QUÉ
PÁJAROS SERÁN MEMORIA
Cuando
pasado el tiempo la noche nos pregunte
por
esa ciudad lejana de altos muros,
con
sus solares de sábanas blancas
y
de ropa sola, por su magnolio del patio
y
sus caléndulas delirantes,
qué
pájaros serán memoria.
Cuando
pasado el tiempo la noche nos pregunte
por
esa mujer que nos dio a probar el amor
y
sabía a granizo, por el improbable color del cielo
de
la infancia y por el tamaño de las ventanas
donde
se estrellaban los colibríes,
qué
pájaros serán memoria.
Cuando
la noche solitaria nos pregunte
por
este presente que mañana será pasado,
por
lo que le ocurre a lo que no vemos
y
padece, qué pájaros serán memoria.
CEREZAS&GRANIZO
A María
Baranda
Todo
sucedió en la primera semana de marzo
cuando
por fin cayeron las cerezas.
Y
no cayeron por maduras, por redondas, por rotundas,
cayeron
por culpa del granizo y su inexplicable cólera.
Después
de la tormenta, sobre la compacta blancura del parque,
empezaron
a brotar, aquí y allá,
mínimas
manchas de color púrpura,
como
si fuera el vestido nupcial de una novia apuñalada.
Fue
tanta la prohibición de febrero y la excesiva codicia
entre
las altas ramas las que provocaron esa avalancha de niños
a
quienes no les importó cortarse los labios con esa nieve de vidrio
con
tal de poder reventar su piel entre los dientes.
Cuando
pasados los años alguien les pregunte
por
el definitivo sabor que los devuelve a la infancia,
no
dudarán en decir que el sabor de las cerezas,
el
sabor a venganza que tenían esa cerezas heladas,
y
enseguida añadirán que todo sucedió un lejano marzo,
en
su primera semana, después de una tormenta,
cuando
el granizo del parque se fue tiñendo de rojo,
como
después su vaho, como las puntas de sus dedos,
como
también su memoria, desangrándose, ahora al recordarla.
ACUMULACIÓN
OSCURA
En
los dieciséis pasos
que
separan
el
principio del corredor
y
mi cuarto.
En
ese espacio, vigilado
por
rígidas paredes, por el tiempo
y
sus renuncias, por mis semejantes,
paso
todas las noches
―las
tablas me lo dicen duramente―
acumulando
a oscuras
tanto
resultado solitario.
UN
PERRO SE DESPIDE
Mudo
de miedo se acercó a la noche solamente a decírmelo, tocando con su
cabeza mi rodilla y demorándose
En
el inicio de la fuga, desde abajo su mirada se alzó convencida en
busca de mis ojos, para hacerme saber que iba a recoger un palo, una
pelota o una piña muy pero muy lejos y que no habría más triunfo
entre los matorrales, que se habían terminado las carreras por las
pendientes, que no se volvería a cantar victoria entre las aguas y
que por esta vez no regresaría.
Antes
de partir, como si una necesidad lo empujara a cumplir hasta el final
nuestra ceremonia, con serenidad me mostró la extensión de su
muerte y me desafió a quitársela, pero al acercar la mano,
siguiendo su costumbre, más la apretó entre los dientes.
Se
llamaba Pascual entre las lágrimas y todavía silbo esperando su
retorno.
Ramón
Cote Baraibar. “Los fuegos obligados. XXIII Premio
Unicaja de Poesía”. 2009 Colección Visor de Poesía.
2 comentarios:
Bellísimos todos.
Sí.
Saludos, Amapola.
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