Fragmentos:
La
oficina de Nueva York no estaba familiarizada con la Vincent Black
Shadow: me remitieron a la oficina de Los Ángeles... que en realidad
está en Beverly Hills, a sólo unas cuantas manzanas largas del Polo
Lounge. Pero cuando llegué allí, la mujer de la pasta se negó a
darme más de 300 dólares en efectivo. No tenía ni idea de quién
era yo, dijo, y yo, por entonces, sudaba ya muchísimo. Tengo la
sangre demasiado espesa para California: nunca he sido capaz de
explicarme bien en este clima. Al menos, cuando sudo a mares... y
tengo los ojos inyectados en sangre y me tiemblan las manos.
Así
que cogí los 300 dólares y me largué. Mi abogado estaba
esperándome en el bar de la esquina,
―Con
esto no hacemos nada ―dijo―,
a menos que tengamos crédito ilimitado.
Le
aseguré que lo tendríamos.
―Vosotros
los samoanos sois todos iguales ―le
dije―.
No tenéis fe en la honradez básica de la cultura del hombre blanco.
Dios mío, hace sólo una hora estábamos allí en aquel sitio
apestoso, sin blanca, y paralizados para el fin de semana, y de
pronto va y me llama un absoluto desconocido de Nueva York diciéndome
que vaya a Las Vegas y que no me preocupe por los gastos... y luego
me manda a una oficina de Beverly Hills, donde otra total desconocida
me da trescientos billetes sin el menor motivo... te lo aseguro,
amigo mío, ¡éste es el Sueño Americano en acción! Seríamos
tontos si no nos montásemos en este extraño torpedo y siguiésemos
en él hasta el final.
***
Extraños
recuerdos en esta inquietante noche de Las Vegas. ¿Cinco años
después? ¿Seis? Parece toda una vida, o al menos una Era Básica:
el tipo de punto culminante que no se repite. San Francisco a mitad
de los sesenta fueron una época y un lugar muy especiales para
quienes los vivieron. Quizá significase
algo, quizá no, a la
larga... pero ninguna explicación, ninguna combinación de palabras
o música o recuerdos puede rozar esa sensación de saber que tú
estabas allí y vivo en aquel rincón del tiempo y del mundo.
Significase lo que significase...
La
historia es algo difícil de conocer, debido a todos esos cuentos
pagados, pero aun sin estar seguro de la <<Historia>>
parece muy razonable pensar que de vez en cuando la energía de toda
una generación se lanza al frente en un largo y magnífico de
fogonazo, por razones que no entiende nadie, en realidad, en el
momento... y que nunca explican, retrospectivamente, lo que de verdad
sucedió.
Mi
recuerdo básico de esa época parece anclarse en una o cinco o quizá
cuarenta noches (o mañanas muy temprano) que salí de Fillmore medio
loco y, en vez de irme a casa, enfilaba el gran Lightning 650 por el
puente de la Bahía a ciento sesenta por hora ataviado con unos
pantalones cortos y una zamarra de pastor... y cruzaba zumbando el
túnel de Treasure Island bajo las luces de Oakland y Berkeley y
Richmond, sin saber a ciencia cierta qué vía tomar cuando llegase
al otro lado (el coche se calaba siempre en la barrera de peaje, yo
iba demasiado pasado para encontrar el punto muerto mientras buscaba
cambio)... pero absolutamente seguro de que fuese en la dirección
que fuese, encontraría un sitio donde habría gente tan volada y
cargada como yo: de eso no había duda...
Había
locura en todas direcciones, a cualquier hora. Si no al otro de la
Bahía, por Golden Gate arriba, o hacia abajo, de 101 a Los Altos o
La Honda... en todas partes saltaban chispas. Había una fantástica
sensación universal de que hiciésemos lo que hiciésemos era
correcto,
de que estábamos ganando...
***
Pocas
personas entienden la psicología del trato con un poli de tráfico
de autopista. El tipo normal que va a gran velocidad se aterra y se
hace a un lado inmediatamente cuando ve detrás la gran luz roja... y
entonces empiezan las disculpas, el pedir piedad.
Esto
es un error. Provoca desprecio en el corazón del poli. Lo que hay
que hacer cuando vas a ciento sesenta o así y de pronto ves un
patrullero parpadeando su luz roja detrás... bueno, lo que uno
quiere hacer entonces es acelerar.
No pares nunca al primer aullido de sirena. Aprieta a fondo y obliga
al cabrón a cazarte a velocidades superiores a los ciento noventa.
Te seguirá hasta la próxima salida. Pero no sabrá qué hacer
cuando tu luz roja diga que vas a girar a la izquierda.
Esto
es para indicarle que estás buscando el lugar adecuado para parar y
hablar... tú sigue dando la señal y espera que aparezca una rampa
de desvío, una de esas en cuesta de curva muy cerrada, con un
letrero que dice <<Velocidad Máxima 25>>... y la
táctica, entonces, es dejar bruscamente la autopista y meterte por
el tobogán por lo menos a ciento sesenta.
El
apretará los frenos más o menos a la vez que aprietes tú los
tuyos, pero tardará un momento en darse cuenta de que está a punto
de hadcer un giro de ochenta grados a esa velocidad... y tú sin
embargo estarás preparado
para él, fortalecido por la fuerza de la gravedad y la rápida
maniobra talón-dedo gordo del pie y, con un poco de suerte, habrás
parado en seco a un lado de la carretera al final de la curva y
estarás de pie junto a tu automóvil cuando él te alcance.
Al
principio, no se mostrará razonable... pero no importa. Déjale que
se calme. Querrá decir la primera palabra. Déjale que lo haga. Su
cerebro estará hecho un lío. Quizás empiece a balbucir, e incluso
puede que saque el revólver. Déjale que se desahogue. Tú sonríe.
La cosa es indicarle que tú tenías el control total sobre ti mismo
y sobre tu vehículo... mientras que el perdió el control de todo.
***
No
resultaba difícil, por otra parte, estar allí sentados, llena de
mescalina la cabeza y oír hora tras hora paparruchas insulsas...
desde luego, ningún riesgo corríamos con ello. Aquellos pobres
cabrones no distinguían la mescalina de los macarrones.
Creo
que podríamos haber hecho todo aquello en ácido... si no hubiese
sido por ciertos individuos. Había en aquel grupo caras y cuerpos
que en ácido habrían resultado completamente insoportables. La
visión de un jefe de policía de Wako, Texas, morreándose
abiertamente con su esposa (o lo que fuese aquella mujer que le
acompañaba) de viento veinte kilos, cuando se apagaban las luces
para una Película sobre la droga, apenas si era soportable con
mescalina (que es una droga básicamente sensual y superficial, que
exagera la realidad en vez de alterarla), pero con la cabeza llena de
ácido, la visión de dos seres humanos fantásticamente obesos
enzarzados en un magreo público mientras mil polis que les rodeaban
veían una película sobre los <<peligros de la marihuana>>
no sería emocionalmente aceptable. El cerebro la rechazaría: la
médula intentaría bloquear las señales que recibía de los lóbulos
frontales... y el cerebro medio, entretanto, intentaría
desesperadamente introducir una interpretación distinta, antes de
pasarla a la médula y correr el riesgo de una reacción psíquica.
El
ácido es una droga relativamente compleja en sus efectos,
mientras que la mescalina es bastante más simple y directa. Pero, en
un marco como aquél, la diferencia era puramente académica. En
aquella conferencia lo único que apetecía era un consumo masivo de
depresores: rojitos, hierba y bebida, porque parecía como si todo el
programa hubiese sido organizado por gente que llevase desde 1964
sumida en el estupor de seconal.
***
De
vez en cuando, te cae uno de esos días en que todo es en
vano... un mal viaje de principio al fin. Y si de veras sabes lo que
te conviene, lo que tienes que hacer esos días es acurrucarte en
un rincón seguro y observar. Quizá pensar un poco.
Recostarte en una silla de madera barata, aislada del tráfico, y
arrancar hábilmente las tapas de cinco o seis Budweiser... fumarte
un paquete de Marlboro, tomar un bocadillo de manteca de cacahuete y,
por último, hacia el atardecer, tomar una pastilla de buena
mescalina... luego salir en coche hasta la playa. Llegar hasta las
olas, en la niebla, y chapotear por allí con los pies helados a unos
diez metros de las olas... cruzándose con pequeñas aves estúpidas
y cangrejos, y de vez en cuando un gran pervertido o un desecho
lanudo que se aleja cojeando y que vagan solos detrás de las dunas y
de la basura que deja el mar...
Hunter
S. Thompson. “Miedo y asco en Las Vegas”. 2010, Editorial
Anagrama.
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