Frente al silencio.

Frente al silencio.

sábado, 3 de octubre de 2015

Carlos Salem



Fragmentos:




      Era un edificio viejo pero remodelado, en pleno barrio de La Latina, y cuando la llave del portal funcionó a la primera, pensé que mi suerte empezaba a cambiar. No había ascensor y llegué hasta el tercer piso con la lengua afuera. La chapa en la puerta anunciaba que ahí vivía Noelia Durán i Mont y cuando la abrí no sonó ninguna alarma. Entré despacio, como un ladrón, y dejé los bolsos y la mochila en el dormitorio. Me saqué la camisa y el vaquero y anduve fumando en calzoncillos. Era una casa cómoda.

***




      Me moría por medio litro de café. En algún lugar había leído que el café era la sangre de los hombres cansados. Chandler, creo. ¿Qué hubiera hecho Marlowe en mi lugar? Recibir los golpes, seguro. Pero después andaría pisando sus soledades hasta descubrí la trama del asunto sin que pareciera importarle demasiado. La cabeza del bueno de Marlowe era a prueba de porras y de esperanzas. Siempre podía ver lo que había detrás de las apariencias, aunque la mayoría de las veces, detrás de las apariencias no hubiera nada, como en un juego de espejos enfrentados que parieran imágenes sin una primera imagen original.

***









      Las ciudades en domingo por la mañana son hasta queribles. Y si la ciudad es Madrid, el domingo, de verano, y la mañana, raramente fresca para agosto, uno puede llegar a enamorarse de la dama, cortejarla en sus calles vacías y creer, sin creerlo del todo, que está soltera y disponible. Pero siempre hay maridos posesivos aunque ausentes que te buscan y te encuentran en el armario previsible de la ciudad. No te matan porque el honor ya no cotiza lo que antes; les basta con recordarte sin palabras que la ciudad nunca será tuya más allá de la mentira claroscura de una noche o el romance fugaz de una mañana dominguera y desierta.

***



      Me desnudé y entré en el agua oscura con una sensación de transgresión indefensa que me maravilló. Jugamos sin ruido, nadando, flotando, tocándonos al pasar. Fuimos hasta el fondo y nos reconocimos con los dedos, salimos a la superficie más por costumbre que por necesidad, y nos abrazamos empujados por olas que nacían de nosotros. La besé. Era bueno e inocente besarla, desnudos en la piscina, a oscuras. Nos frotamos como peces resbalosos, buscando, fingiendo que todo era agua y nada más. Las mismas olas nos llevaron hasta la parte baja de la piscina y me zambullí para cruzar entre sus piernas abiertas. Se rió sin ruido. Repetí el número pero al pasar debajo de ella, giré y besé su sexo. Nos revolcamos sin peso en el agua, luminosos de tanto frotarnos. La besé otra vez y nos abrazamos. Subí sus piernas a mi cintura, intenté entrar en ella, pero me frenó con un gesto.
      ―En el autobús hiciste trampa ―susurró―. Ahora, por favor.
      ―Ahora, la verdad ―dije sintiendo la puerta de su cuerpo bajo el agua.
      ―La verdad es como un coño, Nicolás ―dijo ella sin favorecer la entrada, sin impedirla tampoco―. No hay dos iguales y siempre se añora el que no se conoce. Se le adjudican más secretos que los que posee y, ¿sabes una cosa? No tiene memoria, se lava y todo olvidado.







Carlos Salem. “ Un jamón calibre 45”. 2011, RBA Libros.



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