Frente al silencio.

Frente al silencio.

domingo, 11 de diciembre de 2016

John Fante (II)




HOGAR, DULCE HOGAR



Fragmento:


      Estoy cansado porque pronto llegaré a casa. Habrá ua gran bienvenida en mi honor. Habrá espaguetis, vino y salami. Mi madre preparará una mesa gigantesca, llena de todos lo manjares de mi niñez. Todo será por mí. El amor de mi madre llenará la mesa, y mis hermanos y mi hermana estarán contentos de verme entre ellos de nuevo, porque para ellos soy el hermano mayor que nunca se equivoca, y les dará algo de envidia la bienvenida que se me dedica, y cómo se reirán con lo que yo diga, y cómo sonreirán cuando me vean llevarme a la boca el tenedor cargado de escurridizos espaguetis, y pedir más queso a gritos, y gruñir de placer. Porque son mi familia, y yo habré vuelto a ellos y al amor de mi madre.
      Le pasaré el vaso a mi padre y diré:
      ―Más vino de ése, papá. Y él sonreirá y escanciará en mi vaso el líquido granate dulce sabor, y añadiré: ¡Venga! Y lo beberé lenta y profundamente, sintiendo que me calienta el estómago, me alegra el corazón, me canta una canción al oido.
      Y mi madre dirá:
      ―No tan aprisa, hijo mío. Y yo miraré a mi madre y veré los mismos ojos a los que he hecho llorar tantísimas veces, y sentiré en los huesos esa fuerte sensación de remordimiento, pero sólo durará un segundo, y le diré a mi madre:
      ―Ah, mamá, no te preocupes por este chico, estará bien. Y mi madre sonreirá con esa felicidad que sólo ella conoce, y mi padre también sonreirá ligeramente, porque estará mirando a alguien de su misma sangre, y yo sentiré un nudo en la garganta y en el pecho, y evitaré los ojos de mi padre, porque no serán capaces de ocultar su felicidad.

***




EL DIOS DE MI PADRE



Fragmento:


      Masticando un puro, él entornaba los ojos para que no le molestasen las volutas de humo y colaba los botones en los ojales con dedos torpes. Era la única contribución que hacía a aquellas ajetreadas mañanas.
      ―¿Por qué no vienes a misa con nosotros? preguntaba ella a menudo.
      ―¿Para qué?
      ―Para adorar a Dios. Para dar ejemplo a tus hijos.
      ―Dios ve familia en la iglesia. Es suficiente. Él sabe que yo los he mandado.
      ―¿No sería mejor que Dios te viera también a ti?
      ―Dios está en todas partes, así que ¿por qué tengo que ir a verlo a una iglesia? Él también está aquí, en esta casa, en esta habitación. Está en mi mano. Mira. Abría y cerraba la mano. Está justo aquí. En mis ojos, mi boca, mis orejas, mi sangre. Entonces, ¿qué sentido tiene recorrer ocho manzanas a través de la nieve, cuando lo único que tengo que hacer es sentarme aquí, con Dios, en mi propia casa?
      Los niños nos quedábamos escuchando embelesados aquella grandiosa y estimulante exposición teológica, con el cuello de la camisa que nos picaba, mientras la silenciosa nieve caía y nosotros desviábamos los ojos hacia la ventana y tiritábamos ante la sola idea de tener que cruzar los montones de nieve, camino de la fría iglesia.
      ―Papá tiene razón decía yo. Dios está en todas partes. Lo dice el catecismo.
      Mirábamos suplicantes a mi madre mientras ella se ponía su abrigo de lana con el cuello de piel de conejo, y mi hermana decía, con un sollozo en la voz:
      ―¿No podríamos arrodillarnos aquí y rezar un rato? A Dios no le importará.
      ―¡Mira lo que has hecho! exclamaba mi madre, mirando furiosa a mi padre.
     ―El único que reza en casa soy yo dijo. Los demás, andando.
     ―¡No es justo! gritaba yo. ¿Quién eres tú?
     ―Yo te diré quién soy replicaba con aire amenazador. Soy el dueño de esta casa. Voy y vengo a mi antojo. Puedo echaros cuando me dé la gana. ¡Y, ahora, arreando! Se levantó hecho una furia y señaló la puerta, y nosotros salimos en hilera, como humildes siervos, con la cabeza gacha, caminando con dificultad por una nieve de medio metro de espesor. ¡Joder, qué frío hacía! Y era muy injusto. Apreté los puños y anhelé el día en que me convirtierá en un hombre para machacarle los sesos a mi padre.

***







EN PRIMAVERA



Fragmento:


      Estábamos atacando el postre cuando silbó Burton. Mi viejo me dirigió una de sus miradas.
      ―Ahí está el inútil de tu amigo dijo.
      ―¿Inútil? Dejé de comer. Para el carro. No sabes lo que dices. Resulta que Ralph Burton es el mejor primer base que ha habido jamás en esta ciudad.
      ―Disculpa, chico, pero sigo diciendo que es un inútil.
      ―Eso es porque no te enteras de lo que pasa en el mundo.
Burton silbó de nuevo. Me levanté de la mesa y me apresuré a salir. El viejo se quedó allí sentado, mirando el pastel de manzana. Tenía casi cuarenta y tres años, un vejestorio como quien dice, y vivía desconectado de las cosas importantes.
      Eran casi las siete de la tarde, pero aún no había oscurecido. Burton estaba escondido detrás del olmo, en el patio delantero.
      ―¿Quieres que ensayemos unos lanzamientos?
      ―No dijo. Vamos a hablar.
      Recorrimos dos manzanas, hasta el arroyo que atraviesa Boulder. Burton sacó una cajetilla nueva de cigarrillos y nos sentamos en la orilla. Burton era muy afortunado: su viejo compraba el tabaco por cartones. El mío fumaba puros.
     ―Detesto esta ciudad con toda mi alma dijo Burton.
     ―Es para pueblerinos dije. No tiene categoría ni para el béisbol de tercera.
     Burton levantó los ojos al cielo.
     ―¿Por qué habré tenido que nacer aquí? ―preguntó. ¿Por qué no pude nacer en alguna ciudad que entre en una liga mayor? Aunque hubiera sido Kansas City o alguna otra ciudad de la American Association. Aunque hubiera sido en alguna otra ciudad de la American Association. Aunque hubiera sido en alguna ciudad de la Liga de East Texas. Aunque hubiera sido en Terre Haute, para estar en la Liga de las Tres Íes. ¿Por qué tuve que nacer en Boulder, Colorado?
      Era bueno soñar. Di una chupada y dejé que el humo me saliera de los pulmones con un suspiro.
      ―Si pudiera nacer de nuevo dije, nacería en una casa que estuviera delante del Estadio de los Yankees. Aunque fuera un viejo cobertizo con el techo lleno de goteras y sin pintar. ¿Qué es el dinero? No me importaría.
      ―El dinero no cuenta dijo Burton. Y da lo mismo el aspecto que tenga el lugar. Lo que importa es tener lo que hay que tener y colar la bola.
      Escuchamos el rumor del agua al pasar entre las piedras.
      ―Jake dijo Burton, quiero hacerte una pregunta. Una pregunta muy personal. Pero no te vayas por las ramas. Dime la verdad.
      ―Escupe, Burton, ya me conoces.
      ―Quiero saber una cosa: ¿soy en estos momentos lo bastante bueno para triunfar?
      No se puede dar una respuesta cualquiera a una pregunta así. Lo pensé durante un rato. Luego dije:
      ―Burton, en mi sincera opinión, en este momento eres lo bastante bueno para ser primera base de cualquier equipo de liga mayor del país. Te he visto en acción, muchacho. Eres como una serpiente en la base. En cuanto a batear, tienes la mirada más aguda que he visto en mi vida.
      ―Uf. Yo no diría tanto.
      ―Eres demasiado modesto, Burt. Yo afirmo que estás listo para jugar en una liga mayor. En este momento.
      ―Gracias, Jake. Agradezco que seas tan sincero.
      Había oscurecido y hacía frío. Al oeste, las montañas empezaron a desaparecer tras unas espesas nubes blancas. El aire olía a nieve primaveral. El aliento nos salía en forma de vaho blanco. Hicimos una hoguera entre dos piedras y la alimentamos con pequeñas ramas de un nido de rata almizclera. Miramos el fuego. Nos quemaba la cara y nos dejaba la espalda fría. El calor agrietó las piedras, que acabaron partiéndose. Observamos las llamas con ojos afectuosos.
      ―Burt dije, ahora me toca a mí hacerte una pregunta.
      ―Dispara.
      ―La verdad, Burt. Podré soportarla.
      ―Nunca miento, Jake.
      ―¿Soy lo bastante bueno para jugar en una liga mayor?
      ―Totalmente. Eres el más grande lanzador en ciernes que he visto nunca.
      ―No, Burt. Piénsalo con calma. No te limites a darme jabón. Piénsalo un poco.
      ―Vale.
      Guardo silencio durante cinco minutos. Luego dijo:
      ―En mi opinión, eres el mejor lanzador de pelotas erráticas de todo el país. Nunca he jugado contra Vic Raschi o Allie Reynolds, pero he jugado contra ti muchas veces, Jake. Sé de lanzamientos. Es mi trabajo, ya que soy bateador. Yo digo que eres tan bueno como cualquiera de los que están arriba y quizá mejor.
      No dejé de observale la cara mientras habló. No mentía. Lo sentía en los huesos.





John Fante. “El vino de la juventud”. 2013, Editorial Anagrama.







No hay comentarios: