Frente al silencio.

Frente al silencio.

martes, 21 de febrero de 2017

Joseph Conrad



Fragmentos:



      Marlow era el único de nosotros que aún <<seguía al mar>>. Lo peor que se podía decir de él era que no representaba a su clase. Era marino, pero también un trotamundos, mientras que la mayoría de los marineros llevaban una vida sedentaria, si se puede decir así. Sus mentes tienen espíritu casero, y su hogar está siempre con ellos: el barco; lo mismo sucede con su patria: el mar. Un barco se asemeja mucho a otro y el mar es siempre el mismo. En la inmutabilidad de lo que los rodea, las cosas extrañas, las caras extrañas, la inmensidad cambiante de la vida, resbalan sobre ellos, sin cubrirse por una sensación de misterio sino por una ignorancia levemente despectiva, ya que nada le es misterioso a un hombre de mar excepto el propio mar, que es dueño y señor de su existencia y tan inescrutable como el destino. Por lo demás, tras sus horas de trabajo le bastan un paseo o una juerga ocasional en la costa para revelarle el secreto de un continente entero, y a menudo se da cuenta de que no merece la pena conocer ese secreto. Las historias de los marineros son de una simplicidad directa, su pleno significado recae dentro de la cáscara de una nuez rota. Pero Marlow no era alguien típico (si exceptuamos su propensión a contar historias), y para él, el significado de un episodio no se hallaba dentro, como la almendra, sino fuera, envolviendo la historia, que lo da lugar sólo como un resplandor da lugar a una bruma, en la semejanza de una de estas aureolas neblinosas que a veces se hacen visibles gracias a la iluminación espectral de la luz de la luna.

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      >>La tierra no parecía terrenal. Estamos acostumbrados a verla como un monstruo vencido, pero allí, allí podías ver al monstruo en libertad. No era terrenal, y los hombres eran... No, no eran inhumanos. Bueno, ya sabéis, lo peor de todo, esta sospecha de que no eran inhumanos. Poco a poco brotaba en uno esta idea. Aullaban, brincaban y daban vueltas, y ponían caras horribles, pero lo que estremecía era el simple hecho de pensar que eran humanos, como uno mismo, el pensamiento del remoto parentesco de uno con este alboroto salvaje y apasionado. Desagradable. Sí, era bastante desagradable; pero si uno fuera lo bastante hombre, admitiría que en su interior existía al menos una mínima huella de reacción ante la terrible franqueza de aquel ruido, la leve sospecha de que aquello tenía un significado que uno, tan alejado de la noche de los primeros siglos, pudiera comprender. ¿Y por qué no? La mente del hombre es capaz de cualquier cosa, porque todo está en ella, todo el pasado y también todo el futuro.

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      "No estoy revelando ningún secreto comercial. De hecho, el director después dijo que los métodos del señor Kurtz habían arruinado la comarca. No tengo opinión sobre ese punto, pero quiero que entendáis con claridad que no había nada exactamente beneficioso en el hecho de que aquellas cabezas estuvieran allí. Tan sólo demostraba que el señor Kurtz carecía de freno en la satisfacción de sus deseos, que había algo de esperanza en él, una pequeña cuestión que, cuando la necesidad acuciaba, no se podía encontrar bajo su magnífica elocuencia. Sobre si conocía esta deficiencia, no lo puedo decir. Creo que el conocimiento le llegó al final, tan sólo en el último momento. Pero la selva lo había descubierto pronto, y se había vengado terriblemente por la invasión fantástica. Creo que le había susurrado cosas sobre sí mismo que desconocía, cosas sobre las que no tenía ningún concepto hasta que lo consultó con esta gran soledad, y comprobó que el susurro era irresistiblemente fascinante. Le resonaba por dentro porque estaba hueco en el interior. Bajé los gemelos, y la cabeza que aparecía tan cercana que se podía hablar con ella parecía que había dado un brinco repentino alejándose de mí una distancia inaccesible.

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La vida es algo gracioso, ese acuerdo curioso de la lógica despiadada por un propósito fútil. Lo más que se puede esperar de ella es un poco de conocimiento de uno mismo, que llega muy tarde, y una cosecha de remordimientos que no se extinguen. He luchado a brazo partido contra la muerte. Es el torneo menos emocionante que podáis imaginar. Tiene lugar en una tristeza impalpable, sin nada por debajo de los pies, sin nada alrededor, sin espectadores, sin clamor, sin gloria, sin el gran deseo de victoria, en el gran miedo a la derrota, en una atmósfera enfermiza de escepticismo tibio, sin demasiada fe en tu propio derecho, y todavía menos en el de tu adversario. Si ésa es la forma de la sabiduría final, entonces la vida es un enigma mayor de lo que algunos de nosotros pensamos.


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Joseph Conrad. “El corazón de las tinieblas”. 2007, Edimat libros. 



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