Frente al silencio.

Frente al silencio.

domingo, 26 de febrero de 2017

Hunter S. Thompson




Fragmentos:



      La oficina de Nueva York no estaba familiarizada con la Vincent Black Shadow: me remitieron a la oficina de Los Ángeles... que en realidad está en Beverly Hills, a sólo unas cuantas manzanas largas del Polo Lounge. Pero cuando llegué allí, la mujer de la pasta se negó a darme más de 300 dólares en efectivo. No tenía ni idea de quién era yo, dijo, y yo, por entonces, sudaba ya muchísimo. Tengo la sangre demasiado espesa para California: nunca he sido capaz de explicarme bien en este clima. Al menos, cuando sudo a mares... y tengo los ojos inyectados en sangre y me tiemblan las manos.
      Así que cogí los 300 dólares y me largué. Mi abogado estaba esperándome en el bar de la esquina,
      ―Con esto no hacemos nada dijo, a menos que tengamos crédito ilimitado.
     Le aseguré que lo tendríamos.
      ―Vosotros los samoanos sois todos iguales le dije. No tenéis fe en la honradez básica de la cultura del hombre blanco. Dios mío, hace sólo una hora estábamos allí en aquel sitio apestoso, sin blanca, y paralizados para el fin de semana, y de pronto va y me llama un absoluto desconocido de Nueva York diciéndome que vaya a Las Vegas y que no me preocupe por los gastos... y luego me manda a una oficina de Beverly Hills, donde otra total desconocida me da trescientos billetes sin el menor motivo... te lo aseguro, amigo mío, ¡éste es el Sueño Americano en acción! Seríamos tontos si no nos montásemos en este extraño torpedo y siguiésemos en él hasta el final.

***



      Extraños recuerdos en esta inquietante noche de Las Vegas. ¿Cinco años después? ¿Seis? Parece toda una vida, o al menos una Era Básica: el tipo de punto culminante que no se repite. San Francisco a mitad de los sesenta fueron una época y un lugar muy especiales para quienes los vivieron. Quizá significase algo, quizá no, a la larga... pero ninguna explicación, ninguna combinación de palabras o música o recuerdos puede rozar esa sensación de saber que tú estabas allí y vivo en aquel rincón del tiempo y del mundo. Significase lo que significase...
      La historia es algo difícil de conocer, debido a todos esos cuentos pagados, pero aun sin estar seguro de la <<Historia>> parece muy razonable pensar que de vez en cuando la energía de toda una generación se lanza al frente en un largo y magnífico de fogonazo, por razones que no entiende nadie, en realidad, en el momento... y que nunca explican, retrospectivamente, lo que de verdad sucedió.
      Mi recuerdo básico de esa época parece anclarse en una o cinco o quizá cuarenta noches (o mañanas muy temprano) que salí de Fillmore medio loco y, en vez de irme a casa, enfilaba el gran Lightning 650 por el puente de la Bahía a ciento sesenta por hora ataviado con unos pantalones cortos y una zamarra de pastor... y cruzaba zumbando el túnel de Treasure Island bajo las luces de Oakland y Berkeley y Richmond, sin saber a ciencia cierta qué vía tomar cuando llegase al otro lado (el coche se calaba siempre en la barrera de peaje, yo iba demasiado pasado para encontrar el punto muerto mientras buscaba cambio)... pero absolutamente seguro de que fuese en la dirección que fuese, encontraría un sitio donde habría gente tan volada y cargada como yo: de eso no había duda...
     Había locura en todas direcciones, a cualquier hora. Si no al otro de la Bahía, por Golden Gate arriba, o hacia abajo, de 101 a Los Altos o La Honda... en todas partes saltaban chispas. Había una fantástica sensación universal de que hiciésemos lo que hiciésemos era correcto, de que estábamos ganando...

***




     Pocas personas entienden la psicología del trato con un poli de tráfico de autopista. El tipo normal que va a gran velocidad se aterra y se hace a un lado inmediatamente cuando ve detrás la gran luz roja... y entonces empiezan las disculpas, el pedir piedad.
     Esto es un error. Provoca desprecio en el corazón del poli. Lo que hay que hacer cuando vas a ciento sesenta o así y de pronto ves un patrullero parpadeando su luz roja detrás... bueno, lo que uno quiere hacer entonces es acelerar. No pares nunca al primer aullido de sirena. Aprieta a fondo y obliga al cabrón a cazarte a velocidades superiores a los ciento noventa. Te seguirá hasta la próxima salida. Pero no sabrá qué hacer cuando tu luz roja diga que vas a girar a la izquierda.
      Esto es para indicarle que estás buscando el lugar adecuado para parar y hablar... tú sigue dando la señal y espera que aparezca una rampa de desvío, una de esas en cuesta de curva muy cerrada, con un letrero que dice <<Velocidad Máxima 25>>... y la táctica, entonces, es dejar bruscamente la autopista y meterte por el tobogán por lo menos a ciento sesenta.
      El apretará los frenos más o menos a la vez que aprietes tú los tuyos, pero tardará un momento en darse cuenta de que está a punto de hadcer un giro de ochenta grados a esa velocidad... y tú sin embargo estarás preparado para él, fortalecido por la fuerza de la gravedad y la rápida maniobra talón-dedo gordo del pie y, con un poco de suerte, habrás parado en seco a un lado de la carretera al final de la curva y estarás de pie junto a tu automóvil cuando él te alcance.
      Al principio, no se mostrará razonable... pero no importa. Déjale que se calme. Querrá decir la primera palabra. Déjale que lo haga. Su cerebro estará hecho un lío. Quizás empiece a balbucir, e incluso puede que saque el revólver. Déjale que se desahogue. Tú sonríe. La cosa es indicarle que tú tenías el control total sobre ti mismo y sobre tu vehículo... mientras que el perdió el control de todo.

***






      No resultaba difícil, por otra parte, estar allí sentados, llena de mescalina la cabeza y oír hora tras hora paparruchas insulsas... desde luego, ningún riesgo corríamos con ello. Aquellos pobres cabrones no distinguían la mescalina de los macarrones.
      Creo que podríamos haber hecho todo aquello en ácido... si no hubiese sido por ciertos individuos. Había en aquel grupo caras y cuerpos que en ácido habrían resultado completamente insoportables. La visión de un jefe de policía de Wako, Texas, morreándose abiertamente con su esposa (o lo que fuese aquella mujer que le acompañaba) de viento veinte kilos, cuando se apagaban las luces para una Película sobre la droga, apenas si era soportable con mescalina (que es una droga básicamente sensual y superficial, que exagera la realidad en vez de alterarla), pero con la cabeza llena de ácido, la visión de dos seres humanos fantásticamente obesos enzarzados en un magreo público mientras mil polis que les rodeaban veían una película sobre los <<peligros de la marihuana>> no sería emocionalmente aceptable. El cerebro la rechazaría: la médula intentaría bloquear las señales que recibía de los lóbulos frontales... y el cerebro medio, entretanto, intentaría desesperadamente introducir una interpretación distinta, antes de pasarla a la médula y correr el riesgo de una reacción psíquica.
      El ácido es una droga relativamente compleja en sus efectos, mientras que la mescalina es bastante más simple y directa. Pero, en un marco como aquél, la diferencia era puramente académica. En aquella conferencia lo único que apetecía era un consumo masivo de depresores: rojitos, hierba y bebida, porque parecía como si todo el programa hubiese sido organizado por gente que llevase desde 1964 sumida en el estupor de seconal.

***



      De vez en cuando, te cae uno de esos días en que todo es en vano... un mal viaje de principio al fin. Y si de veras sabes lo que te conviene, lo que tienes que hacer esos días es acurrucarte en un rincón seguro y observar. Quizá pensar un poco. Recostarte en una silla de madera barata, aislada del tráfico, y arrancar hábilmente las tapas de cinco o seis Budweiser... fumarte un paquete de Marlboro, tomar un bocadillo de manteca de cacahuete y, por último, hacia el atardecer, tomar una pastilla de buena mescalina... luego salir en coche hasta la playa. Llegar hasta las olas, en la niebla, y chapotear por allí con los pies helados a unos diez metros de las olas... cruzándose con pequeñas aves estúpidas y cangrejos, y de vez en cuando un gran pervertido o un desecho lanudo que se aleja cojeando y que vagan solos detrás de las dunas y de la basura que deja el mar...





Hunter S. Thompson. “Miedo y asco en Las Vegas”. 2010, Editorial Anagrama.





No hay comentarios: