Frente al silencio.

Frente al silencio.

lunes, 20 de abril de 2015

Paul Auster.




Fragmentos.




(…) R., me habló de cierto libro inencontrable que había estado intentando localizar sin éxito, husmeando en librerías y catálogos en busca de una obra supuestamente excepcional que tenía muchas ganas de leer, y cómo, una tarde que paseaba por la ciudad tomó un atajo a través de la Grand Central Station, subió la escalera que llevaba a Vanderbilt Avenue, y descubrió a una joven apoyada en la baranda de mármol con un libro en la mano: el mismo libro que él había intentado localizar tan desesperadamente.
      Aunque no es alguien que normalmente hable con desconocidos, R. estaba tan asombrado por la coincidencia que no se pudo callar.
      —Lo crea o no le dijo a la joven, he buscado ese libro por todas partes.
      —Es estupendo respondió la joven. Acabo de terminar de leerlo.
      —¿Sabe dónde podría encontrar otro ejemplar? preguntó R.. No puedo decirle cuánto significaría para mí.
      —Éste es suyo respondió la mujer.
      —Pero es suyo dijo R.
      —Era mío dijo la mujer, pero ya lo he acabado. He venido hoy aquí para dárselo.


***





(…) La experiencia del poema no reside en cada una de sus palabras, sino en la interacción de esas palabras, la música, lo silencios, las formas; y si no le damos al lector la oportunidad de apreciar la experiencia en su totalidad, no logrará captar el espíritu del original. Por esta razón, creo que la poesía debería ser traducida sólo por poetas.


***









      Cuando esta mañana me he sentado a escribir, lo primero que he hecho ha sido pensar en Salman Rushdie. Durante cuatro años y medio es algo que he hecho cada mañana, y en la actualidad constituye una parte esencial de mi rutina diaria. Cojo la pluma, y antes de comenzar a escribir pienso en mi colega que está al otro lado del océano. Rezo para que siga viviendo otras veinticuatro horas. Rezo para que sus escoltas ingleses le mantengan escondido de la gente que pretende matarle, los mismo que ya han matado a uno de sus traductores y herido a otro. Y sobre todo, rezo para que llegue un día en que estas oraciones ya no sean necesarias, y Salman Rushdie pueda pasear por las calles del mundo con la misma libertad que yo.
      Rezo por ese hombre cada mañana, pero, en el fondo, sé que también rezo por mí. Su vida está en peligro porque ha escrito un libro. Escribir libros es también mi oficio, y sé que los caprichos de la historia y la pura mala suerte podrían haber hecho que yo estuviera en su lugar: Quizá no hoy, pero quién sabe si mañana. Pertenecemos al mismo club: una secreta fraternidad de hombres y mujeres solitarios, enclaustrados y maniáticos que pasamos casi todo nuestro tiempo encerrados en pequeñas habitaciones luchando por colocar palabras en una página. (…)





Paul Auster. “Experimentos con la verdad”. 2000, Anagrama.





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