Fragmentos:
Miércoles
8 de julio de 1942
(...)Yo
estaba cansada y, aun dándome cuenta que iba a ser la última noche
en mi cama, caí dormida inmediatamente. Al día siguiente, alrededor
de las cinco, mi madre me despertó. Afortunadamente el día era más
fresco que el domingo, debido a una lluvia que iba a durar todo el
día. Todos estábamos vestidos como si fuéramos al Polo Norte
debido a la cantidad de ropa que llevábamos. Ningún judío, en esos
momentos, hubiera salido con una valija llena de cosas. Yo llevaba
puestas dos camisas, tres calzones, un vestido, encima una falda, una
chaqueta, un abrigo de verano, dos pares de medias, zapatos cerrados,
una boina roja, una bufanda y otras cosas mías. El calor me
sofocaba, pero a nadie le preocupaba eso.
Margot,
que llevaba su cartera llena de libros de la clase, sacó su
bicicleta del depósito para seguir a Miep hacia nuestro desconocido
destino. A las siete y media salimos de la casa. Del último que me
despedí fue de Mauret, mi gato, que iba a quedarse en manos de
nuestros vecinos.
Dejamos
una libra de carne para el gato en la cocina, junto a su vajilla;
quitamos sábanas y frazadas de las camas para dar la impresión de
una partida precipitada. Pero ¿qué importaban las impresiones?
Teníamos que irnos rápidamente, y se trataba de llegar a un lugar
seguro. Todo lo demás no tenía la menor importancia para
nosotros.(...)
Viernes
24 de diciembre de 1943
Es
horrible estar encerrados entre cuatro paredes...Tal vez esté mal
hablar de eso; al parecer soy ingrata, y sin duda tal vez exagero.
Sea lo que sea lo que pienses, no soy capaz de reservarme todo esto
para mí, y vuelvo a lo que ya te dije desde el principio: “el
papel es paciente”.
Cuando
una persona de afuera entra en casa, con la frescura del viento en su
ropa y el frío en su rostro, quisiera meter mi cabeza debajo de las
sábanas para no pensar en esto: “¿Cuándo podremos respirar aire
fresco?”, y como no puedo esconder la cabeza, sino al contrario, me
veo obligada a mantenerla alta y derecha, los pensamientos regresan y
regresan sin parar. Créeme: después de estar año y medio
enclaustrada, hay momentos en que ya no aguanto más.
Sábado,
12 de febrero de 1944
El
sol brilla,el cielo es de un azul intenso, el viento es agradable y
tengo unas ganas locas de todo...De hablar, de libertad, de amigos,
de soledad. Tengo unas ganas locas...de llorar. Nota que querría
estallar. Las lágrimas me calmarán, lo sé, pero soy incapaz de
llorar. No me quedo quieta, voy de un cuarto a otro, me detengo para
respirar por la rendija de una ventana cerrada, y mi corazón late
como si dijera: “Pero, anda, satisface de una buena vez mi
deseo...”
Creo
sentir en mí la primavera, el despertar de la primavera lo siento en
mi cuerpo y en mi alma. Me cuesta lo indecible portarme como de
costumbre, tengo la cabeza enmarañada, no sé qué leer, qué
escribir, qué hacer. Languidez...¿Cómo hacerte callar?...
Miércoles
29 de marzo de 1944
Anoche,
durante la transmisión de radio, el ministro Bolkestein dijo en su
discurso que después de la guerra se coleccionarían cartas y
memorias relativos a nuestra época. Por supuesto, todos los ojos se
volvieron hacia mi Diario. ¡Imagínate una novela sobre el Anexo
publicada por mí! ¿Verdad que sería interesante?
Pero
dejemos eso a un lado. Diez años después de la guerra, seguramente
causaría un extraño efecto mi historia de ocho judíos en su
madriguera, su manera de vivir, de comer y de hablar. Aunque de ello
te haya dicho mucho, en realidad sabes muy poco.
¡Todas
las angustias de las mujeres durante los bombardeos que no paran! El
del domingo, por ejemplo, cuando 350 aviones ingleses descargaron
media tonelada de bombas sobre Ijmuiden, haciendo retumbar las casas
como briznas de hierba al viento. Tú no sabes nada de estas cosas,
porque si quisiera contártelo todo en sus detalles, no pararía de
escribir a lo largo del día. La gente hace largas filas para la
menor de sus compras; los médicos no pueden ir a ver a sus enfermos
pues les roban sus vehículos; el robo y las raterías están a la
orden del día, a tal grado que nos preguntamos cómo nuestros
holandeses han podido convertirse de la noche a la mañana en
ladrones. (…)
Miércoles
3 de mayo de 1944
Desde
el sábado almorzamos a las doce y media; por economía, el desayuno
consta de una taza de avena. Las legumbres es difícil encontrarlas;
para el almuerzo tuvimos ensalada cocida podrida. Ensalada cruda o
cocida, espinacas...esto es nuestro menú; no hay otra cosa, salvo
las papas podridas: ¡un artificio delicioso!
No
es difícil imaginar esta eterna letanía de la desesperación: “¿De
qué sirve esta guerra? ¿Por qué los hombres no pueden vivir en
paz? ¿Por qué esta devastación?
Pregunta
sensata, pero nadie ha encontrado la respuesta final. En realidad,
¿por qué se construyen en Inglaterra aviones cada vez mayores, con
bombas más pesadas y, aparte habitaciones en común para la
reconstrucción? ¿Por qué se gasta diariamente millones en la
guerra y no hay un céntimo disponible para la medicina, los artistas
y los pobres? ¿Por qué hay hombres que sufren de hambre, mientras
que en otras partes del mundo los alimentos se pudren en el lugar
porque sobran? ¡Oh! ¿Por qué los hombres han enloquecido así?
Jamás creeré que sólo los hombres poderosos, los gobernantes y los
capitalistas sean responsables de la guerra. No. El hombre de la
calle tiene mucho que ver. Si no, los pueblos hace tiempo que se
habrían rebelado. Los hombres han nacido con el instinto de
destruir, de masacrar, de asesinar y de devorar; hasta que toda la
humanidad, sin excepción, no sufra un enorme cambio, la guerra
imperará; las reconstrucciones y las tierras cultivadas serán
nuevamente destrozadas y la humanidad tendrá que volver a empezar.
Ana
Frank. “Diario de Ana Frank”. 2009, Grupo Editorial Tomo.
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