Frente al silencio.

Frente al silencio.

lunes, 28 de septiembre de 2015

Jorge Guillén (y III)



HOMENAJE





               AL MARGEN
DE LAS DANZAS DE LA MUERTE

             Visión prohibida


Sepulcros escuros de dentro fedientes.
Mas verdad vos digo que al cantar del gallo
Seredes tornado de otra figura.
                          << La danza de la muerte>>


Cuando tus disposiciones
Excelentes de esqueleto
Rindan su carne fugaz
A un ejecutar del Tiempo,
Y se cumpla en lo profundo
Su simple esquema completo...

No te esfuerces en soñar
Tales espantos. No hay medio
De imaginarse a sí propio
Reducido a puros huesos.

               —Así sea.
               —¡Ciegos!









          ITINERARIOS


Navegar por un mar nocturno
Bajo estrellas desconocidos:

Bello amor y gran aventura.

Viajar desde la sien al pie,
Año tras año, por la amada:

Este amor es más aventura.










          OBRA COMPLETA


Siempre he querido concluir mi obra,
Y sucediendo está que ya la concluyo.
Lo mejor de la vida mía es suyo.
¿Hay tiempo aún de más? Papel no sobra.

Al lograr mi propósito me siento
Triste, muy triste. Soy superviviente,
Aunque sin pausa mane aún la fuente,
Y yo responda al sol con nuevo aliento.

¡Dure yo más! La obra sí acaba.
Ay, con más versos se alzaría obesa.
Mi corazón murmura: cesa, cesa.
La pluma será así más firme y brava.

Como a todos a mí también me digo:
Límite necesario nos defina.
Es atroz que el minero muera en mina.
Acompáñame luz que abarque trigo.

Este sol inflexible de meseta
Nos sume en la verdad del aire puro.
Hemos llegado al fin y yo inauguro,
Triste, mi paz: la obra está completa.








Jorge Guillén. “Antología”. 1979, Plaza&Janés.




domingo, 27 de septiembre de 2015

Nieves Soler Rodríguez



LIMPIEZA DE ARMARIOS




      Evolución de Nieves Soler Rodríguez. Carta a los Reyes Magos.
      Año 2000, 3 años de vida:
      <<Queridos Reyes Magos:
           Soy un poquito traviesa, pero este año me voy a portar muy bien.>>

      Año 2001, 4 años de vida:
      <<Queridos Reyes Magos:
           Me porto un poquito mal pero voy a cambiar y voy a ser buena.>>

      Año 2002, 5 años de vida:
      <<Queridos Reyes Magos:
           Este año me he portado regular, y por eso os pido pocas cosas.>>

      Año 2003, 6 años de vida:
      <<Queridos Reyes Magos:
           He sido un poco desobediente, pero voy a ser más buena.>>

      No se ha encontrado registro de cartas posteriores.

      Centrándonos en la evolución, podemos observar una clara intención de mejora en el comportamiento, siendo insuficiente el resultado.
      Tercer año: viendo que era inútil la promesa de un mejor comportamiento, sólo se aprecia la resignación y la aceptación de los hechos.
      Cuarta carta: se vuelve a ver un pequeño atisbo de esperanza en la promesa de un cambio.
      Puesto que no se han encontrado más cartas, y basándonos en la actualidad, digamos que la promesa no se ha cumplido.

      Hoy, 27 de Septiembre de 2015, a 2 días de mi 18 cumpleaños, he encontrado estas cartas que enviaba a los Reyes Magos. Sigo portándome, por decirlo de alguna forma: regular. Después de todos estos años, teniendo muy en cuenta la información recogida de estas cartas y la pérdida de esperanza que yo misma podría depositar en un cambio hacia un mejor comportamiento, llego a esta conclusión: ya no me voy a portar mejor de lo que lo hago.


      PD: Tengo la suerte de que mi comportamiento, comparado con esta sociedad y con el mundo actual, no es para nada ni preocupante ni destacable. No sé si eso me termina de consolar.




                                  (Foto artística de las cartas donada por ella misma)


Nieves Soler Rodríguez. 2015, de: "Joyas del pasado".



César Vallejo.





LOS HERALDOS NEGROS.



Hay golpes en la vida, tan fuertes...Yo no sé!
Golpes como el odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma...Yo no sé!

Son pocos; pero son...Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán talvez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre...Pobre...pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombre nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes...Yo no sé!







BORDA DE HIELO



Vengo a verte pasar todos los días,
vaporcito encantado siempre lejos...
Tus ojos son dos rubios capitanes;
tu labio es un brevísimo pañuelo
rojo que ondea en un adiós de sangre!

Vengo a verte pasar; hasta que un día,
embriagada de tiempo y crueldad,
vaporcito encantado siempre lejos,
la estrella de la tarde partirá!

Las jarcias; vientos que traicionan; vientos
de mujer que pasó!
Tus fríos capitanes darán orden;
y quien habrá partido seré yo...






AVESTRUZ



Melancolía, saca tu dulce pico ya;
no cebes tus ayunos en mis trigos de luz.
Melancolía, basta! Cuál beben tus puñales
la sangre que extrajera mi sanguijuela azul!

No acabes el maná de mujer que ha bajado;
yo quiero que de él nazca mañana alguna cruz,
mañana que no tenga yo a quién volver los ojos,
cuando abra su gran O de burla de ataúd.

Mi corazón es tiesto regado de amargura;
hay otros viejos pájaros que pastan dentro de él...
Melancolía, deja de secarme la vida,
y desnuda tu labio de mujer...!














ÁGAPE



Hoy no ha venido nadie a preguntar;
ni me han pedido en esta tarde nada.

No he visto ni una flor de cementerio
en tan alegre procesión de luces.
Perdóname, Señor: qué poco he muerto!

En esta tarde todos, todos pasan
sin preguntarme ni pedirme nada.

Y no sé qué se olvidan y se queda
mal en mis manos, como cosa ajena.

He salido a la puerta,
y me han dado ganas de gritar a todos:
Si echan de menos algo, aquí se queda!

Porque en todas las tardes de esta vida,
yo no sé qué puertas dan a un rostro,
y algo ajeno se toma el alma mía.

Hoy no ha venido nadie;
y hoy he muerto qué poco en esta tarde!







ESPERGESIA



Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,
que soy malo; y no saben
del diciembre de ese enero.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Hay un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Hermano, escucha, escucha...
Bueno. Y que no me vaya
sin dejar diciembres,
sin dejar eneros.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,
que mastico...Y no saben
por qué en mi verso chirrían,
oscuro sinsabor de féretro,
luyidos vientos
desenroscados de la Esfinge
preguntona del Desierto.

Todos saben...Y no saben
que la Luz es tísica,
y la Sombra gorda...
Y no saben que el Misterio sintetiza...
que él es la joroba
musical y triste que a distancia denuncia
el paso meridiano de las lindes a las Lindes.

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.







César Vallejo. “Los heraldos negros”. 1990, Editorial Losada.




jueves, 24 de septiembre de 2015

Arthur Rimbaud




PROSAS EVANGÉLICAS



      En Samaría, muchos manifestaron su fe en él. Él no los vio. Samaria [se enorgullecía] la advenediza, la pérfida, la egoísta, más rígida cumplidora de su ley protestante que Judea de las tablas antiguas. Allí, la riqueza universal permitía muy poca discusión ilustrada. El sofisma, esclavo y soldado de la rutina, ya había degollado, tras llenarlos de halagos, a diversos profetas.
      Eran palabras siniestras las de la mujer en la fuente:
<<Sois profeta, y sabéis lo que he hecho.>>
      Hombres y mujeres creían en los profetas. Ahora se cree en el hombre de estado.
      A dos pasos de la ciudad extranjera, incapaz de amenazarla materialmente, se había comportado como profeta, y puesto que se había mostrado allí de forma tan extraña. ¿qué habría hecho?
      Jesús no pudo decir nada en Samaría.








UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO



      Antaño, si no recuerdo mal, mi vida era un festín en el que todos los corazones se abrían, en el que corrían todos los vinos.
      Una noche senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié.
      Me he armado contra la justicia.
      He huido. ¡Oh brujas, miseria y odios, a vosotros ha sido confiado mi tesoro!
      Logré que en mi espíritu se desvaneciera toda esperanza humana. Sobre toda alegría, para estrangularla, he dado el sordo salto de la bestia feroz.
      He llamado a los verdugos para morder, mientras perecía, la culata de sus fusiles. He invocado a las pestes, para ahogarme con la arena, la sangre. La desgracia ha sido mi dios. Me he revolcado en el barro. Me he sacado al aire del crimen. Y le he hecho buenas jugadas a la locura.
      La primavera me ha traído la espantosa risa del idiota.
Pues bien, muy recientemente, encontrándome a punto de hacer el último ¡cuac!, he pensado en buscar la llave del antiguo festín, en el que quizá recuperase el apetito.
      La caridad es esa llave. Esta inspiración prueba que he soñado!
      <<Seguirás siendo hiena, etc...>>, exclama el demonio que me coronó con tan amables adormideras. <<Llega a la muerte con todos tus apetitos, no sólo con tu egoísmo, sino con todos tus pecados capitales.>>
     ¡Ah! Ya estoy harto de todo esto: ¡Pero yo te conjuro, querido Satán, con una pupila menos irritada! Y mientras aguardo las últimas pequeñas cobardías, separo para ti, que amas en el escritor la ausencia de facultades descriptivas o instructivas, algunas de estas repugnantes hojas de mi carnet de condenado.












ALBA



      He abrazado al alba del verano.
Nada se movía aún en la fachada de los palacios. El agua estaba muerta. Los campos de sombra no abandonaban el camino del bosque. Reanimé, mientras caminaba, los alimentos vivos y tibios, y las pedrería miraron y las olas se alzaron en silencio.
      La primera conquista, en el sendero invadido ya por frescos y pálidos brillos, fue una flor que me dijo su nombre.
      Reí a la rubia cascada que se desmelenó por entre los pinos: en la cima plateada reconocí a la diosa.
      Entonces levanté los velos uno a uno. En la alameda. Mientras movía los brazos agitadamente. En la llanura, donde denuncié al gallo. En la gran ciudad ella huía entre los campanarios y las cúpulas y, corriendo como un mendigo por los muelles de mármol, le daba caza.
      En lo alto del camino, cerca de un bosque de laureles, la rodeé con sus velos amontonados, y pude sentir levemente su inmenso cuerpo. Alba y niño cayeron en el fondo del bosque.
      Al despertar era mediodía.








Arthur Rimbaud. “Prosa completa”.1991, Ediciones Cátedra.





miércoles, 23 de septiembre de 2015

Jorge Guillén (II)



CLAMOR





     DIARIO, PUNTUAL HERMOSO



Por el insomnio la noche
Va circulando.
                      ¿No hay trabas?
Y cuanto más me extravío,
Muy lejos entre mis ansias,
Más me invade el elemento
Nocturno, que no se calma...
Hasta que a mi soledad
Avisa el toque del alba
¿Ya estás ahí?
                         Le conozco.
Es el pájaro de guardia.








     DEL TRANSCURSO


Miro hacia atrás, hacia los años, lejos,
Y se me ahonda tanta perspectiva
Que el confín apenas sigue viva
La vaga imagen sobre mis espejos.

Aún vuelan, sin embargo los vencejos
En torno de unas torres, y allá arriba
Persiste mi niñez contemplativa.
Ya son buen vino mis viñedos viejos.

Fortuna adversa o próspera no auguro.
Por ahora me ahínco en mi presente,
Y aunque sé lo que sé, mi afán no taso.

Ante los ojos, mientras, el futuro
Se me adelgaza delicadamente,
Más difícil, más frágil, más escaso.












     EL MÁS PUERIL


¿Quién más pueril que este gato pueril,
Quién sin cesar más niño?
Triscador, caprichoso, zahorí,
¡Cómo saca partido
De cualquier elemento que pueda remover,
Bola, flor o cordel!
Criatura inocente
Creando paraíso,
¿Quién con más absoluto no saber de la muerte?
Juega, mortal sin dios: tu cielo es el olvido.









Jorge Guillén. “Antología”. 1979, Plaza&Janés.





domingo, 20 de septiembre de 2015

Pedro Salinas (II).




RAZÓN DE AMOR









                     [25]


¡Cómo me dejas que te piense!
Pensar en ti no lo hago solo, yo
Pensar en ti es tenerte,
como el desnudo cuerpo ante los besos,
toda ante mí, entregada.
Siento cómo te da a mi memoria,
cómo te rindes al pensar ardiente,
tu gran consentimiento en la distancia.
Y más que consentir, más que entregarte,
me ayudas, vienes hasta mí, me enseñas
recuerdos en escorzo, me haces señas
con las delicias, vivas, del pasado,
invitándome.
Me dices desde allá
que hagamos lo que quiero,
unirnos, al pensarte.
Y entramos por el beso que me abres,
y pensamos en ti, los dos, yo solo.








Pedro Salinas. “La voz a ti debida. Razón de amor. Largo Lamento.” 1995, Cátedra Letras Hispánicas.




viernes, 18 de septiembre de 2015

Jorge Guillén.



CÁNTICO






                          CASA CON DOS PATIOS



Siempre seré el forastero
Que ve junto a la cancela
Cómo el patio primero
Mármol frío
Vela
Por el señorío.
Pero aquel patio segundo
Con su cielo tierra
Con sol me envuelve en un mundo
Que pasma, ciñe y se cierra.









                     MUERTE A LO LEJOS


Je soutenais l´éclat de la mort toute pure.
Valéry


Alguna vez me angustia una certeza,
Y ante mí se estremece mi futuro.
Acechándolo está de pronto un muro
Del arrabal final en que tropieza

La luz del campo. ¿Mas habrá tristeza
Si la desnuda el sol? No, no hay apuro
Todavía. Lo urgente es lo maduro
Fruto. La mano ya lo descorteza.

...Y un día entre los días el más triste
Será. Tenderse deberá la mano
Sin afán. Y acatando el inminente
Poder diré sin lágrimas: embiste,
Justa fatalidad. El muro cano
Va a imponernos su ley, no su accidente.












                     CALLEJEO



No sabe adónde va.
Ni le orienta la nube
Próxima que en el cielo
Se aísla, ni conduce
Por sí mismo sus pasos.
Lo impulsa la costumbre
De pisar y avanzar.
Nada tal vez más dulce
Ni de mayor consuelo
Que la tarde de un lunes
Cualquiera paseado
De pronto. No transcurre
La hora. Permanece
Con todo su volumen
Bajo la mano aquel
Tiempo sin norte, dúctil,
Propicio a revelar
Algo impar en el cruce
De unas calles. ¡Perderse,
Hacerse muchedumbre!






Jorge Guillén. “Antología”. 1979, Plaza&Janés.




jueves, 17 de septiembre de 2015

Fiodor Dostoievski



Fragmentos:





¡Pobre general! ¡Está irremisiblemente perdido! Enamorarse a los cincuenta años y con tanta pasión, ¡vaya desgracia! Añada a esto su viudez, sus hijos, su finca completamente arruinada, las deudas y la clase de mujer de que le se ha enamorado. Mlle. Blanche es bella. Pero no sé si me haré de entender si digo que tiene uno de esos rostros que inspiran miedo. Yo, al menos, siempre he temido a mujeres así. Tendrá unos veinticinco años. Es alta, de hombros anchos y cuadrados. Hermoso pecho y cuello. La piel, mate; los cabellos negros y abundantes; podría hacerse con ellos dos peinadas. Los ojos negros, con el blanco amarillento, son de expresión descarada. Los dientes blanquísimos, los labios siempre pintados. Se desprende de ella un olor a almizcle. Viste de forma llamativa, con lujo, pero con mucho gusto. Sus manos y sus pies son admirables. Tiene voz de contralto, un poco ronca. A veces, ríe a carcajadas, mostrando todos sus dientes; pero corrientemente mira en silencio y con descaro; al menos, en presencia de Pollina y María Filíppovna.


***





      Como todo francés, Des Grieux era alegre y amable, cuando le era preciso y útil, e insoportablemente aburrido cuando desaparecía la necesidad de ser alegre y amable. En el francés, la amabilidad raramente es natural. Diríase que es hombre amable por orden, por interés. Si, por ejemplo, se encuentra ante la necesidad de ser imaginativo, original, algo fuera de lo corriente, entonces su imaginación, estúpida y artificiosa, no es más que un conjunto de fórmulas manidas, admitidas de antemano. Un francés natural está compuesto del más burgués, mezquino y común positivismo; en una palabra, es el ser más aburrido del mundo. En mi opinión, sólo a los novatos y, sobre todo, a las jovencitas rusas pueden atraerles los franceses. Todo hombre de bien advierte al instante y rechaza esta rutina de formas, establecidas de una vez para siempre, de amabilidad de salón, desenvoltura y jovialidad.

***










      Yo era jugador: lo sentí en aquel mismo momento. Me temblaban los brazos y las piernas, creía desvanecerme. Desde luego, era raro que en unas diez tiradas salieran tres zéro. Pero no había por qué sorprenderse. Dos días antes, yo mismo había sido testigo de cómo salían tres zéro seguidos y pude oír cómo uno de los jugadores que anotaba celosamente las jugadas en un papel observaba en voz alta que el día anterior ese mismo zéro había salido una sola vez en toda la jornada.
      Al pagarle, trataron a la abuela con el respeto y atención particulares que se merece quien ha sido el máximo ganador. Le correspondían exactamente cuatrocientos veinte federicos, es decir, cuatro mil florines y veinte federicos; esta última cantidad se la dieron de oro, los cuatro mil florines en billetes de banco.
      Ahora, la abuela ya no llamaba a Potápich. Estaba demasiado ocupada. Ya no empujaba a nadie, ni temblaba aparentemente. Su temblor era, si puedo expresarme así, interior. Había concentrado toda su atención en algo, como dispuesta a tomar una determinación.
      ―Alexéi Ivánovich, el croupier dijo que se podía apostar de golpe cuatro mil florines, ¿no es así? Ten, ponlos al rojo.
      Era inútil tratar de disuadirla. El platillo empezó a girar.


***





      Ya hace un año y ocho meses que no he vuelto a coger estas notas, y únicamente ahora, triste y angustiado, he decidido distraerme un poco releyéndolas. Me detuve en proyectado viaje a Ruletenburgo. ¡Dios mío, escribí aquellas últimas líneas con el corazón tan ligero, comparando con mi estado actual! Y si no con el corazón ligero, al menos con un aplomo y unas esperanzas firmes. Estaba seguro de mí mismo. Ha pasado poco más de año y medio, y a mi modo de ver soy peor que un mendigo. ¡Qué digo un mendigo! Eso no tendría importancia. He echado a perder mi vida. No puedo compararme con nadie. Tampoco siento deseos de sermonearme con nadie. En momentos así, nada más absurdo que moralizar. ¡Oh, seres satisfechos de sí mismos! ¡Con qué altiva suficiencia están dispuestos estos charlatanes a pronunciar sus sentencias! ¡Si ellos supieran hasta qué punto yo mismo comprendo todo lo abominable e mi actual situación, no tendrían valor para darme lecciones! ¿Qué pueden decirme que yo no sepa? Además, ¿acaso se trata de eso? Se trata de que una vuelta del platillo puede cambiarlo todo, y esos mismos moralistas serían los primeros estoy convencido en felicitarme entre bromas amistosas. Y no me darían la espalda como ahora. ¡Que se vayan al diablo todos ellos! ¿Qué soy ahora? Un zéro. ¿Qué puedo ser el día de mañana? ¡El día de mañana puedo resucitar de entre los muertos y empezar a vivir de nuevo! ¡Puedo recuperar en mí al hombre, antes de que se haya perdido definitivamente!






Fiodor Dostoievski. “El jugador”. 1997, Ediciones B.



martes, 15 de septiembre de 2015

Pedro Salinas.

    
              
LA VOZ A TI DEBIDA.


                 [1]


Tú vives siempre en tus actos.
Con la punta de tus dedos
pulsas el mundo, le arrancas
auroras, triunfos, colores,
alegrías: es tu música.
La vida es lo que tu tocas.

De tus ojos, sólo de ellos,
sale la luz que te guía
los pasos. Andas
por lo que ves. Nada más.

Y si una duda te hace
señas a diez mil kilómetros,
lo dejas todo, te arrojas
sobre proas, sobre alas,
estás ya allí; con los besos,
con los dientes la desgarras:
ya no es duda.
Tú nunca puedes dudar.

Porque has vuelto los misterios
del revés. Y tus enigmas,
lo que nunca entenderás,
son esas cosas tan claras:
la arena donde te tiendes;
la marcha de tu reló
y el tierno cuerpo rosado
que te encuentras en tu espejo
cada día al despertar,
y es el tuyo. Los prodigios
que están descifrados ya.

Y nunca te equivocaste,
más que una vez, una noche
que te encaprichó una sombra
―la única que te ha gustado.
Una sombra parecía.
Y la quisiste abrazar.
Y era yo.




                  [34]


Lo que eres
me distrae de lo que dices.

Lanzas palabras veloces,
empavesada de risas,
invitándome
a ir adonde ellas me lleven.
No te atiendo, no las sigo:
estoy mirando
los labios donde nacieron.

Miras de pronto a lo lejos.
Clavas la mirada allí,
no sé en qué, y se te dispara
a buscarlo ya tu alma
afilada, de saeta.
Yo no miro adonde miras:
yo te estoy viendo mirar.

Y cuando deseas algo
no pienso en lo que tú quieres,
ni lo envidio: es lo de menos.
Lo quieres hoy, lo deseas;
mañana lo olvidarás
por una querencia nueva.
No. Te espero más allá
de los fines y los términos.
En lo que no ha de pasar
me quedo, en el puro acto
de tu deseo, queriéndote.
Y no quiero ya otra cosa
más que verte a ti querer.










                [39]


La forma de querer tú
es dejarme que te quiera.
El sí con que te me rindes
es el silencio. Tus besos
son ofrecerme los labios
para que los bese yo.
Jamás palabras, abrazos,
me dirán que tú existías,
que me quisiste: jamás.
Me lo dicen hojas blancas,
mapas, augurios, teléfonos;
tú, no.
Y estoy abrazado a ti
sin preguntarte, de miedo
a que no sea verdad
que tú vives y me quieres.
Y estoy abrazado a ti
sin mirar y sin tocarte.
No vaya a ser que descubra
con preguntas, con caricias,
esa soledad inmensa
de quererte sólo yo.






Pedro Salinas. “La voz a ti debida. Razón de amor. Largo Lamento.” 1995, Cátedra Letras Hispánicas.




domingo, 13 de septiembre de 2015

Charles Bukowski



Fragmentos:



      Jon-Luc no paraba de hablar. Hablaba de un modo enrevesado y dándoselas de Genio. Quizá fuera un Genio. No quería cabrearme por eso. Pero había tenido que aguantar Genios durante todos mis años de colegio: Shakespeare, Tolstoi, Ibsen, G. B. Shaw, Chejov, todos esos lelos. Y peor aún, Mark Twain, Hawthorne, las hermanas Brontë, Dreiser, Sinclair Lewis, todos te caían encima como un bloque de cemento y uno quería salir y huir, eran como padres tontos de remate, empeñados en seguir reglas y modales que acojonarían a un muerto.

***




      La primera agencia inmobiliaria a la que fuimos estaba en Santa Mónica. Se llamaba TwentySecond Century Housing. Jo, eso sí que era moderno.
      Sarah y yo bajamos del coche y entramos. Había un tipo joven detrás de una mesa, pajarita, una buena camisa a rayas, tirantes rojos. Iba de moderno. Estaba removiendo papeles en su mesa. Paró y levantó la vista.
      ―¿En qué puedo serviles?
      ―Queremos comprar una casa ―dije.
      El tipo joven giró la cabeza hacia un lado y continuó mirando en otra dirección. Pasó un minuto. Dos minutos.
      ―Vámonos ―le dije a Sarah.
      Volvimos al coche y lo puse en marcha.
      ―¿Qué ha pasado? ―me preguntó Sarah.
      ―No quería hacer negocios con nosotros. Nos echó un vistazo y pensó que éramos indigentes, despreciables. Pensó que le haríamos perder el tiempo.
      ―Pero eso no es cierto.
      ―Tal vez no, pero todo este asunto me ha hecho sentirme como si estuviera cubierto de mierda.
      Conducía el coche casi sin saber adónde iba.
De algún modo aquello me había dolido. Es verdad que estaba resacoso y que me hacía falta un afeitado y que siempre llevaba una ropa que por alguna razón parecía que no me caía bien y que quizá todos los años de pobreza me habían dado, sencillamente, un determinado aspecto. Pero no me parecía bien que se juzgara a un hombre desde fuera de ese modo. Yo prefería mil veces juzgar a un hombre por la forma que habla y actúa.

***



      Por fin, tras unas semanas a la caza de casa, la encontramos. Después del pago inicial, las mensualidades eran de 789,81 dólares. En la parte delantera había un enorme seto que daba a la calle, luego venía el jardín, así que la casa quedaba bastante al fondo del terreno. Parecía un sitio de puta madre para esconderse. Tenía incluso una escalera, un piso de arriba con dormitorio, cuarto de baño y lo que había de ser mi cuarto de escribir. Y habían dejado allí un escritorio viejo, una cosa vieja enorme y fea. Ahora, después de décadas, era un escritor con escritorio. Sí, sentí el temor, el temor de volverme como ellos. Pero tenía un contrato para escribir un guión. ¿Estaba condenado y acabado, estaban a punto de chuparme la sangre? Yo no lo veía de esa forma. ¿Pero alguien lo vio así alguna vez?

***



      Aquella noche sin Jon escuchando en el piso de abajo el guión comenzó a avanzar. Estaba escribiendo de un joven que quería escribir y beber, pero la mayor parte de su éxito lo tenía con la botella. El joven era yo. Aunque aquella época no había sido una época desdichada, había sido, en su mayor parte, una época de vacío y espera.

***







      Conduje en dirección norte por la autopista del Puerto hacia Hollywood Park. Llevaba jugando a los caballos más de 30 años. Había empezado después de mi casi fatal hemorragia en el Hospital del Condado de Los Ángeles. Me dijeron que si tomaba otra copa era hombre muerto.
      ―¿Qué voy a hacer? ―le pregunté a Jane.
      ―¿Con qué?
      ―¿Qué voy a usar como sustituto de la bebida?
      ―Bueno, están los caballos.
      ―¿Caballos? ¿Qué hace uno con los caballos?
      ―Apuestas a ellos.
      ―¿Apuestas a ellos? Parece estúpido.
      Fuimos y gané una barbaridad. Empecé a ir a diario. Entonces, lentamente, empecé a beber un poquito otra vez. Después bebí más. Y no me morí. Así que me quedé con ambos, con la bebida y los caballos. Estaba enganchado por todos lados.

***



      Volví al hipódromo. A veces me preguntaba qué estaba haciendo allí. Y a veces lo sabía. Por lo menos allí podía ver grandes cantidades de gente en su peor aspecto, y eso me mantenía en contacto con la verdadera esencia de la humanidad. La codicia, el miedo, la ira, allí estaba todo.

***




      Terminaron de anunciar las películas de próxima aparición y entonces empezó El baile de Jim Beam. Aparecieron los créditos. Y comenzó la película. La había visto en vídeo 3 o 4 veces y me la sabía bastante bien. Ah, era la historia de mi vida. ¿Quién más se la iba a tragar así? Pero en realidad no estaba pensada para que se refiriese a mí. Yo sólo quería mostrar qué vidas tan extrañas y desesperadas viven algunos borrachos, y yo era el borracho que conocía mejor.
      Algunos buenos bebedores ya me habían precedido. Eugene O´Neill, Faulkner, Hemingway, Jack London. El alcohol dio soltura al teclado de aquellas máquinas de escribir, les dio brillo y juego.
      La película continuaba.







Charles Bukowski. “Hollywood”. 2014, Editorial Anagrama.