LARGO
LAMENTO
[7]
¡Cuántas
veces te has vuelto!
Recuerdo
que una noche te pusiste
de
espaldas a mí, como si me olvidaras.
¿Es
la espalda el olvido?
Tu
espalda, ancha, espaciosa
era
un olvido
por
donde mi recuerdo iba buscando
delicias
de tu cuerpo frente a frente,
como
otras veces me lo diste;
igual
que la mirada
se
pasea tristísima
de
lucero en lucero,
por
las estrellas de la noche, de esa
gran
espalda, la noche,
del
gran cuerpo del mundo, luz y día.
Me
faltaba
la
luz total, tu frente, tú de frente,
pero
mis ojos
por
el ámbito quieto de tu espalda
encontraban
las señas milagrosas
del
otro lado, sí, los restos de tu luz.
Y
a esa luz de tu luna, de tu dorso,
del
resplandor de ti que aún me quedaba,
supe
esperar a que volviese el día:
de
un reflejo viví de lo vivido.
Te
volviste por fin, al despertar.
¡Cuántas
veces me has dado
la
espalda más terrible, que es la ausencia!
¿Por
qué no despedirse
de
frente, sí, de frente,
ir
paso a paso atrás, pero mirándose,
de
modo que la última
imagen
de nosotros fuera siempre
la
de unos ojos que aunque ya no ven
siguen
mirando siempre a lo que quieren?
Una
mirada
que
traspasase vanas apariencias:
paredes,
seres, cielos, años,
que
esa casualidad llamada vida
se
encapricha en poner
entre
los dos destinos
que
llevan nuestras iniciales.
Dos
seres no se apartan
más
que cuando engañados:
porque
ya no se ven
se
creen que están solos
y
dejan de mirarse,
sin
tomar la lección del mar y el cielo,
que
venden sus distancias contemplándose.
Si
tú te equivocaste alguna noche
bailando
con algunas realidades
tan
sólo porque estaban a tu lado
es
por no serme fiel con la mirada.
Yo
estaba allí.
Ninguna
soledad me dolió tanto
como
esta de los ojos sin respuesta.
Y
también el silencio es una espalda.
¡Cuántas
veces he estado
esperando
tu voz, como esperando
un
movimiento de tu ser entero,
un
volverte total hacia mi alma!
Hablar
siempre es volverse.
Si
tu voz viene a mí
es
que tu cara está frente a mi cara.
Al
hablarnos nos vemos. El silencio
por
inmenso que sea se quebranta
echando
en él un nombre de persona;
lo
mismo que una vasta
superficie
de
agua vibra toda
y
cambia su dureza cristalina
por
un temblor de pecho palpitante,
respiración
concéntrica de ondas,
si
alguien en ella arroja
una
piedra, y su peso, como un nombre.
Una
palabra puede
salvarlo
todo si se le echa allí
en
el agua del alma que la espera.
Una
noche yo mismo,
por
darme tú la espalda del silencio,
me
sentí vidrio, hielo,
sin
hondura detrás, y yo vacío,
que
iba a hacerse pedazos
en
cuanto lo tocara algún azar.
Y
de pronto tu voz, tu voz cayendo
en
el centro de mí
me
hizo sentir la vida
como
un crecer de amor y amor y amor
dentro
de amor, en infinitas ondas
que
llenaron mi ser hasta los bordes
donde
se acaba el ser y empieza el mundo.
Es
porque te volviste, con tu voz.
Siempre
te volverás, es tu promesa.
Y
aunque un día
no
me hables, ni me mires, ni estés cerca,
aunque
parezca que no existes ya,
esperaré
que vuelvas, que te vuelvas.
Por
ti creo
en
la vida que está siempre queriendo
volverse
hacia
sí misma, hacia la vida.
Por
ti creo
en
la resurrección, más que en la muerte.
[50]
[No
rechaces los sueños por ser sueños]
No
rechaces los sueños por ser sueños.
Todos
los sueños pueden
ser
realidad, si el sueño no se acaba.
La
realidad es un sueño. Si soñamos
que
la piedra es la piedra, eso es la piedra.
Lo
que corre en los ríos no es agua,
es
un soñar, el agua, cristalino.
La
realidad disfraza
su
propio sueño, y dice:
“Yo
soy el sol, los cielos, el amor.”
Pero
nunca se va, nunca se pasa,
si
fingimos creer que es más que un sueño.
Y
vivimos soñándola. Soñar
es
el modo que el alma
tiene
para que nunca se le escape
lo
que se escaparía si dejamos
de
soñar que es verdad lo que no existe.
Sólo
muere
un
amor que ha dejado de soñarse
hecho
materia y que se busca en tierra.
Pedro Salinas. “La voz a ti debida. Razón de amor. Largo Lamento.” 1995, Cátedra Letras Hispánicas.
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