Frente al silencio.

Frente al silencio.

miércoles, 1 de junio de 2016

Ana Frank (I)



Fragmentos:



Miércoles 8 de julio de 1942



(...)Yo estaba cansada y, aun dándome cuenta que iba a ser la última noche en mi cama, caí dormida inmediatamente. Al día siguiente, alrededor de las cinco, mi madre me despertó. Afortunadamente el día era más fresco que el domingo, debido a una lluvia que iba a durar todo el día. Todos estábamos vestidos como si fuéramos al Polo Norte debido a la cantidad de ropa que llevábamos. Ningún judío, en esos momentos, hubiera salido con una valija llena de cosas. Yo llevaba puestas dos camisas, tres calzones, un vestido, encima una falda, una chaqueta, un abrigo de verano, dos pares de medias, zapatos cerrados, una boina roja, una bufanda y otras cosas mías. El calor me sofocaba, pero a nadie le preocupaba eso.
Margot, que llevaba su cartera llena de libros de la clase, sacó su bicicleta del depósito para seguir a Miep hacia nuestro desconocido destino. A las siete y media salimos de la casa. Del último que me despedí fue de Mauret, mi gato, que iba a quedarse en manos de nuestros vecinos.
Dejamos una libra de carne para el gato en la cocina, junto a su vajilla; quitamos sábanas y frazadas de las camas para dar la impresión de una partida precipitada. Pero ¿qué importaban las impresiones? Teníamos que irnos rápidamente, y se trataba de llegar a un lugar seguro. Todo lo demás no tenía la menor importancia para nosotros.(...)







Viernes 24 de diciembre de 1943


Es horrible estar encerrados entre cuatro paredes...Tal vez esté mal hablar de eso; al parecer soy ingrata, y sin duda tal vez exagero. Sea lo que sea lo que pienses, no soy capaz de reservarme todo esto para mí, y vuelvo a lo que ya te dije desde el principio: “el papel es paciente”.
      Cuando una persona de afuera entra en casa, con la frescura del viento en su ropa y el frío en su rostro, quisiera meter mi cabeza debajo de las sábanas para no pensar en esto: “¿Cuándo podremos respirar aire fresco?”, y como no puedo esconder la cabeza, sino al contrario, me veo obligada a mantenerla alta y derecha, los pensamientos regresan y regresan sin parar. Créeme: después de estar año y medio enclaustrada, hay momentos en que ya no aguanto más.






Sábado, 12 de febrero de 1944


El sol brilla,el cielo es de un azul intenso, el viento es agradable y tengo unas ganas locas de todo...De hablar, de libertad, de amigos, de soledad. Tengo unas ganas locas...de llorar. Nota que querría estallar. Las lágrimas me calmarán, lo sé, pero soy incapaz de llorar. No me quedo quieta, voy de un cuarto a otro, me detengo para respirar por la rendija de una ventana cerrada, y mi corazón late como si dijera: “Pero, anda, satisface de una buena vez mi deseo...”
      Creo sentir en mí la primavera, el despertar de la primavera lo siento en mi cuerpo y en mi alma. Me cuesta lo indecible portarme como de costumbre, tengo la cabeza enmarañada, no sé qué leer, qué escribir, qué hacer. Languidez...¿Cómo hacerte callar?...











Miércoles 29 de marzo de 1944


Anoche, durante la transmisión de radio, el ministro Bolkestein dijo en su discurso que después de la guerra se coleccionarían cartas y memorias relativos a nuestra época. Por supuesto, todos los ojos se volvieron hacia mi Diario. ¡Imagínate una novela sobre el Anexo publicada por mí! ¿Verdad que sería interesante?
      Pero dejemos eso a un lado. Diez años después de la guerra, seguramente causaría un extraño efecto mi historia de ocho judíos en su madriguera, su manera de vivir, de comer y de hablar. Aunque de ello te haya dicho mucho, en realidad sabes muy poco.
      ¡Todas las angustias de las mujeres durante los bombardeos que no paran! El del domingo, por ejemplo, cuando 350 aviones ingleses descargaron media tonelada de bombas sobre Ijmuiden, haciendo retumbar las casas como briznas de hierba al viento. Tú no sabes nada de estas cosas, porque si quisiera contártelo todo en sus detalles, no pararía de escribir a lo largo del día. La gente hace largas filas para la menor de sus compras; los médicos no pueden ir a ver a sus enfermos pues les roban sus vehículos; el robo y las raterías están a la orden del día, a tal grado que nos preguntamos cómo nuestros holandeses han podido convertirse de la noche a la mañana en ladrones. (…)






Miércoles 3 de mayo de 1944


      Desde el sábado almorzamos a las doce y media; por economía, el desayuno consta de una taza de avena. Las legumbres es difícil encontrarlas; para el almuerzo tuvimos ensalada cocida podrida. Ensalada cruda o cocida, espinacas...esto es nuestro menú; no hay otra cosa, salvo las papas podridas: ¡un artificio delicioso!
      No es difícil imaginar esta eterna letanía de la desesperación: “¿De qué sirve esta guerra? ¿Por qué los hombres no pueden vivir en paz? ¿Por qué esta devastación?
      Pregunta sensata, pero nadie ha encontrado la respuesta final. En realidad, ¿por qué se construyen en Inglaterra aviones cada vez mayores, con bombas más pesadas y, aparte habitaciones en común para la reconstrucción? ¿Por qué se gasta diariamente millones en la guerra y no hay un céntimo disponible para la medicina, los artistas y los pobres? ¿Por qué hay hombres que sufren de hambre, mientras que en otras partes del mundo los alimentos se pudren en el lugar porque sobran? ¡Oh! ¿Por qué los hombres han enloquecido así? Jamás creeré que sólo los hombres poderosos, los gobernantes y los capitalistas sean responsables de la guerra. No. El hombre de la calle tiene mucho que ver. Si no, los pueblos hace tiempo que se habrían rebelado. Los hombres han nacido con el instinto de destruir, de masacrar, de asesinar y de devorar; hasta que toda la humanidad, sin excepción, no sufra un enorme cambio, la guerra imperará; las reconstrucciones y las tierras cultivadas serán nuevamente destrozadas y la humanidad tendrá que volver a empezar.







Ana Frank. “Diario de Ana Frank”. 2009, Grupo Editorial Tomo.




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