Al fin y al cabo, Martillo es un
libro dichoso.
Parece haber sido diseñado, al igual que
muchos de los antiguos laberintos, como una trampa para atrapar
demonios.
Sorber la nostalgia y la tristeza en su
interior.
Y encerrar entre sus páginas el
espíritu de quienes aspiran a aumentar de tamaño la puerta entre el
infierno y nuestro mundo.
Como si fuera una sala impermeable, una
cámara vacía que ahogara las acciones y gestos que cualquiera de
las sombras pudiera realizar.
Esos efrits azules y rojos que
se transforman en pájaros para, con sus cantos, intentar embaucarnos
y que abramos el cofre o habitación donde se encuentran enjaulados.
Me siento por estos motivos afortunado
cada vez que me sumerjo en sus páginas.
Sus hermosas palabras abren un boquete
en mi corazón, ese cofre de bronce que únicamente he mostrado a
algunas mujeres, por el que se adentra un ave.
Acaso una golondrina.
Un radiante animal que, al piar y
desplazarse libremente entre mi cuerpo y sangre, me hace disfrutar de
una felicidad incomprensible.
Alejandro Hermosilla. “Martillo”.
2014, Editorial Balduque.
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