Frente al silencio.

Frente al silencio.

domingo, 13 de enero de 2019

Sam Shepard




PICAZO


      Los perros corren con el ganado. Zigzaguean de un lado para otro. Con la nariz cerca del suelo, pegada al olor de un rastro. Pequeñas hogueras dispersas en campo abierto. Un potro muy menudo picazo y de ojos azules se ha prendado de mí en la ciudad y me ha seguido hasta aquí. Ha venido corriendo como si me conociera. Soy muy flaco, estoy bronceado, voy descalzo, tengo quizá trece años. Estoy estirando una camiseta sobre mis costillas huesudas. Este potrito (no es un poni) es como un perro en sus muestras de afecto. Me mira directamente a la cara con una muda interrogación. No sé si está hambriento o no. No parece que esté buscando comida. Está lo bastante rollizo. Es de un color beige claro, con manchas blancas irregulares, como un pinto. Hace ya un calor abrasador y apenas ha salido el sol. De repente hay gente alrededor. Todos parecen llenos de energía e intención: resueltos. Se traen algo entre manos. Todas las chicas me conocen como si fuera su hermano. Van de una hoguera a otra con bultos de ropa, como si hicieran las maletas para un viaje. Nadie está triste. Nadie se lamenta. (Yo suelo estar inexplicablemente triste cuando hago la maleta.) Todos son jóvenes, por debajo de los treinta. No hay música. No hablan. Parece un acuerdo tácito del que estoy excluido. Las colinas circundantes son desoladas y todo parece como en mitad de Dakota del Sur, cerca de Kadoka. No hay amenazas alrededor. Estamos solos. Ganado negro salpica el paisaje y se desplaza a través del humo, fuera y dentro de las hogueras. Ninguno de los becerros berrea. No hay cerca. No hay alambrada. Todos vamos juntos hacia alguna parte. Me siento más fuerte de lo que nunca me sentiré.





UNA CHICA QUE CONOZCO


      Ahora no hay garantía contra estas pesadillas. Me limito a dejar que aparezcan. Todas las mañanas a las 4.22 exactamente. Oscuro. He dejado una ventana abierta solo para que entre el frío aire nocturno y darles una salida a los demonios. Los demonios. La luna está en la ventana ahora. Ahí, brillando detrás de las cortinas. Con una amplia sonrisa. Se ha desplazado para darme directamente en la cara. Oigo a los perros que roncan en la cocina como los viejos. Como los viejos cuando se quedan dormidos, con tazas de té colgando de sus dedos índices delante de un fuego encendido. Esta vez soy yo el que está alto en un sofá sobre los acantilados que dominan Los Ángeles. Reconozco el lugar. Es temprano. Una urbanización antigua, como de bungalows, con un yeso calizo que se descascarilla. Me lo alquila una chica que conozco. Una chica que conozco me deja ocupar un cuartito que insiste en que perteneció a James Dean antes de que se hiciera famoso. Esta vez estoy fuera, tendido sobre un sofá rojo de vinilo, rodeado de cámaras dolly. Totalmente circundado. Varios operadores con su gorra de béisbol y la visera hacia atrás (¿quién fuel al primero al que se le ocurrió?). Dan vueltas alrededor, con los ojos succionados por el ocular de goma de las cámaras Rolleiflex. Pero en realidad no están filmando. Yo soy el público, supongo. Les veo <<simular que ruedan>> paisajes urbanos pintados con delicadeza: murales sobre láminas de contrachapado y lona. Dibujos al pastel rosa, azul y amarillo descoloridos. Todo tenue. Cambian de posición todo el rato. Los maquinistas sudan copiosamente mientras empujan a toda velocidad a los cámaras sentados. De vez en cuando se paran de repente y hacen un zoom muy cerrado de los murales antes de pasar al siguiente. Las puntas de eucaliptos gigantescos se mecen lánguidas en segundo plano. Abajo, a lo lejos, en el valle, se divisa el zigzagueo de la autopista de Santa Mónica. Aquí arriba unos sinsontes revolotean de un árbol a otro en el calor reciente. De pronto, mi sofá empieza a arder. Una chica que conozco huye corriendo.





Sam Shepard. “Yo por dentro”. 2018, Anagrama



No hay comentarios: