Frente al silencio.

Frente al silencio.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Rorschach Kovacs


Epílogo.


Esta noche el Poeta se siente solo, sin pasión por las palabras. Sube y baja la botella por su vertedero anímico mientras piensa con nostalgia en lencería roja y desahucios de amor. La ciudad, desierto de cemento y ladrillo, da un respiro: aún faltan horas para que amanezca. Capas de polvo sostenidas solo por el ruido lejano de algún coche. Brinda de nuevo auspiciado por la música que palpita en sus venas, por las conexiones que permiten estas palabras, por el vaticinio, el desconcierto, por la búsqueda de ese algo indescifrable. Los demás piensan que es un misántropo, pero solo es débil, frágil en sus sentimientos, aún no ha dado la orden de disparar sobre sus sueños, estúpidos idealismos, no mira al cielo buscando explicaciones, solo a los espejos.

Cada noche reúne algo de valor, utiliza la navaja y se despedaza el pecho. Saca su corazón y lo mira fijamente. Lo muerde para sentir ese dolor inaudible más cercano, menos alienado por el tópico. Y luego utiliza la sangre que sigue bombeando para escribir. Pero no consigue expresar nunca lo que quiere, no hay alma, está cerca, rozando esa sensualidad que siente, pero no llega a convertirla en palabras, solo es una marisma abandonada. Cuando el fracaso es inapelable lo vuelve a coser en su interior, un interior cada vez más grande y polvoriento.

Pero esta noche es distinta, la musa aparece con los pies desnudos manchados de sangre. Su piel es sueño, su cuerpo es música sinfónica sinestésica de belleza inexplicable. El Poeta moja la pluma en sus huellas sobre el papel y deja que una oración de lascivia devore su cordura. Los versos resbalan como un disparo a bocajarro, la ata a la cama con metáforas de deseo febril y la posee con violencia, con ansias de redención y accidente de tráfico.

En la ciudad los versos del Poeta provocan una bendita locura: estalla el caos, todo arde, las parejas fornican sin miramientos, quienes viven solos salen a la calle desnudos y se ofrecen enhiestos, o se tumban con las piernas abiertas esperando el placer anónimo. No hay pudor, las calles emanan un fuerte olor a semen caliente, sudor y sexo. Todos brindan por la muerte de los viejos dioses, todos aceptan su bisexualidad, reciben y dan placer, hay una risa libertaria que pudre convencionalismos, la histeria es colectiva, los cuerpos desgastados por el delirio furioso, las mentes roncas por el hambre voraz de contacto.

Pero solo dura esa noche, el amor de la musa queda saciado, derretido por la primera luz del alba. Después solo queda una veleidad maniática y soberbia, una pura contradicción de frígida esencia. El poeta escribe sin descanso, intenta conmoverla de nuevo, pero es inútil: su corazón es un invierno emocional que ningún poema consigue incendiar.

Mientras, en la ciudad, todo ha vuelto a la normalidad, nadie habla de esa noche, todos restauran su rutina de sexo mecánico y aburrido, esa pátina de sordidez conservadora que hace que muchas mujeres finjan sus orgasmos o se aburran en la cama.

Pero el Poeta no puede olvidar, se siente desesperado, sabe que ha perdido algo importante. Por eso, unas semanas después, mientras observa la glacial mirada de su musa, se quita la camisa, se abre el pecho y saca su corazón de nuevo. Lo lleva a la cocina, lo cuece con su propia sangre y se lo sirve en un plato. Ella le observa con desconfianza, prueba un bocado, y luego, como en trance, lo devora totalmente.
Poco a poco va recobrando la luminosidad en la mirada, su piel vuelve a reflejar la luna menguante. Vuelve a ser ella.

Los ojos del Poeta se inundan de lágrimas al contemplarla, y antes de morir en sus brazos sonríe satisfecho: al fin ha conseguido expresar de forma tangible lo que sentía.




Rorschach Kovacs. Inédito. Más de él en: http://hermosadecadencia.blogspot.com.es/



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