Frente al silencio.

Frente al silencio.

miércoles, 7 de octubre de 2015

Richard Ford



Fragmentos:




      Pero ¿cómo actúan dos personas que están a punto de montarse en el coche y enfilar la carretera para atracar un banco? Si alguien hubiera pasado por delante de nuestra casa el miércoles por la noche habría visto nuestras luces encendidas, y a través de la ventana a nuestra madre preparando la cena en la cocina, y habría visto encendidas las luces de los vecinos, mientras mi padre salía fresco de la ducha y se sentaba en el porche delantero y se ataba los cordones de los zapatos al fresco, rumoroso crepúsculo, bajo la luna alta y clara, y los coches circulaban más allá del parque, y él, con el pelo mojado, oliendo a Old Spice y a polvos talco, nos contaba a Berner y a mí las cosas que había visto en su <<viaje de negocios>>: la pradera, como un vasto mar interior (<<como el Golfo de Mexico>>), las luces del Norte, la ausencia de montañas, aunque con abundancia de animales salvajes, nosotros dos sentados escuchándole con arrobo, dichosos; ¿alguien habría podido imaginar que era un hombre que se preparaba para cometer un atraco a mano armada? No, nadie. Aunque he de admitir que me intriga el modo en que una conducta ordinaria convive estrechamente con la opuesta.(...)




      Hay quienes pensarían que presenciar cómo esposan a tus padres, se les llama a la cara atracadores de bancos y se les lleva a la cárcel, y ver cómo tú y tu hermana os quedáis solos, podría hacerte perder la cabeza. Podría ponerte frenético y hacerte correr por las habitaciones de la casa y gemir y abandonarte a la desesperación, porque las cosas ya nunca volverían a ser como antes. Y seguro que para algunos sería así. Pero uno nunca sabe cómo reaccionará en una situación semejante hasta que ésta acontece. Puedo afirmar que la mayor parte de lo que acabo de decir no sucedió en este caso, aunque por supuesto nuestra vida cambió para siempre.(...)





(...)Todo parecía indicarme, por consiguiente, que, abandonado en aquella oscuridad de Partreau, no era el chico de antes: un chico equilibrado, probablemente encaminado a la universidad, con una familia detrás: un padre y una madre y una hermana. Ahora era alguien más pequeño a ojos del mundo, e insignificante, y quizá invisible. Lo cual me hacía sentirme más cerca de la muerte que de la vida. Y no es así como deben sentirse los adolescentes de quince años. Yo sentía que, estando donde estaba, ya no era un ser afortunado, y no parecía que fuera a serlo en el futuro, por mucho que yo siempre había creído serlo. Mi casucha en Partreau era de hecho la estampa misma del infortunio. En esas noches, si hubiera podido llorar lo habría hecho. Pero no había nadie a quien llorar, y, en cualquier caso, odiaba llorar y no quería ser un cobarde.(...)








      Mildred Remlinger me había aconsejado tratar de albergar en mi pensamiento todo lo que fuera capaz de albergar, y no dejar que mi mente se centrase de un modo malsano en una sola cosa, y tener siempre algo a lo que poder renunciar. Mis padres, por su parte, me habían hablado uno y otro en favor de la aceptación. (<<Ductilidad>> era la palabra que empleaba mi madre.) Algún día, en alguna parte, sería capaz de explicarme todo aquello a mí mismo. De algún modo. Y posiblemente también a mi hermana Berner, a quien sabía que volvería a ver antes de morirme. Hasta ese día, trataría de conciliar todos los buenos consejos que había recibido: generosidad, aceptación, renuncia, buscar la longevidad, dejar que el mundo venga a ti, y, con todos ellos, labrarme una vida que vivir.(...)






      Aunque había una cosa que escribió que debió de ser lo que Berner más quería que yo leyera y la razón por la que me dio las hojas manuscritas de mi madre.
      <<Creo>>, escribió mi madre con su letra delicada, con la tinta azul que le facilitaron en prisión y que se había hecho invisible en algunos pasajes, <<que cuando te estás muriendo, probablemente deseas morirte. No luchas contra ello. Es como soñar. Es bueno. ¿No te imaginas que es una sensación buena? ¿Ceder y entregarte a algo? No más lucha, lucha, lucha. Me preocuparé por ello al final, y lo sentiré. Pero ahora me siento bien. Se me ha quitado un peso de encima. Un gran peso. Resulta que la naturaleza no aborrece al vacío.>>
      Estaba fechado en la primavera de 1961. Berner había puesto una marca a lápiz en un costado. Significaba algo para ella. Y posiblemente significará algo para mí algún día, algo más que lo obvio.(...)







Richard Ford. “Canadá”. 2013, Editorial Anagrama.





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