Fragmento.
Y
entonces sucedió. Una noche que la lluvia golpeaba el inclinado
techo de la cocina se introdujo en mi vida un espíritu grandioso.
Tenía el libro en las manos y temblaba mientras me hablaba del
hombre y el mundo, del amor y la sabiduría, del dolor y la culpa, y
supe que yo ya no podía ser el de antes. El espíritu se llamaba
Fiódor Mijáilovich Dostoievski. Sabía más de padres e hijos que
ningún hombre en el mundo, y de hermanos, de curas, de delincuentes,
de la culpa y la inocencia. Dostoievski me transformó. El idiota,
Los endemoniados, Los hermanos Karamazov, El jugador. Me cambió
radicalmente. Descubrí que respiraba, que veía horizontes
invisibles. El odio por mi padre desapareció. Amé a mi padre, aquel
pobre diablo, resentido y obsesionado. También amé a mi madre y a
toda mi familia. Había llegado el momento de ser hombre, de irse de
San Elmo, de entrar en el mundo. Quería pensar y sentir como
Dostoievski. Quería escribir. (…)
John
Fante. “La hermandad de la uva”. 2004, Anagrama.
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