RETRATO
Habla
poco, y a muy pocos
se
atreve a llamar amigos,
pasa
de largo si hay bulla,
no
visita a sus vecinos,
cruza
la calle fumando,
siempre
dentro de sí mismo,
viendo
el mundo desde fuera
igual
que quien lee un libro,
atrapado
―sin
salida―
en
su propio laberinto,
pero
ni sordo ni ciego
ni
indiferente ni frío:
un
solitario que vive
con
una mujer y un niño.
LA
SOLEDAD DEL ESCRITOR DE FONDO
Escribir
―como
todo―
no es nada,
pero
importa. No pocos se arriesgan
a
estrellarse por esa bobada
de
dejar unos cuantos poemas.
Porque
importa, uno sigue adelante
contra
viento, marea y mareo,
aunque
sepa que no escucha nadie,
aunque
no se lo tomen en serio.
Uno
sigue adelante, aunque a veces
se
pregunta si vale la pena,
para
nada y por nadie, exponerse
a
amargarse el café y la existencia.
ÚLTIMO
RETRATO DE JUVENTUD
Hace
casi tres años que no escribo
poemas,
me abandono, apenas leo;
no
me cultivo ni me informo. Siento
dentro
de mí una especie de vacío
que
avanza ―y
no me asusta―
como un río
de
lava; o mejor, como un desierto
que
va ganando más y más terreno
al
calcinado bosque, ayer tan vivo.
Sueño
poco. Deseo lo necesario.
No
tengo nada, y nada extraordinario
espero
en adelante. No disfruto
del
placer de vivir. Miro la vida
con
reserva y distancia. Cada día
me
consienten los años menos humos.
FÁBULA
En
sus mejores sueños de muchacho,
en
los más exaltados, se veía
como
el protagonista de una historia,
oscura,
de fracaso y resistencia.
Un
digno perdedor que con distancia
e
ironía encajaba la derrota,
cantada,
de la vida.
Un
hombre, al fin,
bastante
parecido a éste que hoy
lo
observa al otro lado del espejo.
La
moraleja de este cuento advierte
que
hay que tener cuidado con los sueños
porque,
a veces, resulta que se cumplen.
HAIKU
Cayó
la noche,
pesada
como un fardo,
sobre
nosotros,
y
vimos las estrellas.
NADA
IMPORTA NADA
Si
algo enseñan los años
es
la poca importancia
que
tiene todo.
Todo,
tarde
o temprano, pasa.
El
amor, que se va
como
viene. La vaga
juventud,
con sus sueños,
sus
grandes esperanzas.
Días
de vino y rosas,
épocas
de abundancia
del
corazón. El brillo,
la
belleza, las ganas
de
llevarse a la vida
por
delante. Las fatuas
ilusiones
―estrellas
que
de pronto se apagan
y
nos dejan en una
noche
oscura del alma―.
El
dolor que creías
interminable.
El ansia
por
conseguir aquello
que,
conseguido, es nada.
La
vanidad, sus pompas:
gloria,
fortuna, fama,
uno
mismo, sus obras,
sombras
de un sueño, escarcha
rocío
de una noche
que
el sol de otro mañana
derrite,
vanidades,
espejismos,
fantasmas...
Si
algo enseñan los años
es
que todo se acaba.
Que
nada, en este juego,
dura
ni importa nada.
Javier
Salvago. “La vida nos conoce”. 2011, Editorial Renacimiento.
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