Fragmentos:
<<En
1787, en una posada cerca de Moulins, moría un viejo amigo de
Diderot, formado por los filósofos. Los sacerdotes de los
alrededores estaban extenuados: lo habían intentado todo en vano; el
buen hombre no quería los últimos sacramentos; era panteísta. El
señor de Rollebon, que pasaba por allí y no creía en nada, apostó
al cura de Moulins que le bastarían dos horas para convertir al
enfermo. El cura aceptó la apuesta y perdió: la tarea empezó a las
tres de la mañana, el enfermo se confesó a las cinco y murió a las
siete. ―¿Es
usted tan hábil en el arte de la disputa? ―peguntó
el cura―. ¡Aventaja a los nuestros! ―No he disputado ―respondió
Rollebon―. Le he hecho temer el infierno.>>
***
Un
poco más y caigo en la trampa del espejo. La evito, para caer en la
trampa del cristal; ocioso, con los brazos colgando, me acerco a la
ventana. El Depósito, la Valla, la Vieja Estación ―la Vieja
Estación, la Valla, el Depósito―. Bostezo tan fuerte que me asoma
una lágrima a los ojos. Tengo la pipa en la mano derecha y el
paquete de tabaco en la izquierda. Habría que llenar la pipa. Pero
me faltan fuerzas. Mis brazos penden; apoyo la frente en el cristal.
Aquella vieja me irrita. Corretea obstinadamente, con la vista
perdida. A veces se detiene, temerosa, como si la hubiera rozado un
peligro invisible. Ahí está bajo mi ventana; el viento le pega la
falda a las rodillas. Se detiene, se arregla la pañoleta. Le
tiemblan las manos. Reanuda la marcha, ahora la veo de espaldas.
¡Vieja cochinilla! Supongo que doblará a la derecha, en el bulevar
Noir. Le faltan unos cien metros por recorrer; al paso que va,
tardará lo menos diez minutos, diez minutos durante los cuales me
quedaré así, mirándola, con la frente pegada al vidrio. Se
detendrá veinte veces, seguirá, se detendrá...
***
He
pensado lo siguiente: para que el suceso más trivial se convierte en
aventura, es necesario y suficiente contarlo. Esto es lo que a la
gente; el hombre es siempre un narrador de historias; vive rodeado de
sus historias y de las ajenas, ve a través de ellas todo lo que le
sucede, y trata de vivir su vida como si la contara.
Pero
hay que escoger: o vivir o contar.
***
¿Profesionales
de la experiencia? Han arrastrado su vida en el embotamiento y la
somnolencia, se han casado precipitadamente, por impaciencia, y han
tenido hijos al azar. Han visto a los demás hombres en los cafés,
en las bodas, en los entierros. De vez en cuando, presos en un
remolino, se han debatido sin comprender qué les sucedía. Todo lo
que pasaba a su alrededor empezó y concluyó fuera de su vista;
largas formas oscuras, acontecimientos que venían de lejos los
rozaron rápidamente, y cuando quisieron mirar, todo había terminado
ya. Y a los cuarenta años bautizan sus pequeñas obstinaciones y
algunos proverbios con el nombre de experiencia; comienzan a actuar
como distribuidores automáticos: dos céntimos en la ranura de la
izquierda y salen anécdotas envueltas en papel plateado; dos
céntimos en la ranura de la derecha y se obtienen preciosos
consejos que se pegan a los dientes como caramelos blandos. También
yo, en este sentido, podría conseguir que la gente me invitara, y
diría que soy un gran viajero ante el Eterno. Sí: los musulmanes
orina agachados; las comadronas hindúes utilizan vidrio machacado en
bosta de vaca a guisa de ergotina; en Borneo, cuando una mujer tiene
sus reglas, se pasa tres días y tres noches sobre el tejado de su
casa. He visto en Venecia entierro en góndolas, en Sevilla las
fiestas de la Semana Santa; he visto la Pasión en Oberammergau.
Naturalmente, todo eso es una flaca muestra de mi saber; podría
recostarme en una silla y comenzar divertido:
―¿Conoce
usted Jihlava, estimada señora? Es una curiosa y pequeña ciudad
Moravia, donde residí en 1924...
Y
el presidente del tribunal, que ha visto tantos casos, tomaría la
palabra al final de mi historia:
―¡Cuán
cierto, señor, y qué humano es eso. He visto un caso semejante al
principio de mi carrera, fue en 1992. Yo era juez suplente en
Limoges...
Sólo
que en mi juventud me hartaron con estas cosas.
***
Soy
libre: no me queda ninguna razón para vivir, todas las que probé
las perdí, y ya no puedo imaginarme otras. Todavía soy bastante
joven, todavía tengo fuerzas bastantes para volver a empezar. ¿Pero
qué es lo que hay que empezar? Sólo ahora comprendo cuánto había
contado con Anny para salvarme, en los peores momentos de mis
terrores, de mis náuseas. Mi pasado ha muerto. El señor Rollebon ha
muerto. Anny volvió para quitarme toda esperanza. Estoy solo en esta
calle blanca bordeada de jardines. Solo y libre. Pero esta libertad
se parece un poco a la muerte.
Hoy
mi vida llega a su fin. Mañana habré dejado esta ciudad que se
extiende a mis pies, donde viví tanto tiempo. Ya no seré más que
un hombre rechoncho, burgués, muy francés, un nombre en mi memoria,
menos rico que los de Florencia o Bagdad. Vendrá un tiempo en que me
pregunte: <<Pero cuando estaba en Bouville, ¿qué podía hacer
durante todo el día?>> Y de este sol, de esta tarde, no
quedará nada, ni siquiera un recuerdo.
Toda
mi vida está detrás de mí. La veo entera, veo su forma, veo los
lentos movimientos que me han traído hasta aquí. Hay pocas cosas
que decir de ella: una partida perdida, eso es todo. Hace tres años
que entré en Bouville, solemnemente. Había perdido la primera
vuelta. Quise jugar la segunda y también perdí; perdí la partida.
Al mismo tiempo, supe que siempre se pierde. Sólo los cerdos creen
ganar. Ahora voy a hacer como Anny, me sobreviviré. Comer, dormir.
Dormir, comer. Existir lentamente, dulcemente, como esos árboles,
como un charco de agua, como el asiento rojo del tranvía.
La
Náusea me concede una corta tregua. Pero sé que volverá; es mi
estado normal. Sólo que hoy mi cuerpo está demasiado agotado para
soportarla. También los enfermos tienen afortunadas debilidades que
les quitan, por algunas horas, la conciencia de su mal. Me aburro,
eso es todo. De vez en cuando bostezo tan fuerte que las lágrimas me
ruedan por las mejillas. Es un aburrimiento profundo, profundo, el
corazón profundo de la existencia, la materia misma de que estoy
hecho.
Jean-Paul
Sartre. “La Náusea”. 1984, Alianza Losada.
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