Frente al silencio.

Frente al silencio.

domingo, 25 de junio de 2017

Manuel Vilas




Syracuse




La ciudad de Syracuse es nieve y temperaturas polares. Te puedes enamorar perdidamente del frío. El frío es real. En Syracuse hay veintitrés grados bajo cero a la una del mediodía. Por la noche baja a treinta y un grados bajo cero. Syracuse está situada en el estado de Nueva York.
    Hay una pastelería italiana en el centro donde me como una tarta de mantequilla y bizcocho y un café con jarabe de avellana.
He venido a Syracuse a leer poemas en dos universidades, centros culturales, librerías, congresos, etcétera. Cuanto más famoso eres, más te invitan, y ese es el trabajo de un poeta: leer poemas en público.
    Lou Reed estudió literatura inglesa en la Universidad de Syracuse en los años sesenta. Le dio clases el poeta Delmore Schwartz, un hombre oscuro, alcohólico impenitente, muy poco o nada leído en España. Pero en los años sesenta Delmore era un escritor importante, alabado por T. S. Eliot y Ezra Pound y toda esa peña. Delmore era un poeta reconocido y Lou Reed un mocoso, un joven airado. Se les vio mucho juntos, en las tabernas de Syracuse. Delmore siempre estaba en los bares de dowtown. Tenía fama de ser un excelente conversador. La gente quería hablar con él. Lou Reed fue fiel a la memoria de Delmore. Si ahora la gente conoce a Delmore Schwartz fue por haber sido profesor de escritura del fundador de la Velvet Underground.
    Los alumnos de la universidad preparan un homenaje al legendario músico para el mes de marzo. Lou Reed era atractivo. Para mí era guapísimo. En los setenta parecía un James Dean de alcantarilla. Al final de su vida, su cara se llenó de arrugas como cordilleras secas. De joven, era un peligro. Lo dicen sus biógrafos. Tenía esa belleza de los miopes, decorada con cuello cisne. No tuvo papada, ni engordó. En algo había que gastarse la pasta que le daba el rock: en cirugía y belleza geriátrica. Un animal erótico, alguien dijo eso de él en los setenta. Le hicieron un millón de fotos y en todas salía bien. Si hubiera sido gordo como Van Morrison, le habría ido peor.
    Pregunto por el expediente académico de Lou Reed, me gustaría saber qué notas sacaba, y si es que aprobaba algo, pero al ser la Universidad de Syracuse privada, esa información es confidencial y pertenece a la familia. ¿Qué familia?, me pregunto yo. Quería saber si Delmore le puso sobresaliente a Lou Reed, pero lo mismo le suspendió. Toda la vida se pasó Lou hablando de Delmore, con devoción y admiración y misterio y cariño y fervor, e imagínate que nos enteramos de que Delmore le suspendió.
    Hay más sombras venerables en Syracuse. Aquí vivió una larga temporada David Foster Wallace, el escritor del pañuelo blanco, así sale en las fotos; y en Syracuse escribió La broma infinita. Imagino que Foster Wallace pasearía con su pañuelo blanco en la cabeza por las calles de Syracuse. Foster Wallace llevaba un pañuelo blanco, modelo Mishima, en plan samurái americano, intentando que su cerebro no estallara en mil pedazos, y al final estalló. Ese pañuelo era una señal de que Foster Wallace se sentía inconmensurablemente solo. El pañuelo, que en principio tenía que hacer una labor de contención saludable, lo que hizo fue estrujar su cerebro hasta el estallido final.
    Quien también vivió en Syracuse fue la premio Nobel de literatura Toni Morrison. Una mujer angelical. Veo fotos de Toni enmarcadas en un bar: esa hermosura negra, grande, maciza, inesperada.
    Toni Morrison y Delmore Schawartz, o Lou Reed y Toni Morrison podían haber sido vecinos. Toni Morrison estuvo en Syracuse en el 64, o sea que pudo muy bien coincidir allí con Delmore y Lou Reed, y tomarse una copa juntos y charlar sobre Shakespeare.
    Y Toni Morrison pudo muy bien toparse por las calles con un bebé llamado Tom Cruise, porque Tom Cruise nació en Syracuse un día luminoso de julio del año 1962.
    Quienes siempre vivieron aquí fueron los indios onondaga. No sé cómo demonios debían pasar los inviernos, cómo aguantaba un indio nativo a treinta grados bajo cero. Bueno, es la fuerza de la vida, a la que servimos todos. La grandeza de este país es esa: la fuerza de la vida. Aquí nadie niega la vida, su poder.
    Una estudiante de español, afroamericana, me pregunta, en el coloquio que sigue a mi charla, por la generación del 27. Yo espero que cite a Federico García Lorca, pero no lo hace. Con vértigo en la dicción castellana, me nombra a Gerardo Diego. Y siento cómo Gerardo, dejando en la tumba su suave sudario, resucita en los labios de una estudiante de español a unos diez mil kilómetros de distancia en línea recta de donde yacen sus restos. Rezo interiormente, un <<Walk on the Wild Side>> por mi querido Gerardo. Le digo a la estudiante que Gerardo y yo éramos muy amigos y se lo digo de corazón, aunque sea mentira. Es un raro homenaje salido de la entraña que le tributo al autor de Ángeles de Compostela.
    En el college de Le Moyne conozco a Michael Streissguth, uno de los grandes biógrafos de Johnny Cash y profesor del Departamento de Comunicación. Hablamos de Cash frente a unos cafés humeantes. Me dice Michael que conoció a Cash en el 96 cuando se conocieron biógrafo y biografiado. Me hace gracia porque Johnny Cash medía un metro ochenta y seis centímetros.
    <<Sí me dice Streissguth, era muy alto>>.
    <<Tres centímetros más que Elvis, que medía un metro ochenta y tres, y se nota en las fotos donde salen juntos>>, contesto yo.
    Le pregunto que qué dijo Cash después de leer la biografía que le había dedicado. Cash dijo: <<All is true>>. Le cuento a Streissguth que las canciones de Cash gustan mucho en España. Quiero saber qué pasó en USA cuando murió Cash. Streissguth dide: <<Fue como cuando murió Elvis>>. Está bien que se paralicen los grandes países de la tierra cuando mueren los hombres que cantaban a las cosas.
    Vuelve a nevar sobre Syracuse. Son las ocho de la tarde de un mes de febrero y la nieve cae sobre las casas. Desafiando la nevada, Ana y yo salimos del hotel y vamos a T. J. Maxx, que es una cadena de tiendas donde venden ofertas maravillosas, allí puedes comprar de todo.
    Parecemos dos extraterrestres o dos astronautas o dos osos polares o dos fantasmas o dos arcángeles o dos elefantes antiguos andando por la nieve, no hay nadie en ninguna parte.
    El protagonista del urbanismo americano no es el hombre sino el coche. No existen las ciudades, sólo los aparcamientos de las afueras. No existen las personas, sino sus automóviles. Los coches se vuelven así como ángeles de la guarda. Por eso predomina el color blanco en los coches. De ahí también el éxito de los vehículos todo-terreno, que te garantizan imaginariamente la conquista del Oeste.
    Las ciudades están despanzurradas, son como sandías arrojadas contra la piedra con la fuerza de un titán.
    Por todas partes encuentras restos de sandía, como por todas partes encuentras restos de casas que parecen una ciudad.
    No son ciudades, son confabulaciones de casas conectadas por carreteras muertas. Son casas conjuradas, sediciosas, rebeldes. Son casas que van por libre. Las casas mandan, y no quieren formar una ciudad, quieren estar solas, les gusta la libertad de estar en medio de la nada.
    Que no haya ciudades sino sandías escalfadas te acaba agrietando por dentro, te enfurece, te lastima, te enoja, te llena de ira malvada, de ira contra ti mismo. La ira contra uno mismo suele explotar en la cara de los demás.
    Puede que la razón de que haya tantos asesinatos y crímenes y francotiradores y psicópatas con armas automáticas en Estados Unidos se deba no a que la posesión de armas sea legal, como creen muchos aquí, sino al urbanismo, a la aniquilación del concepto ciudad.
    De vez en cuando, vemos las luces de un coche.
    Entramos en T.J Maxx y miramos las ofertas.







Manuel Vilas. “América”. 2017, Círculo de Tiza.



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