BRILLOS
DEL OTOÑO IDO
(1957)
Era
el centro elegante. El lugar de las perfumerías
con
sillas delante del mostrador, el lugar de los sastres
y
de las sederías donde tomaban medida para un abrigo...
¿Te
acuerdas, mamá, de aquellas tardes? En los autobuses
azules
de dos pisos yo siempre quería ir arriba, en el asiento
delantero,
que era como un panorámico ventanal al mundo.
O
abajo, en el asiento más cerca de la puerta, con su
aislada
barra blanca, asidero y columpio de quienes entraban
y
salían, como se entra y sale en la beatitud del mundo...
Con
mi abrigo azul cruzado y una boina también azul.
Tú
y yo, elegantes, camino del médico o
de
las tiendas caras. Camino del que
querías
que fuera nuestro mundo, pues lo sentías tuyo...
Yo
dichoso sin saberlo y tú íntimamente desdichada.
Yo
entrando, como de juego, al mundo perfecto,
y
tú, en serio, jugando a que nunca hubieses salido...
Mucho
tiempo después, llorando, me dijiste una tarde
que
ninguno de los dos habíamos sido felices.
Tan
cierto y tan falso es como todo. Tan falso
y
tan cierto como aquel mundo de señores
dejó
de existir, tan cierto como que lo traicioné
después
que me escupiera o que tú nunca hallaste,
mamá,
al hombre de tus sueños, al caballero que reinase
en
aquel mundo contigo. Y sin embargo estuvimos allí,
tú
con tus pieles y yo con mi abrigo azul cruzado,
comprando
perfumes y merendando tortitas con nata,
cuando
los taxistas llevaban uniforme y se dirían charolados
los
azules autobuses de dos pisos, un Madrid tan sofisticado
que
tú y yo —y casi todos los
demás— nos lo creímos.
O
quizás a ti no te hizo falta creértelo, pues lo tuviste.
Yo
me lo creí. Yo, que llegué una tarde en autobús de dos pisos...
Luis
Antonio de Villena.
“20 años de Poesía. Nuevos textos sagrados (1989-2009)".
Antología. 2009, Tusquets editores.