Frente al silencio.

Frente al silencio.

martes, 17 de noviembre de 2015

Ramón Cote Baraibar.




QUÉ PÁJAROS SERÁN MEMORIA




Cuando pasado el tiempo la noche nos pregunte
por esa ciudad lejana de altos muros,
con sus solares de sábanas blancas
y de ropa sola, por su magnolio del patio
y sus caléndulas delirantes,
qué pájaros serán memoria.

Cuando pasado el tiempo la noche nos pregunte
por esa mujer que nos dio a probar el amor
y sabía a granizo, por el improbable color del cielo
de la infancia y por el tamaño de las ventanas
donde se estrellaban los colibríes,
qué pájaros serán memoria.

Cuando la noche solitaria nos pregunte
por este presente que mañana será pasado,
por lo que le ocurre a lo que no vemos
y padece, qué pájaros serán memoria.









CEREZAS&GRANIZO

A María Baranda


Todo sucedió en la primera semana de marzo
cuando por fin cayeron las cerezas.

Y no cayeron por maduras, por redondas, por rotundas,
cayeron por culpa del granizo y su inexplicable cólera.

Después de la tormenta, sobre la compacta blancura del parque,
empezaron a brotar, aquí y allá,

mínimas manchas de color púrpura,
como si fuera el vestido nupcial de una novia apuñalada.

Fue tanta la prohibición de febrero y la excesiva codicia
entre las altas ramas las que provocaron esa avalancha de niños

a quienes no les importó cortarse los labios con esa nieve de vidrio
con tal de poder reventar su piel entre los dientes.

Cuando pasados los años alguien les pregunte
por el definitivo sabor que los devuelve a la infancia,

no dudarán en decir que el sabor de las cerezas,
el sabor a venganza que tenían esa cerezas heladas,

y enseguida añadirán que todo sucedió un lejano marzo,
en su primera semana, después de una tormenta,

cuando el granizo del parque se fue tiñendo de rojo,
como después su vaho, como las puntas de sus dedos,

como también su memoria, desangrándose, ahora al recordarla.














ACUMULACIÓN OSCURA




En los dieciséis pasos
que separan
el principio del corredor
y mi cuarto.
En ese espacio, vigilado
por rígidas paredes, por el tiempo
y sus renuncias, por mis semejantes,
paso todas las noches
las tablas me lo dicen duramente
acumulando a oscuras
tanto resultado solitario.








UN PERRO SE DESPIDE



Mudo de miedo se acercó a la noche solamente a decírmelo, tocando con su cabeza mi rodilla y demorándose

En el inicio de la fuga, desde abajo su mirada se alzó convencida en busca de mis ojos, para hacerme saber que iba a recoger un palo, una pelota o una piña muy pero muy lejos y que no habría más triunfo entre los matorrales, que se habían terminado las carreras por las pendientes, que no se volvería a cantar victoria entre las aguas y que por esta vez no regresaría.

Antes de partir, como si una necesidad lo empujara a cumplir hasta el final nuestra ceremonia, con serenidad me mostró la extensión de su muerte y me desafió a quitársela, pero al acercar la mano, siguiendo su costumbre, más la apretó entre los dientes.

Se llamaba Pascual entre las lágrimas y todavía silbo esperando su retorno.







Ramón Cote Baraibar. “Los fuegos obligados. XXIII Premio Unicaja de Poesía”. 2009 Colección Visor de Poesía.