Frente al silencio.

Frente al silencio.

viernes, 4 de noviembre de 2016

Joaquín Pérez Azaústre




LA SIESTA


El tulipán y el oro. Las tijeras de cobre.
La cafetera roja, el barandal
viendo pasar la tarde en pan caliente,
cristalina y caliza, como si fuera ya
una tarde más larga que la vida.
(El aire que sacude
esta misma terraza, en alquiler,
es una arqueología del instante).
La telera del sol, con las pesas de lata
rellenas del cemento, el óxido gimiente
en los viejos tensores de madera rojiza.
Mientras tu cormorán nos esperaba
en un carey de cuerpos horneados,
protegiendo el empeine, madrigal del quiosco,
tú levantaste el muro sobre las costanillas
para aplacar el fuego de la fábrica oscura:
música pendular, atmosférica y ágil
bajo los soportales barnizados de Alaska.
Cuando tu propio cuerpo reposó
quizá como la piedra, como esa misma piedra
dispersa y retenida, volátil y agitada
por el ciento que azota cualquier piedra,
recibí como herencia la llave del jardín.
Somos los defensores del banquete nupcial.





VIDA DE ANTONIO AMARO


Antonio Amaro tiene la voz de hierbabuena.
Así acaricia el aire con la palma encendida
bajo la colcha rubia de las lomas de agosto,
ungidas por la flama natural de la alberca
mientras florece al fondo un chapoteo de niños.
Antonio Amaro lleva romero en la solapa,
jacarandá en los hombros, y por eso tus manos
aromaron las mías, residentes de espliego.
Antonio Amaro tiene los dedos como espigas
que hicieran germinar el pan del desayuno,
levadura social, destello de un jazmín
en la nuca morena de su hija más alta,
susurro de algarroba junto al brocal del pozo:
los ecos sobre el agua, yacimientos de piel,
con una encina parva guareciendo los cantos
cuando acaba el domingo y su fe de alameda.
Antonio Amaro tiene puños como martillos
modelados de bronce por la la forja escondida
en la cueva profunda que me recuerdas hoy:
Nadie debe saber que estamos aquí dentro.
Tú cuida de tu madre y tus hermanos.
No desfallezcas nunca.
Tienes brasa en los ojos
y pestañas de niebla cinceladas por dioses
de volcanes sin fraguas.
No volveré ya más, pero estaré
contigo en el fanal de cada día que alientes
con esta fortaleza de toda la familia.
Pero no estarás sola, tú nunca estarás sola,
ni siquiera al final”.
Todo esto es lo que piensa Antonio Amaro
cuando sale empujado o se lo llevan
a cruzar una huerta de pasos tenebrosos,
y no regresará. Poco después la vida,
tu propia ensoñación llenando este poema.
(Antonio Amaro tiene el pelo aceituna,
la mirada serena de algunos hombre buenos,
con la tranquilidad segura de los juncos
en los atardeceres del domingo
y unos labios carnosos sobre el mentón romano
en la foto que un día enseñas a tu nieto).










LA MISIÓN


Se escribe contra todo y contra todos.
Es una realidad:
la vida no es proclive a la escritura.
Esto se comprende en un principio:
luego ya se ha hecho tarde para una retirada.
Primero es un fuerza colosal
y hay que revelarla en la familia,
definir un destino y una vocación.
La etapa dura años. Unos libros después,
comprendes que la pugna empieza ahora,
que no acabará nunca, si es que en el trayecto
no terminas tú contigo mismo.
Y no va a pasar nada.
Ver nacer a los hijos, ver sentarse a los viejos
y advertir en sus rasgos nuestros rasgos también.
Escribo como recuerdo,
escribo para acordarme de mí mismo.
Me gustaría volver a escribir:
Al principio dormíamos desnudos.
O escribir: Me despierto. Anochece
y escucho unos murmullos sobre el agua,
el aleteo aterido sin las gotas de sol.
Creo ver a mi padre, anciano y aún robusto,
guiando las primeras brazadas de mi hijo.
Me gustaría, sí, pero no puedo,
por más que esto se trate de una confesión,
aunque yo sea más viejo, aunque mi padre
sea mucho más joven que hace años.
Sin embargo, ¿qué hacer, y hacia dónde mirar,
si no es a la sustancia de un buen texto?
No se trata tanto de realismo,
ni de una exactitud artificial:
quizá ser un licántropo del tiempo
consista únicamente en recoger
todos los fragmentos de la foto,
para poder guardarla en el armario
de las horas futuras.







Joaquín Pérez Azaústre. “Las Ollerías”. 2011, Visor.




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