PARA
QUIÉN ESCRIBO
I
¿Para
quién escribo?, me preguntaba el cronista, el periodista o
simplemente el curioso.
No
escribo para el señor de la estirada chaqueta, ni para su bigote
enfadado, ni siquiera para su alzado índice admonitorio entre
las
tristes ondas de música.
Tampoco
para el carruaje, ni para su ocultada señora (entre vidrios,
como un
rayo frío, el brillo de los impertinentes).
Escribo
acaso para los que me leen. Esa mujer que corre por la
calle como si
fuera a abrir las puertas a la aurora.
O
ese viejo que se aduerme en el banco de esa plaza chiquita,
mientras
el sol poniente con amor le toma, le rodea y le deslíe
suavemente en
sus luces.
Para
todos los que no me leen, los que no se cuidan de mí, pero de
mí se
cuidan (aunque me ignoren).
Esa
niña que al pasar me mira, compañera de mi aventura, viviendo
en el
mundo.
Y
esa vieja que sentada a su puerta ha visto vida, paridora de
muchas
vidas, y manos cansadas.
Escribo
para el enamorado; para el que pasó con su angustia en los
ojos;
para el que le oyó; para el que al pasar no miró; para el que
finalmente cayó cuando preguntó y no le oyeron.
Para
todos escribo. Para los que no me leen sobre todo escribo. Uno
a uno,
y la muchedumbre. Y para los pechos y para las bocas y
para los oídos
donde, sin oírme,
está
mi palabra.
EL
LÍMITE
Basta.
No es insistir mirar el brillo largo
de
tus ojos. Allí, hasta el fin del mundo.
Miré
y obtuve. Contemplé, y pasaba.
La
dignidad del hombre está en su muerte.
Pero
los brillos temporales ponen
color,
verdad. La luz pensada, engaña.
Basta.
En el caudal de luz —tus
ojos—
puse
mi
fe. Por ellos vi, viviera.
Hoy
que piso mi fin, beso estos bordes.
Tú,
mi limitación, mi sueño. ¡Seas!
Vicente
Aleixandre. “Poesía”. Selección de Pedro Alemán Lara y Belén
Zavala Saro. 1998, Ediciones Caballo Griego.
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