Fragmento
El
ruido de la sierra mecánica rompe el silencio, atravesando de lado a
lado el corazón de la tarde hasta que un crujido se alza por encima
de la estridencia. Un rumor creciente se convierte en estruendo
mientras cae el gigante, y el suelo tiembla al recibir el golpe. Dos
monstruos con ruedas se abalanzan sobre el árbol, que yace inerte, y
rápidamente lo desraman, lo trocean y lo cargan en un camión.
El
cerezo aún estaba oyendo caer a su vecino cuando ha sentido el
mordisco ruidoso que ha empezado a quitarle la vida y que acabará
separándolo definitivamente de su amada. Sólo le consuela saber
que, esta vez, se la han arrebatado; esta vez ella no le ha
abandonado, ha seguido queriéndole hasta el final. Sí, la vida
siempre le quiso.
Don
Severino está orgulloso de cómo el eucalipto ha encarado el trance.
Sin embargo, con el cerezo se ha identificado tanto que no sólo lo
ha sentido lo mismo que ha sentido el árbol en ese instante, sino
que lo sentía cada otoño, la pena que le embargaba en cada
abandono. Don Severino ha mirado a la doctora y ha sabido que él
correría idéntica suerte si dejara de verla: se quedaría sin vida.
(…)
Roberto
Iniesta. “El viaje íntimo de la locura”. 2009, El hombre del
saco.
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