Fragmentos:
EL
HIJO DE BRAHMÁN
A
la sombra de la casa y bajo el sol, a la orilla del río y junto a
las barcas, a la sombra del bosque de sauces y el huerto de higueras,
creció Siddhartha, el hermoso hijo del brahmán, el joven halcón,
en compañía de Govinda, amigo suyo y también hijo de un brahmán.
El sol, a la orilla del río, fue bronceando sus claras espaldas
durante el baño, las abluciones sagradas y los sacrificios
religiosos. La sombra se fue infiltrando en sus negros ojos bajo el
bosquecillo de mangos, en el curso de sus juegos infantiles, al
escuchar en canto de su madre, durante los sacrificios religiosos, al
seguir las enseñanzas de su padre, el sabio, y las pláticas de los
maestros. (…)
SANSARA
Entregóse
Siddhartha largo tiempo a la vida del mundo y de los placeres, aunque
sin integrarse nunca en ella. Sus sentidos, que él prácticamente
matara durante su ferviente etapa de samana, volvieron a despertarse.
Y si bien llegó a probar la riqueza, la voluptuosidad y el poder, en
el fondo de su corazón seguía siendo un samana, como muy bien
advirtió Kamala, la Inteligente. El arte de meditar, esperar y
ayunar continuó rigiendo su vida, y los seres humanos entre los que
vivía, los hombres niños, le eran tan extraños como él mismo lo
era para ellos. (…)
A
ORILLAS DEL RÍO
Siddhartha
echó a andar por el bosque, ya lejos de la ciudad, con una sola
certidumbre en la cabeza: la que no podía regresar, que esa vida que
llevara durante años era algo definitivamente concluido, algo de lo
cual había disfrutado hasta el hartazgo y el agotamiento. Había
muerto el pajarillo cantor que viera en sueños. Y también aquel
otro que moraba en su corazón. Se hallaba aprisionado entre las
redes del sansara; el hastío y la muerte lo habían impregnado por
todas partes como el agua empapa una esponja hasta hincharla del
todo. Estaba, pues, repleto de hastío, miseria y muerte, y nada en
el mundo era capaz de atraerlo, distraerlo o consolarlo. (…)
EL
BARQUERO
<<A
orillas de este río deseo quedarme ―pensó
Siddhartha―;
es el mismo que crucé una vez en mi ruta hacia los hombres niños. Un
amable barquero me condujo entonces: quisiera verlo. De su cabaña
partió ese día el camino que me llevó a mi nueva vida, ahora
envejecida y muerta...¡Que mi camino actual, que mi nueva vida se
inicie también en ella!>>
Contempló
con ternura la corriente, su transparencia verde, las líneas
cristalinas de su misterioso dibujo. Vio surgir perlas brillantes
desde el fondo y flotar quietas burbujas en la superficie, que
reflejaba el azul del cielo. Con miles de ojos lo miraba a su vez el
río: verdes, blancos, cristalinos, celestes. ¡Con qué fascinación
y gratitud amó aquella agua! En su corazón oyó la voz, que había
vuelto a despertar y le decía: <<¡Ama estas aguas! ¡Quédate
a su lado! ¡Aprende de ellas!>> (…)
Hermann
Hesse. “Siddhartha”. 1992, Plaza&Janes.
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