HOGAR,
DULCE HOGAR
Fragmento:
Estoy
cansado porque pronto llegaré a casa. Habrá ua gran bienvenida en
mi honor. Habrá espaguetis, vino y salami. Mi madre preparará una
mesa gigantesca, llena de todos lo manjares de mi niñez. Todo será
por mí. El amor de mi madre llenará la mesa, y mis hermanos y mi
hermana estarán contentos de verme entre ellos de nuevo, porque para
ellos soy el hermano mayor que nunca se equivoca, y les dará algo de
envidia la bienvenida que se me dedica, y cómo se reirán con lo que
yo diga, y cómo sonreirán cuando me vean llevarme a la boca el
tenedor cargado de escurridizos espaguetis, y pedir más queso a
gritos, y gruñir de placer. Porque son mi familia, y yo habré
vuelto a ellos y al amor de mi madre.
Le
pasaré el vaso a mi padre y diré:
―Más
vino de ése, papá. ―Y
él sonreirá y escanciará en mi vaso el líquido granate dulce
sabor, y añadiré―:
¡Venga! ―Y lo beberé
lenta y profundamente, sintiendo que me calienta el estómago, me
alegra el corazón, me canta una canción al oido.
Y
mi madre dirá:
―No
tan aprisa, hijo mío. ―Y
yo miraré a mi madre y veré los mismos ojos a los que he hecho
llorar tantísimas veces, y sentiré en los huesos esa fuerte
sensación de remordimiento, pero sólo durará un segundo, y le diré
a mi madre:
―Ah,
mamá, no te preocupes por este chico, estará bien. ―Y
mi madre sonreirá con esa felicidad que sólo ella conoce, y mi
padre también sonreirá ligeramente, porque estará mirando a
alguien de su misma sangre, y yo sentiré un nudo en la garganta y en
el pecho, y evitaré los ojos de mi padre, porque no serán capaces
de ocultar su felicidad.
***
EL
DIOS DE MI PADRE
Fragmento:
Masticando
un puro, él entornaba los ojos para que no le molestasen las volutas
de humo y colaba los botones en los ojales con dedos torpes. Era la
única contribución que hacía a aquellas ajetreadas mañanas.
―¿Por
qué no vienes a misa con nosotros? ―preguntaba
ella a menudo.
―¿Para
qué?
―Para
adorar a Dios. Para dar ejemplo a tus hijos.
―Dios
ve familia en la iglesia. Es suficiente. Él sabe que yo los he
mandado.
―¿No
sería mejor que Dios te viera también a ti?
―Dios
está en todas partes, así que ¿por qué tengo que ir a verlo a una
iglesia? Él también está aquí, en esta casa, en esta habitación.
Está en mi mano. Mira. ―Abría
y cerraba la mano―. Está
justo aquí. En mis ojos, mi boca, mis orejas, mi sangre. Entonces,
¿qué sentido tiene recorrer ocho manzanas a través de la nieve,
cuando lo único que tengo que hacer es sentarme aquí, con Dios, en
mi propia casa?
Los
niños nos quedábamos escuchando embelesados aquella grandiosa y
estimulante exposición teológica, con el cuello de la camisa que
nos picaba, mientras la silenciosa nieve caía y nosotros desviábamos
los ojos hacia la ventana y tiritábamos ante la sola idea de tener
que cruzar los montones de nieve, camino de la fría iglesia.
―Papá
tiene razón ―decía
yo―. Dios está en todas
partes. Lo dice el catecismo.
Mirábamos
suplicantes a mi madre mientras ella se ponía su abrigo de lana con
el cuello de piel de conejo, y mi hermana decía, con un sollozo en
la voz:
―¿No
podríamos arrodillarnos aquí y rezar un rato? A Dios no le
importará.
―¡Mira
lo que has hecho! ―exclamaba
mi madre, mirando furiosa a mi padre.
―El
único que reza en casa soy yo ―dijo―.
Los demás, andando.
―¡No
es justo! ―gritaba yo―.
¿Quién eres tú?
―Yo
te diré quién soy ―replicaba
con aire amenazador―.
Soy el dueño de esta casa. Voy y vengo a mi antojo. Puedo echaros
cuando me dé la gana. ¡Y, ahora, arreando! ―Se
levantó hecho una furia y señaló la puerta, y nosotros salimos en
hilera, como humildes siervos, con la cabeza gacha, caminando con
dificultad por una nieve de medio metro de espesor. ¡Joder, qué
frío hacía! Y era muy injusto. Apreté los puños y anhelé el día
en que me convirtierá en un hombre para machacarle los sesos a mi
padre.
***
EN
PRIMAVERA
Fragmento:
Estábamos
atacando el postre cuando silbó Burton. Mi viejo me dirigió una de
sus miradas.
―Ahí
está el inútil de tu amigo ―dijo.
―¿Inútil?
―Dejé de comer―.
Para el carro. No sabes lo que dices. Resulta que Ralph Burton es el
mejor primer base que ha habido jamás en esta ciudad.
―Disculpa,
chico, pero sigo diciendo que es un inútil.
―Eso
es porque no te enteras de lo que pasa en el mundo.
Burton
silbó de nuevo. Me levanté de la mesa y me apresuré a salir. El
viejo se quedó allí sentado, mirando el pastel de manzana. Tenía
casi cuarenta y tres años, un vejestorio como quien dice, y vivía
desconectado de las cosas importantes.
Eran
casi las siete de la tarde, pero aún no había oscurecido. Burton
estaba escondido detrás del olmo, en el patio delantero.
―¿Quieres
que ensayemos unos lanzamientos?
―No
―dijo―.
Vamos a hablar.
Recorrimos
dos manzanas, hasta el arroyo que atraviesa Boulder. Burton sacó una
cajetilla nueva de cigarrillos y nos sentamos en la orilla. Burton
era muy afortunado: su viejo compraba el tabaco por cartones. El mío
fumaba puros.
―Detesto
esta ciudad con toda mi alma ―dijo
Burton.
―Es
para pueblerinos ―dije―.
No tiene categoría ni para el béisbol de tercera.
Burton
levantó los ojos al cielo.
―¿Por
qué habré tenido que nacer aquí? ―preguntó―.
¿Por qué no pude nacer en alguna ciudad que entre en una liga
mayor? Aunque hubiera sido Kansas City o alguna otra ciudad de la
American Association. Aunque hubiera sido en alguna otra ciudad de la
American Association. Aunque hubiera sido en alguna ciudad de la Liga
de East Texas. Aunque hubiera sido en Terre Haute, para estar en la
Liga de las Tres Íes. ¿Por qué tuve que nacer en Boulder,
Colorado?
Era
bueno soñar. Di una chupada y dejé que el humo me saliera de los
pulmones con un suspiro.
―Si
pudiera nacer de nuevo ―dije―,
nacería en una casa que estuviera delante del Estadio de los
Yankees. Aunque fuera un viejo cobertizo con el techo lleno de
goteras y sin pintar. ¿Qué es el dinero? No me importaría.
―El
dinero no cuenta ―dijo
Burton―. Y da lo mismo
el aspecto que tenga el lugar. Lo que importa es tener lo que hay que
tener y colar la bola.
Escuchamos
el rumor del agua al pasar entre las piedras.
―Jake
―dijo Burton―,
quiero hacerte una pregunta. Una pregunta muy personal. Pero no te
vayas por las ramas. Dime la verdad.
―Escupe,
Burton, ya me conoces.
―Quiero
saber una cosa: ¿soy en estos momentos lo bastante bueno para
triunfar?
No
se puede dar una respuesta cualquiera a una pregunta así. Lo pensé
durante un rato. Luego dije:
―Burton,
en mi sincera opinión, en este momento eres lo bastante bueno para
ser primera base de cualquier equipo de liga mayor del país. Te he
visto en acción, muchacho. Eres como una serpiente en la base. En
cuanto a batear, tienes la mirada más aguda que he visto en mi vida.
―Uf.
Yo no diría tanto.
―Eres
demasiado modesto, Burt. Yo afirmo que estás listo para jugar en una
liga mayor. En este momento.
―Gracias,
Jake. Agradezco que seas tan sincero.
Había
oscurecido y hacía frío. Al oeste, las montañas empezaron a
desaparecer tras unas espesas nubes blancas. El aire olía a nieve
primaveral. El aliento nos salía en forma de vaho blanco. Hicimos
una hoguera entre dos piedras y la alimentamos con pequeñas ramas de
un nido de rata almizclera. Miramos el fuego. Nos quemaba la cara y
nos dejaba la espalda fría. El calor agrietó las piedras, que
acabaron partiéndose. Observamos las llamas con ojos afectuosos.
―Burt
―dije―,
ahora me toca a mí hacerte una pregunta.
―Dispara.
―La
verdad, Burt. Podré soportarla.
―Nunca
miento, Jake.
―¿Soy
lo bastante bueno para jugar en una liga mayor?
―Totalmente.
Eres el más grande lanzador en ciernes que he visto nunca.
―No,
Burt. Piénsalo con calma. No te limites a darme jabón. Piénsalo un
poco.
―Vale.
Guardo
silencio durante cinco minutos. Luego dijo:
―En
mi opinión, eres el mejor lanzador de pelotas erráticas de todo el
país. Nunca he jugado contra Vic Raschi o Allie Reynolds, pero he
jugado contra ti muchas veces, Jake. Sé de lanzamientos. Es mi
trabajo, ya que soy bateador. Yo digo que eres tan bueno como
cualquiera de los que están arriba y quizá mejor.
No dejé de observale la cara mientras habló. No mentía. Lo sentía en los huesos.
No dejé de observale la cara mientras habló. No mentía. Lo sentía en los huesos.
John
Fante. “El vino de la juventud”. 2013, Editorial Anagrama.
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