio.

viernes, 26 de mayo de 2017

Alberto Masa




Monos de mi biografía


Daría un brazo
porque mi hermano encontrase esta casa,
entrase y se sentase enfrente de mí,
en esta fría cocina de azulejo,
a hablarme de si prefiere el café solo,
de qué tal le ha ido en el dentista
y esas cosas.

La última vez que yo viví algo parecido
aceptaba la cara de Ronald Reagan
como la de El hombre,
los posters de mi habitación
eran de Sabrina Salerno
y rezaba sin falta cada noche
a mi buen Dios.
(Recuerdo, un día, jugando a los cromos,
a un amigo de la pandilla
que dijo ver un ovni.
Yo le creí.
Hoy dice ver uno cada telediario
y yo le sigo creyendo,
otra cosa es que no quede con él para comer.)

Mi hermano encontrará esta casa.
al fin daré con mi sangre compartida,
con esa piel favorita,
y lo haré lleno de dicha
mientras él se quita el bisoñé
para que lo despoje
en lo que se come una tortilla
que le acabo de hacer
toda con kétchup, mostaza y salsa brava.





Yo pago mis impuestos y tú eres
mi enfermera de noche


Primero me dieron unos sobres
que sabían a mierda mezclada con polvorón.
Al tiempo que los tomaba
contaba las gotas que caían del suero.

Tú me llevaste al cuarto de baño,
recuerdo que agarraste mi brazo
y avanzamos a paso lento hasta llegar.

Una vez allí abriste mi ano
y me pusiste un enema.
Dijiste que tenía que aguantar
al menos hasta contar del uno al diez.
Luego examinaste mis excrementos
con una dedicación exquisita.

Te pregunté tu nombre
y te di dos besos,
y después te fuiste
para siempre.





Julio Iglesias y yo

¿Sabes, Masa?
Tanto Julio Iglesias por aquí
y Julio Iglesias por allá
y mírame ¿Qué soy, Masa, amigo?
¿Qué soy más que una sucesión
de hijos que hacen el ridi por la tele?
Yo no soy el que cantó Gwendoline
ni a Manuela ni a Nathalie,
ni el tercer portero del Real Madrid.
Yo sólo soy mis ex, los relojes, Miami
y la sucesión de hijos que te he contado
entre los que se encuentra papuchi,
que en gloria esté,
también fue hijo mío, amigo Masa.
Me miro en el espejo y me digo a mí mismo:
Han pasado casi 40 años
y aquí estoy, wea, con esta rubia impresionante
bebiendo champán y comiendo marisco.
Dios mío, ya nada me sabe a nada.
¿Ves esas criaturas más que juguetean
entre los columpios y la arena?
A veces me pregunto si existen, y sí
sé que terminarán como todos los demás
diciendo que quieren a papi.
Cada mañana me miro al espejo e imagino
mi Galicia tierna
con sus prados verde BMW cabrio,
recuerdo que tuve una niñez y que me convertí
en el nexo entre España y lo que nos mola
de verdad, pero no soy nada,
sólo quiero vivir contigo y con Ceci.
No llores, Julio, le dije
y me abracé a él llorando.
Tanto es así que, mira,
parecíamos dos irracionales
que se iban a morir mañana.








Lithium

A menudo vienen a mi mente
esas dos estudiantes
que se lanzaron al vacío
desde el punte de Segovia
hace unos cuantos años
un día de primavera
porque querían pasar la eternidad con Kurt.

Pienso en lo que pasaría por sus cabezas
durante esos segundos de caída.
Llevo viviendo toda mi madurez
en esos segundos y no veo
a Kurt Cobain por ninguna parte,
sólo respiro sin saber muy bien
si será la última o la penúltima vez que lo hago.
A veces, durante la caída, me enciendo
un cigarro y meto un café en el micro.

No espero que nadie venga a salvarme
ni siquiera ella, el único amor de mi vida.
Hoy, antes de dejarla en la cama,
la he dado una media de
doscientos
besos.

Pienso en qué pensarían esas adolescentes,
en sus cabecitas llenas de sueños por cumplir,
en las velas de la tarta que soplaron
cuando tenía seis años
y aún creían en los Reyes Magos,
en todo el amor que podían haber dado
al mundo,
en los hijos que no tuvieron y que, hoy
desde algún extraño lugar
lloran sus muertes.

Era un día de primavera, igual que hoy.
Taparon sus restos con mantas blancas
a las que les faltaba grosor,
la sangre joven y podrida podía verse
a través de ellas.

Estoy respirando en esos inciertos segundos
donde el tiempo se detiene.
Y no sé qué es hoy, qué fue ayer, qué es mañana,
mis ojos le pertenecen
a Ella que, quién sabe,
quizá ahora también esté suspendida
en alguno de esos segundos,
de mi mano, antes de que suene cloc
y los coches empiecen a frenar en seco.
Éramos esas dos jóvenes cargadas
con libros de escuela
en las mochilas que le regalaron sus padres.
Lloro. Lloro mucho.

Levanto la vista del cigarro y veo a Kurt Cobain.
Me dice que lo siente.
Yo le digo “No pasa nada, hombre”.
Entonces me dice: Enciende el ampli,
quiero hacer un grupo contigo,
vamos, saca la guitarra esa que tienes,
esa Fender que te regaló mamá
por cortarte el pelo,
desempolva el amplificador Marshall.
Insiste: Vamos, tronch, tengo prisa:
Hagamos una nueva versión de Lithium
y mandemos a cagarla
a este arco iris.
Todo es tan bored.





Natación

Hoy creí que moriría
y que al final me quedaría sin cumplir los 36 años
pero no me he muerto
y he pensado: Qué bien,
aún puedo nadar.

He recordado a mi profesor de natación.
Era un hombre joven y musculoso.
Un día me soltó donde me cubría y,
hostias,
nadé.

Vaya si nadé,
hasta el otro lado de la piscina
y comprendí que sólo
hacía falta mover brazos y piernas.
Vaya si nadé, joder.

Una vez en tierra ya fue
cuando comprendí mi hazaña,
nadar hasta dejar detrás de uno el miedo
y toda esa mierda.




Los muertos

En los valles del Clidán y del Tiall llamaban
Último adiós a una mirada.
El ataúd se depositaba en silencio
al borde de la fosa.
El cura del municipio rezaba, hisopeaba,
pronunciaba la bendición en silencio.
En silencio los asistentes se acercaban al borde
de la tumba, y echaban a su interior
una larga mirada.
No echaban ni tierra, ni flores,
ni monedas: Solamente esa mirada”
(Pascal Quignard, Las sombras errantes)

Un mendrugo de pan sobre la mesa
de la cocina y una encuadernación
británica de 1900
sostienen la osamenta lírica de la casa.
El mundo se repite.

Se aproximarán de nuevo a mi ventana sombras
de explanadas errantes,
llorarán por mí búhos y constelaciones
y yo volveré a no acordarme de rezar.

Saldré de marcha
con mis nuevos compañeros de borrachera
y la realidad estará compuesta
de túes y yoes redimidos.

Nuevas lápidas vendrán a examinar
mi ralla al lado
me acomodaré en su noche como un grillo,
invitaré a rondas y saludaré escotes
de grandes mujeres...
Celebrar la muerte es tan barato.






Alberto Masa. “Roberto Alcázar, supongo”. 2013, EOLAS ediciones.




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