Epílogo.
Esta noche
el Poeta se siente solo, sin pasión por las palabras. Sube y baja la
botella por su vertedero anímico mientras piensa con nostalgia en
lencería roja y desahucios de amor. La ciudad, desierto de cemento y
ladrillo, da un respiro: aún faltan horas para que amanezca. Capas
de polvo sostenidas solo por el ruido lejano de algún coche. Brinda
de nuevo auspiciado por la música que palpita en sus venas, por las
conexiones que permiten estas palabras, por el vaticinio, el
desconcierto, por la búsqueda de ese algo indescifrable. Los demás
piensan que es un misántropo, pero solo es débil, frágil en sus
sentimientos, aún no ha dado la orden de disparar sobre sus sueños,
estúpidos idealismos, no mira al cielo buscando explicaciones, solo
a los espejos.
Cada noche
reúne algo de valor, utiliza la navaja y se despedaza el pecho. Saca
su corazón y lo mira fijamente. Lo muerde para sentir ese dolor
inaudible más cercano, menos alienado por el tópico. Y luego
utiliza la sangre que sigue bombeando para escribir. Pero no consigue
expresar nunca lo que quiere, no hay alma, está cerca, rozando esa
sensualidad que siente, pero no llega a convertirla en palabras, solo
es una marisma abandonada. Cuando el fracaso es inapelable lo vuelve
a coser en su interior, un interior cada vez más grande y
polvoriento.
Pero esta
noche es distinta, la musa aparece con los pies desnudos manchados de
sangre. Su piel es sueño, su cuerpo es música sinfónica
sinestésica de belleza inexplicable. El Poeta moja la pluma en sus
huellas sobre el papel y deja que una oración de lascivia devore su
cordura. Los versos resbalan como un disparo a bocajarro, la ata a la
cama con metáforas de deseo febril y la posee con violencia, con
ansias de redención y accidente de tráfico.
En la
ciudad los versos del Poeta provocan una bendita locura: estalla el
caos, todo arde, las parejas fornican sin miramientos, quienes viven
solos salen a la calle desnudos y se ofrecen enhiestos, o se tumban
con las piernas abiertas esperando el placer anónimo. No hay pudor,
las calles emanan un fuerte olor a semen caliente, sudor y sexo.
Todos brindan por la muerte de los viejos dioses, todos aceptan su
bisexualidad, reciben y dan placer, hay una risa libertaria que pudre
convencionalismos, la histeria es colectiva, los cuerpos desgastados
por el delirio furioso, las mentes roncas por el hambre voraz de
contacto.
Pero solo
dura esa noche, el amor de la musa queda saciado, derretido por la
primera luz del alba. Después solo queda una veleidad maniática y
soberbia, una pura contradicción de frígida esencia. El poeta
escribe sin descanso, intenta conmoverla de nuevo, pero es inútil:
su corazón es un invierno emocional que ningún poema consigue
incendiar.
Mientras,
en la ciudad, todo ha vuelto a la normalidad, nadie habla de esa
noche, todos restauran su rutina de sexo mecánico y aburrido, esa
pátina de sordidez conservadora que hace que muchas mujeres finjan
sus orgasmos o se aburran en la cama.
Pero el
Poeta no puede olvidar, se siente desesperado, sabe que ha perdido
algo importante. Por eso, unas semanas después, mientras observa la
glacial mirada de su musa, se quita la camisa, se abre el pecho y
saca su corazón de nuevo. Lo lleva a la cocina, lo cuece con su
propia sangre y se lo sirve en un plato. Ella le observa con
desconfianza, prueba un bocado, y luego, como en trance, lo devora
totalmente.
Poco a
poco va recobrando la luminosidad en la mirada, su piel vuelve a
reflejar la luna menguante. Vuelve a ser ella.
Los ojos
del Poeta se inundan de lágrimas al contemplarla, y antes de morir
en sus brazos sonríe satisfecho: al fin ha conseguido expresar de
forma tangible lo que sentía.
Rorschach
Kovacs. Inédito. Más de él en: http://hermosadecadencia.blogspot.com.es/
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