Fragmentos:
Te
quería entonces y te sigo queriendo ahora. Junto a todo ese montón
de vírgenes que velan por nosotros en tantos pueblos donde
extrañamente hemos rezado. O cuando me agarrabas fuerte la mano
mientras te cosían la brecha del pie. Entonces llevaba el pelo corto
y estaba más delgado. Porque envejecemos, eso está claro, nos
quemamos juntos y también eso es importante. O cuando me tocas la
guitarra en casa mientras floto. Que seas fiel y sumisa y bestia con
tu cuerpo. Desde la biblioteca, desde la maldita P.S.S., desde la más
completa laxitud. ¿Qué diablos hago aquí? La niebla devorando
lentamente los paisajes e invierno y navidad y muerte. Frío. Siempre
rejas y ventanas. Objetor de conciencia, ratón de biblioteca,
murciélago de archivo...Y tú fuera de mí en el gimnasio o en la
escuela...El descontrol de la ciudad. Y la armonía de las montañas,
en los bosques, en los pueblos, llenos de nuestras pisadas, tuyas y
mías, esperando y buscando caminos, consumiéndonos en vida y allí
en cambio todo tan distinto, cuando sientes desde lo profundo esa
magia que en ningún otro lugar puede existir. Y así pasa mi tiempo
y recuerdo cuando era niño y más tarde un chaval y todo me pesaba y
me agobiaba y quería a toda costa que llegase ya el mañana. Que
siempre he sido igual, la misma inquietud, la misma impaciencia, la
historia triste de mi contradicción...¿O es que mi equilibrio está
en el propio caos? Quizá se esa la clave: lo que ayer amé hoy puedo
odiarlo, ya no pruebo el bourbon, me arrepiento de mis indecisiones y
aplaudo después mi intemperancia...Como quise prolongar también
aquellos días de un invierno ya lejano en que tú salías a volar
para mí y en el musgo que traías estaba mi terapia, el antídoto
contra mi soledad. Pero ha pasado el tiempo y ahora todo aquello sólo
existe en este cofre lleno de recuerdos. Y aún así podríamos ser
héroes Aunque seamos sólo dos personas, carne y hueso y quizás un
alma y nada más.
***
Bebió
un sorbo y hojeó por encima el periódico: crímenes, guerras,
pobreza, descensos en la Bolsa, corrupción política, programas de
televisión...Le pareció el mismo guión de siempre, las mismas
noticias repetidas una y otra vez, el mismo montaje, la misma
dinámica, la misma información: una realidad plagiándose absurda y
despiadadamente día tras día.
Bebió
otro trago apoyado en la barra y miro a su alrededor. También
aquellas, las de sus compañeros, le parecieron de algún modo las
mismas caras, las mismas facciones veladas por el mismo cansancio,
por la misma náusea, por el mismo miedo. Todos tenían semejantes
problemas, semejante trabajo, semejantes familias, veían los mismos
programas de televisión y conservaban invariablemente de las mismas
cosas. Todos, de una forma u otra, tenían marcado en sus rostros el
selló apático de la resignación.
Apuró
la copa de orujo y siguió andando por la avenida. La mañana estaba
encapotada y ventosa, desapacible y todo el mundo se dirigía
apresuradamente al trabajo, cientos de personas circulando como
autómatas por las calles, dispuestas a desempeñar su tedioso papel
en el engranaje forzado de la sociedad.
***
Ella
entonces se calla y deja de llorar. Se da cuenta de que él nunca
podrá entenderlo, así que bajará del coche al llegar a la ciudad y
caminará por la calle hasta que alguien le proponga ir a su casa. O
esperará a que amanezca en un hostal y seguirá buscando al día
siguiente.
Él,
en cambio, comienza a estar confuso. La idea de su cuerpo esbelto y
joven le seduce. Los pezones que transparenta su camiseta empapada y
el pelo chorreando sobre los sillones de cuero. Pero ese no es su
estilo. Y prefiere no forzar la situación.
Mientras
sigue lloviendo y a los dos les duele el silencio que rompe la radio,
las líneas blancas de la carretera, el vaivén de los
limpiaparabrisas, los destellos de los faros de los coches,
kilómetros, palabras contenidas, pensamientos cruzados y esa triste
despedida a las afueras, ella descendiendo aún mojada del vehículo
y él observándola por el retrovisor mientras se aleja, su frágil
silueta sobre un muro de ladrillos rojos y la débil luz de las
farolas, la lluvia, la avenida, los semáforos...El fin de un corto
adiós.
Vicente
Muñoz Álvarez. “Mi vida en la penumbra”, Editorial Eclipsados
2008
2 comentarios:
thank you
De nada, Vicente. Un placer. Ah, y queda otra entrada por hacer de este buen libro.
Feliz día.
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