Frente al silencio.

Frente al silencio.

miércoles, 1 de abril de 2015

Carlos Salem.




Fragmentos.




    Los miércoles hay ecologistas y hay contaminadores, incluso ecologistas contaminadores. Hay muchachas flamantes por fuera y gastadas por dentro, hay hombres que matarían por encontrar un motivo válido para seguir viviendo. Hay poetas de los cojones, sin cojones para escribir lo que piensan y que acaban escribiendo lo que deben. Yo fui uno de ellos, creo. Hay chavales que se matan en el gimnasio por las tardes, para sentirse matadores por las noches y terminan matándose a pajas al amanecer, con notable fortalecimiento de los bíceps. Hay genios por docena, repitiendo sobre el hombro de quien se deje el comentario inteligente de aquella revista contestataria que, a la hora de pagar las colaboraciones, no sabe no contesta. Hay parejas desparejas, parejas deshechas, parejas que se alimentan del mutuo rencor. Hay también parejas que se quieren, gloriosa estupidez que envidio cada vez que la mirada de Lola se me enreda en la nuez y la estrangula de promesas. Hay adictos a todo que no quieren nada, bellezas de neón que se aman a sí mismas mientras saltan de hombre en hombre, de espejo en espejo, narices hambrientas que hacen cola frente al baño como quien embarca en un turístico.
    Hay gente.
    Demasiada gente los miércoles. (…)


***



    Lola recuerda el sobresalto, la carrera descalza hasta la puerta, la mirilla que le regaló la imagen de Poe deformada pero real, al otro lado del tablero de madera. Recuerda también el miedo. El enorme miedo a ceder a sus deseos, dejarlo entrar, meterlo en su vida y en su cama, volver a amaneces en soledad. Además, pensó, no había terminado de fregar. No podía ser, esa noche no. Se quedó allí durante un tiempo injusto, lento tiempo de caracol que deja un rastro de baba en el mejor sueño, pegada a la mirilla sintiendo cada timbre como un golpe, como un adiós. Se quedó hasta ver que la cara de Poe pasaba de la decisión a la dura, de la duda a la renuncia, de la renuncia al dolor. Y siguió, fundido el ojo a la mirilla, hasta que él bajo la cabeza, dijo una palabra muda, y se marchó. Entonces Lola se fue a seguir fregando, maldiciendo que él sólo hubiera pulsado el timbre doce veces, cuando ella se había prometido que si llegaba a los trece intentos le abriría la puerta. (…)











    Quise completar la felicidad de Lucy, saber más sobre ella. El error del amor. Nos enamoramos de desconocidos y luego nos empeñamos en asesinarles el misterio. La acompañé a su casa y me hundí en las fotos de una niña con ojos de cervatillo feroz, en sus dibujos de infancia, iguales a los que hizo luego, en las anécdotas pueriles o brillantes en las que Lucy le cantaba a los perros y gatos heridos que iba recogiendo por las calles. Aquella mujer veneraba a Lucy.
    Cuando volví a casa, al atardecer, ella no estaba, pero estaba su bolso interminable lleno de pedazos de papel y de hojas secas. Interrogué a las plantas pero estaban mudas. Pasé un buen ratos en busca de una nota y la encontré del lado adentro de la puerta. Sólo una palabra:
    <<¿Si?>>
    Pegado en la puerta de cristal del invernadero, otro papel: (…)








Carlos Salem. “El huevo izquierdo del talento”. 2013. Ediciones Escalera. 




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