LA
ESTULTICIA, SOBRE LA RAZÓN
[16] Pero ya es tiempo de que, siguiendo a Homero y abandonando las
regiones celestes, volvamos de nuevo a la tierra para demostraros que
aquí, como allí, no hay nada alegre ni feliz sin mis favores. Y, en
primer lugar, notad cuán solícitos cuidados ha puesto Natura,
creadora y artífice del género humano, para que no falte atractivo
a la estulticia. Y si, según los estoicos que la han definido, la
sabiduría no es otra cosa sin el gobierno de la razón y, por el
contrario, la estulticia es dejarse arrastrar por las pasiones, ¿cómo
es que Jupiter puso más pasión que razón, si no es para que la
vida no fuera del todo triste y sombría? Como comparar una semionza
con un as. Por eso relegó a la razón a un pequeño rincón de la
cabeza, mientras abandonó a las conmociones todo el resto del
cuerpo. Y además, le puso al hombre dos tiranos violentísimos y
enfrentados: la ira, que aparcó junto al corazón, fuente de vida, y
la concupiscencia, que, más abajo, ocupa vastísimo imperio hasta el
pubis.
El
poder que tiene la razón frente a estas dos fuerzas gemelas lo
demuestra claramente la vida de la mayoría de los hombres, pues,
aunque pueda desgañitarse clamando por la justicia hasta
enronquecer, ellas, las dos fuerzas, mandan a hacer gárgaras a su
soberano, protestan de manera tan estentórea que la pobre razón,
fatigada, acaba por ceder y ofrece su mano.
LA
ESTULTICIA Y LAS RELACIONES SOCIALES
[21] En resumen, tengo que añadir que no hay sociedad ni relación de
vida posibles sin mí, como no es viable sin mí una situación feliz
y estable; ni el pueblo aguantaría al príncipe, ni el criado al
señor, ni la doncella a su señora, ni el alumno al maestro, ni el
amigo a su amigo, ni el marido a la mujer, ni el inquilino al casero,
ni el vecino a su vecino, ni el que invita al invitado si unos y
otros no fingieran, no se adularan, si, prudentemente, no hicieran la
vista gorda, si no lo engrasasen todo con la miel de la estulticia.
Ya
sé que os puede parecer excesivo, visto así, pero vais a ver algo
más sorprendente todavía.
ALABANZA
DEL AMOR PROPIO
[22] Pregunto: el que se odia a sí mismo, ¿puede amar a alguien? ¿Puede
estar de acuerdo con alguien quien no lo está consigo mismo? ¿Puede
ganarse el afecto de alguien quien para sí mismo es tedioso y
molesto? No creo que nadie pueda decir que sí a esto, como no se
trate de alguien más tonto que la Estulticia misma. Y digo más: si
me excluís, no solo nadie podría soportar al otro, sino que
cualquiera, por el asco que sentiría de sí mismo, se vería como un
apestado y acabaría odiándose. Fijaos en la naturaleza, que, a
veces, más que madre se nos antoja una madrastrona, cómo se ha
complacido en atormentar a los hombres, especialmente a los poco
despiertos, dotándolos de un deseo innato de despreciar lo suyo para
admirar lo ajeno. Esa es la causa de que todas las buenas y felices
disposiciones, todas las cosas agradables y todas las alegrías de la
vida vicien y se echen a perder. ¿Para qué sirve la buena planta,
don especial de los dioses de los dioses inmortales, si se contamina
con el exceso de afectación? ¿Para qué la juventud, si lleva el
germen de la corrupción en la senil tristeza? Y si no existiera esa
Filautía o amor propio, que es mi legítima hermana ―que
encuentro no solo en el arte sino en cualquier acción como motivo
principal, sea lo que fuere―,
¿qué cosa noble podrás realizar nunca para ti mismo o para los
demás? Añado que está presente en mis actos siempre y en todas
partes. ¿Hay cosa más tonta que darte gusto y admirarte a ti mismo?
Y,
sin embargo, ¿qué cosa más gentil, más graciosa, más digna de
hacer si no estás contento contigo mismo?
Quitad
esas sal de la vida y el orador languidecerá en seguida en su
intervención; el músico no conseguirá emocionar a nadie con sus
interpretaciones; el cómico, aunque domine la escena, será
repateado; será el poeta, al tiempo que sus musas, objeto de
rechifla; desdeñados el pintor y su arte; el médico con todas sus
medicinas, morirá de inanición. Finalmente, veréis a Tersites en
vez de a Niceo, a Néstor por Faón, al cerdo en vez de a Minerva, al
balbuciente por el locuaz, al grosero por el educado. Tan necesario
es que cada cual se piropee a sí mismo y se busque su propia
estimación, antes de buscar el aprecio de los demás.
Por
otra parte, puesto que la primera condición para la felicidad es que
uno esté contento de ser lo que es, no cabe duda de que en ese
empeño Filautía facilita mucho las cosas y acorta el camino, pues
consigue que nadie se queje de la propia hermosura, ni del ingenio
que le ha tocado, ni de la familia que tuvo, ni de su estado, ni de
su comportamiento, ni de su patria, hasta el punto que el Irlandés
no se cambiaría por el Italiano, ni el Tracio por el Ateniense, ni
el Escita por el nacido en las Islas Afortunadas. ¡Prodigio de la
naturaleza que, en medio de tanta variedad, introduce elementos de
nivelación! Cuando niega alguno de sus favores, al desfavorecido le
concede Filautía una pizca más de los suyos, aunque estoy pensando
ahora que he dicho una tontería, pues la propia Filautía es el don
por excelencia.
Por
no decir, mientras tanto, que ninguna gran empresa es posible sin mi
impulso, ningún tipo de artes si no soy yo precisamente el artífice.
LAS
ARTES
[28] Puestos a hablar de artes, ¿qué es sino el ansia de gloria lo que
mueve a los mortales ingenios a cultivar semejantes disciplinas,
consideradas como supremas, y a transmitir a la posteridad el fruto
de sus trabajos? Tantas vigilias, tantos sudores como se han impuesto
algunos hombres para conquistar un poco de gloria ―que
es lo más vacío que uno puede adquirir―
no hacen sino demostrar que estamos ante unos insensatos. Y, por el
contrario, a esa necesidad debéis una de las más valiosas y más
dulces ventajas de la vida, que es la posibilidad de aprovecharse de
la locura de los demás.
Erasmo
de Rotterdam. "Elogio de la locura". 2011, Biblioteca El
Mundo.
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