No
pude transformarme en princesa porque el imbécil seguía mirando,
sonriéndose, burlón. Yo tenía los ojos clavados en mis zapatos, a
varios centímetros del suelo. Los segundos pasaban arrastrándose,
eternos. Entonces ocurrió el milagro. Alguien gritó: <<¡Alfredo!>>,
y el imbécil sonriente se volvió, y yo comencé a volar en mi
columpio. Ocurrieron tantas cosas: fui hechicera en la alfombra
mágica, y hada surcando el aire, y princesa sobre el dragón.
Entonces volví a sentir sus ojos fijos en mí, y me vi en ellos como
me veían todos: feúcha, miope, torpe. Sonó el timbre, bajé del
columpio. Cojeando, me esforcé por alcanzar la fila de niños que
regresaban del recreo.
Beatriz
Olivenza Bernardo. “Relatos en cadena”. 2008, Alfaguara.
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