Fragmentos:
Pero
¿cómo actúan dos personas que están a punto de montarse en el
coche y enfilar la carretera para atracar un banco? Si alguien
hubiera pasado por delante de nuestra casa el miércoles por la noche
habría visto nuestras luces encendidas, y a través de la ventana a
nuestra madre preparando la cena en la cocina, y habría visto
encendidas las luces de los vecinos, mientras mi padre salía fresco
de la ducha y se sentaba en el porche delantero y se ataba los
cordones de los zapatos al fresco, rumoroso crepúsculo, bajo la luna
alta y clara, y los coches circulaban más allá del parque, y él,
con el pelo mojado, oliendo a Old Spice y a polvos talco, nos contaba
a Berner y a mí las cosas que había visto en su <<viaje de
negocios>>: la pradera, como un vasto mar interior (<<como
el Golfo de Mexico>>), las luces del Norte, la ausencia de
montañas, aunque con abundancia de animales salvajes, nosotros dos
sentados escuchándole con arrobo, dichosos; ¿alguien habría podido
imaginar que era un hombre que se preparaba para cometer un atraco a
mano armada? No, nadie. Aunque he de admitir que me intriga el modo
en que una conducta ordinaria convive estrechamente con la opuesta.(...)
Hay
quienes pensarían que presenciar cómo esposan a tus padres, se les
llama a la cara atracadores de bancos y se les lleva a la cárcel, y
ver cómo tú y tu hermana os quedáis solos, podría hacerte perder
la cabeza. Podría ponerte frenético y hacerte correr por las
habitaciones de la casa y gemir y abandonarte a la desesperación,
porque las cosas ya nunca volverían a ser como antes. Y seguro que
para algunos sería así. Pero uno nunca sabe cómo reaccionará en
una situación semejante hasta que ésta acontece. Puedo afirmar que
la mayor parte de lo que acabo de decir no sucedió en este caso,
aunque por supuesto nuestra vida cambió para siempre.(...)
(...)Todo
parecía indicarme, por consiguiente, que, abandonado en aquella
oscuridad de Partreau, no era el chico de antes: un chico
equilibrado, probablemente encaminado a la universidad, con una
familia detrás: un padre y una madre y una hermana. Ahora era
alguien más pequeño a ojos del mundo, e insignificante, y quizá
invisible. Lo cual me hacía sentirme más cerca de la muerte que de
la vida. Y no es así como deben sentirse los adolescentes de quince
años. Yo sentía que, estando donde estaba, ya no era un ser
afortunado, y no parecía que fuera a serlo en el futuro, por mucho
que yo siempre había creído serlo. Mi casucha en Partreau era de
hecho la estampa misma del infortunio. En esas noches, si hubiera
podido llorar lo habría hecho. Pero no había nadie a quien llorar,
y, en cualquier caso, odiaba llorar y no quería ser un cobarde.(...)
Mildred
Remlinger me había aconsejado tratar de albergar en mi pensamiento
todo lo que fuera capaz de albergar, y no dejar que mi mente se
centrase de un modo malsano en una sola cosa, y tener siempre algo a
lo que poder renunciar. Mis padres, por su parte, me habían hablado
uno y otro en favor de la aceptación. (<<Ductilidad>>
era la palabra que empleaba mi madre.) Algún día, en alguna parte,
sería capaz de explicarme todo aquello a mí mismo. De algún modo.
Y posiblemente también a mi hermana Berner, a quien sabía que
volvería a ver antes de morirme. Hasta ese día, trataría de
conciliar todos los buenos consejos que había recibido: generosidad,
aceptación, renuncia, buscar la longevidad, dejar que el mundo venga
a ti, y, con todos ellos, labrarme una vida que vivir.(...)
Aunque
había una cosa que escribió que debió de ser lo que Berner más
quería que yo leyera y la razón por la que me dio las hojas
manuscritas de mi madre.
<<Creo>>,
escribió mi madre con su letra delicada, con la tinta azul que le
facilitaron en prisión y que se había hecho invisible en algunos
pasajes, <<que cuando te estás muriendo, probablemente deseas
morirte. No luchas contra ello. Es como soñar. Es bueno. ¿No te
imaginas que es una sensación buena? ¿Ceder y entregarte a algo? No
más lucha, lucha, lucha. Me preocuparé por ello al final, y lo
sentiré. Pero ahora me siento bien. Se me ha quitado un peso de
encima. Un gran peso. Resulta que la naturaleza no aborrece al
vacío.>>
Estaba
fechado en la primavera de 1961. Berner había puesto una marca a
lápiz en un costado. Significaba algo para ella. Y posiblemente
significará algo para mí algún día, algo más que lo obvio.(...)
Richard
Ford. “Canadá”. 2013, Editorial Anagrama.
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