Fragmento.
Unas
noches después de mi entrevista con Roy Y Herman, utilicé una de
las ampollas, lo que constituyó mi primera experiencia con droga.
Las ampollas que yo tenía eran de un tipo especial: parecían un
tubo de pasta de dientes con una aguja al final. Pinchando con un
alfiler a través de la aguja se abría el conducto y la ampolla
quedaba lista para pinchar.
La
morfina pega lo primero en la parte de atrás de las piernas, luego
en la nuca, y después se extiende una gran relajación que despega
los músculos de los huesos y parece que uno flota sin límites, como
si estuviera tendido sobre agua salada caliente. Cuando esta
relajación se extendió por mis tejidos, experimenté un fuerte
sentimiento de miedo. Tenía la sensación de que una imagen horrible
estaba allí, más allá de mi campo de visión, moviéndose en
cuanto volvía la cabeza de modo que nunca podía verla. Sentí
náuseas; me tumbé y cerré los ojos. Pasaron una serie de imágenes,
como si estuviera viendo una película: un enorme bar con luces de
neón que se hacía mayor y mayor hasta que calles y tráfico
quedaron incluidos en él; una camarera traía una calavera en una
bandeja; estrellas en el cielo claro. El impacto físico del miedo a
la muerte; el corte de la respiración; la detención de la sangre.
Me
adormilé y desperté con un principio de miedo. A la mañana
siguiente vomité y me sentí mal hasta el mediodía. (...)
William
Burroughs. “Yonqui”. Ediciones Júcar, 1998.
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