Frente al silencio.

Frente al silencio.

miércoles, 1 de febrero de 2017

Goethe (II)



Fragmentos:


¿Quién será, pues, el necio que quiere mortificar su cerebro para aprender la verdad de las cosas? Comúnmente, cuando no entiende el significado de las palabras, cree el hombre que debe reflexionar muy mucho sobre las mismas, y he aquí cómo a veces una cosa fácil llega a parecer sumamente difícil, y he aquí cómo se hacen las falsas interpretaciones que dan pábulo al error.
      LA BRUJA. (Prosiguiendo.) ¡El poder de la ciencia es un secreto para todo el mundo; no obstante, aquel que no lo busca lo encuentra a su paso y sin esfuerzo lo hace suyo!
      FAUSTO. ¡Cuánta bestialidad nos endilga! Mi cabeza arde; se me figura que estoy oyendo hablar a cien mil locos a un tiempo.
      MEFISTÓFELES. Basta, basta, Sibila consumada; trae tu brebaje y llena al punto la copa hasta los bordes. Ese licor no dañará a mi amigo; es un hombre que ha pasado por muchas tribulaciones y que ha bebido más de una vez. ( La bruja, con mucha ceremonia, derrama el elixir en la copa. En el instante en que Fausto acerca la copa a sus labios, se desprende de ella una rojiza llama.) Vamos, ánimo, concluid. Apuradlo de un sorbo. Pronto vais a sentir vuestro corazón henchido de alegría. ¿Os habéis dado al diablo y os amedrenta la llama? ( La bruja rompe el círculo; Fausto sale de él.) ¡Al avío! ¡Salgamos y tened entendido que no es del caso que os estéis parado como un estafermo!
      LA BRUJA. Buen provecho os haga este sorbo.
      MEFISTÓFELES. (A la bruja.) Si algo quieres de mí pídemelo en el conventículo de la noche de Santa Valburga, y lo tendrás.
      LA BRUJA. Repetid muchas veces estas palabras, y ya veréis lo que os acontece.
      MEFISTÓFELES. (A Fausto.) En marcha, pues. Dejaos guiar por mí. Es necesario que sudéis, a fin de que la fuerza interna llegue también al exterior. Después ya os enseñaré a apreciar en su justo valor la ociosidad y no tardaréis en experimentar con gran satisfacción de vuestra parte, los transportes del amor.
      FAUSTO. ¡Oh! ¡Déjame mirar una vez más el espejo! ¡Esa imagen tan hermosa!
      MEFISTÓFELES. No, no; pronto veréis junto a vos en carne y hueso al modelo de todas las mujeres bellas. (En voz baja.) Con ese elixir en el cuerpo, en cuanto la veáis la tomaréis, de fijo, por la hermosa Helena.

***



UN PASEO

FAUSTO yendo y viniendo pensativo. MEFISTÓFELES le 
                              sale al encuentro

      MEFISTÓFELES. ¡Por el amor desdeñado! ¡Por las llamas del infierno!... ¡Quisiera saber algo peor aún para poder blasfemar en su nombre!
      FAUSTO. ¿Qué tienes? ¿Qué es lo que te exalta la bilis? En mi vida he visto otra cara más horrible que la que pones ahora.
      MEFISTÓFELES. Voluntariamente me daría ahora mismo a todos los diablos, si yo no fuese uno de ellos.
      FAUSTO. Pero, ¿qué es lo que te saca de quicio? ¡Si pudieses ver lo bien que te sienta el enojo!
      MEFISTÓFELES. Figuraos que el aderezo que yo me he procurado para Margarita, un clérigo lo ha hecho suyo. La madre de la chica lo ha visto, y al momento se ha apoderado de ella un santo temor. Esa buena mujer todo el día tiene pegada la nariz en su libro de oraciones y olfatea sus muebles para saber si es o no santo cada uno. Su buen olfato le ha hecho adivinar que el aderezo en cuestión procedía de no muy honradas manos, y entonces ha dicho a su hija: <<Hija mía, los bienes mal adquiridos no aprovechan al que los posee. Consagremos esto a la Virgen santa. Nos atraeremos con semejante acto la gracia celestial.>> La joven Margarita se hacía el sueco: <<A caballo dado pensaba ella no le mires el pelo; y, además, ¿por qué razón ha de ser un impío el que ha traído esta cajita?>> A pesar de todo, la madre llamó a un cura que, apenas tuvo noticia del lance, fue del mismo parecer de la anciana. <<Bien pensado dijo. Quien sabe desprenderse de las riquezas en este mundo, hallará su recompensa en el otro. La Iglesia tiene un buen estómago; en prueba de ello, se ha tragado países enteros sin que la haya afligido ni la más leve indigestión. Sólo la Iglesia, buenas mujeres, puede digerir los bienes mal adquiridos.>>

***








UN BOSQUE Y UNA CAVERNA


      FAUSTO. (Solo.) Espíritu sublime, tú, tú me has dado todo cuanto anhelaba. No en vano me echaste profunda miradas desde el seno de la llama. Me has hecho dueño de la pujante Naturaleza; me has dado fuerza para sentir y gozar. No te has limitado a permitir que me pusiera en contacto con ella por medio de la admiración, no; también me has permitido que pudiese leer los secretos escondidos en las profundidades de su seno, como leo en el corazón de un amigo. Tú presentas a mi asombrada vista gran multitud de seres vivientes y me enseñas a ver a mis semejantes en los escondidos zarzales, en el aire y en las aguas. Y cuando muge la tempestad en el bosque, cuando abatiendo los gigantescos pinos estropea, desgaja las ramas y los árboles, cuando la colina responde al rumor de su caída con un sordo y espantoso trueno, entonces tú me conduces al interior de la tranquila caverna; entonces me pones a la vista mi propio interior y descubro los secretos y las profundas maravillas de mi corazón. Y ante mi vista se remonta la Luna serena esparciendo pálida claridad a mi alrededor; del seno de las rocas y de los húmedos zarzales veo desprenderse, flotando, las blancas imágenes de los que ya no existen; con su presencia dulcifican el austero placer de la contemplación. ¡Oh, cuán cierto estoy al presente de que nada hay que sea perfecto para el hombre! Al lado de estas delicias que van identificándome con los dioses cada vez más, me has colocado a un compañero del que no puedo prescindir, a pesar de que con su frialdad y arrogancia me hace comprender que valgo muy poco y de que reduce a la nada tus dones con un soplo. Incesantemente aviva en mi corazón el fuego que me devora y me atrae hacia una dulce imagen. Como si estuviese ebrio, me siento arrastrado por el deseo del placer, y cuando en brazos del placer me hallo, los encantos del deseo anhelo.

***




Goethe. “FAUSTO”. 1979, Espasa-Calpe.




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