Frente al silencio.

Frente al silencio.

jueves, 22 de octubre de 2015

Luis Cernuda.



REMORDIMIENTO EN TRAJE DE NOCHE



Un hombre gris avanza por la calle de niebla;
no lo sospecha nadie. Es un cuerpo vacío;
Vacío como pampa, como mar, como viento,
desiertos tan amargos bajo un cielo implacable.

Es el tiempo pasado, y sus alas ahora
entre la sombra encuentran una pálida fuerza;
es el remordimiento, que de noche, dudando,
en secreto aproxima su sombra descuidada.

No estrechéis esa mano. La yedra altivamente
ascenderá cubriendo los troncos del invierno.
Invisible en la calma el hombre gris camina.
¿No sentís a los muertos? Mas la tierra está sorda.








QUISIERA ESTAR SOLO EN EL SUR



Quizá mis lentos ojos no verán más el sur
de ligeros paisajes dormidos en el aire,
con cuerpos a la sombra de ramas como flores
o huyendo en un galope de caballos furiosos.

El sur es un desierto que llora mientras canta,
y esa voz no se extingue como pájaro muerto;
hacia el mar encamina sus deseos amargos
abriendo un eco débil que vive lentamente.

En el sur distante quiero estar confundido.
La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta;
su niebla misma ríe, risa blanca en el viento.
Su oscuridad, su luz son bellezas iguales.







QUÉ MÁS DA


Qué más da el sol que se pone o el sol que se levanta,
la luna que nace o la luna que muere.

Mucho tiempo, toda mi vida esperé verte surgir
    entre las tinieblas monótonas,
luz inextinguible, prodigio rubio como la llama;
ahora que te he visto sufro, porque igual que ellos
no has sido para mí menos brillante,
menos efímero o menos inaccesible que el sol y la luna
    alternados.

Mas yo sé lo que digo si a ellos te comparo,
porque aun siendo brillante, efímero, inaccesible,
tu recuerdo, como el de ambos astros,
basta para iluminar ausente toda esta sombra que me
    envuelve.











I


Donde habite el olvido,
en los vastos jardines sin aurora;
donde yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje
al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
no esconda como acero
en mi pecho su ala,
sonriendo lleno de gracia áerea mientras crece el
    tormento.
Allá dodne termine este afán que exige dueño a
    imagen suya,
sometiendo a otra vida su vida,
sin más horizonte que otro ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
cielo y tierra nativos en torno a un recuerdo;
disuelto en niebla, ausencia,
ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;
donde habite el olvido.







XI


No quiero, triste espíritu, volver
por los lugares que cruzó mi llanto,
latir secreto entre los cuerpos vivos
como yo también fui.

No quiero recordar
un instante feliz entre tormentos;
goce o pena, es igual,
todo es triste al volver.

Aún va conmigo como una luz lejana
aquel destino niño,
aquellos dulces ojos juveniles,
aquella antigua herida.

No, no quisiera volver,
sino morir aún más,
arrancar una sombra,
olvidar un olvido.






XII


No es el amor quien muere,
somos nosotros mismos.
Inocencia pristina
abolida deseo,
olvido de sí mismo en otro olvido,
ramas entrelazadas,
¿por qué vivir si desaparecéis un día?

Sólo vive quien mira
siempre ante sí los ojos de su aurora,
sólo vive quien besa
aquel cuerpo de ángel que el amor levantara.

Fantasmas de la pena,
a lo lejos, los otros,
los que ese amor perdieron,
como un recuerdo en sueños,
recorriendo las tumbas
otro vacío estrechan.

Por allá van y gimen,
muertos en pie, vidas tras las piedras,
golpeando impotencia,
arañando la sombra
con inútil ternura.

No, no es el amor quien muere.







Luis Cernuda. “La realidad y el deseo”. 1983. Editorial Castalia.



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