Frente al silencio.

Frente al silencio.

jueves, 23 de junio de 2016

Manuel Díaz Martínez




EPITAFIO


Es inútil escribir un epitafio.
Es inútil escribir palabras que nos sustituyan,
que sean testimonio de lo que anhelamos ser,
espuma de la vida que ejercimos
la vida, que no cabe en las palabras.

Es inútil escribir un epitafio,
hilvanar una leyenda que será repetida
con gravedad
y que ha de ser, nada más, la sombra menos fiel
de nuestro cadáver.






MANUEL


A ti te llevaron dulcemente de un lado a otro de la vida.
(La vida era para tu, Manuel, una ciudad desnuda
y reluciente como una mujer desnuda).
A ti te dijeron los más viejos,
durante aquellos lentos viajes,
sus torpes palabras de otros tiempos,
sus erráticas palabras,
sonoras y sinceras igual que su ignorancia.
Justo es decir que a ti te concedieron las gracias que tenían
mientras te paseaban por las habitaciones de sus accesorias
y te mostraban sus pobrísimas reliquias,
su humildad.
Todo lo de ellos era pobre pero armonioso,
y llorabas de alegría
porque tus ojos,
nuevos, ávidos, ligeros,
sorprendían una belleza inmensa en esas breves maravillas.

Pero ellos te dejaron, Manuel, nada más que la ternura,
te dejaron ardiendo solo en tu propio corazón
en tanto que la gran ciudad
esa mujer desnuda
afilaba sus garras y sus dientes y vomitaba fuego.

Qué desaforadamente ingenua fue toda tu niñez.
Ganarás el pan con el sudor de tu frente
con su ejemplo te decían,
pero, durante aquellos lentos viajes,
nadie te dijo nunca que en ese sudor había
lágrimas y sangre.
Amarás al prójimo como a ti mismo
te dijeron,
pero nadie te enseñó a distinguir al prójimo que se te pare
    cía.

Manuel, la enseñanza que te dieron fue, sin duda, hermosa,
pero no fue sabia.
Te querían ciego porque así concebían el amor.








CANCIÓN PARA UN RECUERDO


Nunca más he sido el estudiante
que murmuraba a Shelley,
ni el vagabundo tembloroso
que te soñaba,
el que inolvidablemente
te perdía.

Nunca más he vuelto a ser el que escribió
poemas secretos como culpas
y canciones para eternizarte.

Nunca más he sido ese otro
que habita mi memoria.

Sobre mí ha llovido mucha vida.
Amiga, un mar de vidas nos separa
de aquél que conocimos.

De vez en cuando escribo versos para recordarme,
para no dejar tan lejos la inocencia
con que hace tanto tiempo
te soñaba y te perdía.








ESOS ADIOSES BREVES

A Dulce María Loynaz

De las flores de ese vaso,
la más cautivadora
es esa rosa a punto ya de incorporarse
a la penumbra
como el humo al viento.

Pétalos suyos
han ido cayendo en torno al vaso,
abandonando en ella
un vago ademán de despedida.

Y ahora que estamos solos,
enlazados por un mismo silencio,
le pregunto y me pregunto
si son de ella, sólo
de ella,
esos adioses breves.









CON AMOR LOS PREVENGO


Cuando te toque morir, mano mía,
aférrate a la mano que te quede más cerca
porque en ella saludarás la vida.

Tú, mi oido, pon asunto
al que hable menos
porque será el que más te sienta.

Ojos, miren bien los ojos que miren
porque en ellos quedarán ardiendo.

Boca, limítate a callar
porque en tu caso
ya todo estará dicho
o habrás tenido tiempo de decirlo todo.

Y tú, cuerpo, animal, carne cotidiana,
no te atrevas a temblar:
acepta que eres el máximo culpable,
que he sido tu víctima
porque siempre fuiste
el más astuto de los dos.







NOCHE DE ABRIL


Te me has ido mostrando
con lentitud de abismo.
(Ahora el viento se vuelve
y se extiende sobre el mar
el rumor de la tierra.)

Hay casas a tu espalda,
con voces y secretos
y ruido de vajillas,
y hay ventanas que rielan
en la cal de los muros
como luces de barcos.

Noche, tú no te salvas:
emerges de un adiós
y te vas con nosotros
por entre los adioses
que traman el olvido.







Manuel Díaz Martínez. “Señales de vida (1968-1998)”. 1998, Visor.




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