Fragmentos:
Marlow
era el único de nosotros que aún <<seguía al mar>>. Lo
peor que se podía decir de él era que no representaba a su clase.
Era marino, pero también un trotamundos, mientras que la mayoría de
los marineros llevaban una vida sedentaria, si se puede decir así.
Sus mentes tienen espíritu casero, y su hogar está siempre con
ellos: el barco; lo mismo sucede con su patria: el mar. Un barco se
asemeja mucho a otro y el mar es siempre el mismo. En la
inmutabilidad de lo que los rodea, las cosas extrañas, las caras
extrañas, la inmensidad cambiante de la vida, resbalan sobre ellos,
sin cubrirse por una sensación de misterio sino por una ignorancia
levemente despectiva, ya que nada le
es misterioso a un hombre de mar excepto el propio mar, que es dueño
y señor de su existencia y tan inescrutable como el destino. Por lo
demás, tras sus horas de trabajo le bastan un paseo o una juerga
ocasional en la costa para revelarle el secreto de un continente
entero, y a menudo se da cuenta de que no merece la pena conocer ese
secreto. Las historias de los marineros son de una simplicidad
directa, su pleno significado recae dentro de la cáscara de una nuez
rota. Pero Marlow no era alguien típico (si exceptuamos su
propensión a contar historias), y para él, el significado de un
episodio no se hallaba dentro, como la almendra, sino fuera,
envolviendo la historia, que lo da lugar sólo como un resplandor da
lugar a una bruma, en la semejanza de una de estas aureolas
neblinosas que a veces se hacen visibles gracias a la iluminación
espectral de la luz de la luna.
***
>>La
tierra no parecía terrenal. Estamos acostumbrados a verla como un
monstruo vencido, pero allí, allí podías ver al monstruo en
libertad. No era terrenal, y los hombres eran... No, no eran
inhumanos. Bueno, ya sabéis, lo peor de todo, esta sospecha de que
no eran inhumanos. Poco a poco brotaba en uno esta idea. Aullaban,
brincaban y daban vueltas, y ponían caras horribles, pero lo que
estremecía era el simple hecho de pensar que eran humanos, como uno
mismo, el pensamiento del remoto parentesco de uno con este alboroto
salvaje y apasionado. Desagradable. Sí, era bastante desagradable;
pero si uno fuera lo bastante hombre, admitiría que en su interior
existía al menos una mínima huella de reacción ante la terrible
franqueza de aquel ruido, la leve sospecha de que aquello tenía un
significado que uno, tan alejado de la noche de los primeros siglos,
pudiera comprender. ¿Y por qué no? La mente del hombre es capaz de
cualquier cosa, porque todo está en ella, todo el pasado y también
todo el futuro.
***
"No
estoy revelando ningún secreto comercial. De hecho, el director
después dijo que los métodos del señor Kurtz habían arruinado la
comarca. No tengo opinión sobre ese punto, pero quiero que entendáis
con claridad que no había nada exactamente beneficioso en el hecho
de que aquellas cabezas estuvieran allí. Tan sólo demostraba que el
señor Kurtz carecía de freno en la satisfacción de sus deseos, que
había algo de esperanza en él, una pequeña cuestión que, cuando
la necesidad acuciaba, no se podía encontrar bajo su magnífica
elocuencia. Sobre si conocía esta deficiencia, no lo puedo decir.
Creo que el conocimiento le llegó al final, tan sólo en el último
momento. Pero la selva lo había descubierto pronto, y se había
vengado terriblemente por la invasión fantástica. Creo que le había
susurrado cosas sobre sí mismo que desconocía, cosas sobre las que
no tenía ningún concepto hasta que lo consultó con esta gran
soledad, y comprobó que el susurro era irresistiblemente fascinante.
Le resonaba por dentro porque estaba hueco en el interior. Bajé los
gemelos, y la cabeza que aparecía tan cercana que se podía hablar
con ella parecía que había dado un brinco repentino alejándose de
mí una distancia inaccesible.
***
La
vida es algo gracioso, ese acuerdo curioso de la lógica despiadada
por un propósito fútil. Lo más que se puede esperar de ella es un
poco de conocimiento de uno mismo, que llega muy tarde, y una cosecha
de remordimientos que no se extinguen. He luchado a brazo partido
contra la muerte. Es el torneo menos emocionante que podáis
imaginar. Tiene lugar en una tristeza impalpable, sin nada por debajo
de los pies, sin nada alrededor, sin espectadores, sin clamor, sin
gloria, sin el gran deseo de victoria, en el gran miedo a la derrota,
en una atmósfera enfermiza de escepticismo tibio, sin demasiada fe
en tu propio derecho, y todavía menos en el de tu adversario. Si ésa
es la forma de la sabiduría final, entonces la vida es un enigma
mayor de lo que algunos de nosotros pensamos.
***
Joseph
Conrad. “El corazón de las tinieblas”. 2007, Edimat libros.
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